—Tenemos información acerca de una venta de armas por parte de unos rusos en las afueras de Queens, en una de las fábricas abandonadas. Creo que sabes dónde es.
—¿En donde masacraron a una banda de narcotraficantes hace medio año? —intuyó Jacob.
—¡Correcto! —celebró el acierto.
—¿Cómo se enteraron?
—Uno de los hombres que capturamos vendiendo psiconauticos, lo seguimos en cuanto salió de la comisaría, la primera parada que hizo fue en un teléfono público, usamos un amplificador de sonido y nos enteramos en su conversación de que debía asistir a una compra de armas en la fábrica abandonada de las afueras de Queens.
—¿Cómo es que salió de la comisaría así como si nada?
—Se consiguió un buen abogado, un tal Rumualdo Santafé.
«He visto a ese abogado más de diez veces por aquí…», se dijo Jacob. Comenzaba a levantarle sospechas.
—¿Cuándo va a ser la entrega de armas? —preguntó Smith.
—Esta misma noche, a las once para ser exactos. —Caro tenía una expresión facial que denotaba lo emocionado que estaba.
—Pues entonces andado, ¿qué tenemos planeado? —Algo no le cuadraba, pero a final de cuentas atrapar a un delincuente hacía que valiera la pena seguirles el rollo.
—Un operativo de cinco patrullas, iremos quince policías, tú y yo en la cabecilla, armados hasta los dientes y con apoyo aéreo.
—¿Un puto helicóptero?
—No queremos que se nos escape nadie. Lo estará manejando mi mejor hombre; Jefferson.
—Perfecto, oficial. Estaré en el piso inferior armándome, faltan un par de horas pero quiero tener todo listo ya.
—Bien pensado, Jacob. Anda.
El agente Smith salió de la oficina de Caro y bajó dos pisos hacia la planta inferior donde se encontraban las celdas, las salas de interrogación y el almacén de armas.
Entró a este último y lo primero que hizo fue ponerse un chaleco antibalas, posteriormente abrió el casillero de armas y tomó una pistola revolver y un fusil de asalto que colgó con una correa en su espalda.
Además tomó también un cuchillo de combate y un par de cartuchos de munición que colocó en las bolsas del mismo chaleco.
Completamente armado salió de la habitación y se dirigió hacia su oficina a esperar a que se hiciera la hora para actuar.
Siguió dándole vueltas en su cabeza la idea de cómo acabar con la mafia de los D’angelo.
—¡Es hora! —gritó Caro mientras daba un par de golpes en su puerta.
—¡Voy! —exclamó Jacob.
Salió de la oficina colocándose una gorra que decía FBI, afuera estaba lloviendo otra vez; un huracán estaba azotando la costa este de los estados unidos. La tormenta estaba en un punto en el que no dejaba ver a más de diez metros de distancia, contando también la poca luz de la noche.
—Tú te subes conmigo —le ordenó el jefe de la policía.
—Está bien, voy con usted —asintió.
Salieron de la comisaría hombro a hombro y subieron al coche de Caro, demasiado lujoso por fuera y por dentro, más de lo que le había visto a cualquier otro policía.
—Bonito coche —soltó Jacob.
—Gracias, fueron años ahorrando para poder sentarme en un lugar cómodo. —Caro acomodó el retrovisor y sacó el parlante de la radio—. Atención a todas las unidades que irán al caso de la venta de armas, canal veintiséis, cambio.
Todas las patrullas respondieron su llamado.
—Halcón en el aire —informó Jefferson al final.
—Manténgase cerca de nosotros.
—Así será, señor, cambio.
—Apaguen sus sirenas y no las enciendan hasta que lleguemos al lugar, no los espantemos con nuestro ruido.
Volvió a colocar el parlante en su lugar correspondiente y pisó el acelerador, emprendiendo su camino hasta la fábrica. Detrás de ellos se podían ver los demás carros de policía.
—¿Está listo, Jacob?
—He esperado este momento por mucho tiempo, oficial Caro.
—Yo también…
La cara del oficial Caro reflejó una ligera sonrisa.