Los Hombres del Mar

La Costa

El mar estaba embravecido, los relámpagos y truenos mantenían a los pobladores dentro de sus casas, resguardados de la tormenta, los niños lloraban y las mujeres se abrazaban a los maridos tratando de encontrar consuelo. Sólo un demente saldría con aquella tormenta y aún más se acercaría al risco sólo para temer por los Hombres del Mar a quien todos temían y que pese a ser un mito según los investigadores, en pleno 1980 era una realidad para los pobladores de Fish Coast, un pueblo de marinos de la época de la colonia en Estados Unidos. 

Pero Ginna no temía a los pobladores del mar, temía a los pobladores de tierra que la juzgaban de bruja y le rehuían cada que dejaba su casita en la costa para ir al pueblo por provisiones. Mientras el viento nocturno levantaba su vestido de mezclilla y hacía volar sus rizos rojos, Ginna se preguntaba ¿Por qué aún no había dejado el pueblo? Y es que en algo tenían razón los vecinos y es que ella era una bruja. 

Quizá todo se debía a que las brujas eran muy apegadas a sus hogares, la casita del risco, la casa del tejado esmeralda o la casa de la bruja cómo le conocían a su hogar había pertenecido a sus ancestros, las brujas Lavender desde que habían huido a esa isla de los peregrinos. Habían pasado doscientos años desde entonces y ninguna mujer de la familia Lavender había dejado el pueblo, Ginna entonces seguía en Fish Coast a pesar de lo que dijeran. 

Pero a menudo se sentía sola, a diferencia de sus ancestros, ella no había querido usar magia para tener un hombre en su vida. Simplemente creía en que la verdadera magia era el amor verdadero, pero ningún chico en el pueblo se le acercaba y ahora que tenía casi cuarenta años era un hecho que un hombre tampoco, a pesar de seguir viéndose cómo una adolescente. 

La tormenta arreciaba y Ginna entonces se vio obligada a regresar a su hogar debido a los desesperados gritos de Romy su gato negro que colgado de la ventana suplicaba que regresara dentro. Ginna regresó entonces a su casa, un estilo clásico americano de varias habitaciones que olían a remedios herbales y naftalina que debes en cuando eran solicitados por alguien del pueblo para curar todo tipo de males, claro... en secreto. 

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La escena era preocupante, había cuatro barcos en la playa y dentro de ellos varios cadáveres mordidos por una especie desconocida, el sheriff odiaba esos casos misteriosos porque siempre le llevaban a tener que visitar a Ginna Lavander. Nunca obtenía nada que no fuera un buen café, pero el pueblo insistía todo el maldito día por que arrestara a la mujer acusada de brujería. 

-No quiero oír nada al respecto novato, si hablamos de esto será otra de esas malditas semanas y quiero ir por donas con Annie- exclamó el Sheriff Trenton al joven Rob, el nuevo cadete. 

-¡Pero esto puede ser un homicidio!-exclamó Rob con esa energía que tienen siempre los nuevos ante todos los casos. 

-No Rob, sólo fue un ataque de ponzoña de mar, que hay muchos siempre por aquí del cuál acusaran a Ginna Lavander y me harán ir tener una charla incomoda con ella, ¡Santo Cielo si pudieran ellos mismos la quemarían en la plaza del pueblo!- exclamó el Sheriff ordenando al forense que dejara la escena mientras se dirigía de nuevo a la patrulla con Rob detrás de él. 

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Ginna caminaba con su cesta de mimbre rumbo al pueblo, su overol de mezclilla y las manchas de pintura en su rostro la hacían pasar por alguna artista hippie o algo así. Pero ni con todo eso quitaba el estigma de que todos la tomaran por bruja, por lo que si la veían pasar cruzaban del otro lado de la acera. 

-¡Maldita perra, deja de agitar el mar! ¡Nuestros hombres no pueden regresar a las costas por tu culpa!-escupió una valiente vecina cuándo la vio dirigirse hacia el carnicero.  Ginna sólo se limpió el rostro con el pañuelo de su bolsillo y siguió su camino, Jim, el carnicero le tenía una cierta estima a Ginna, era la única en el pueblo que no tenía cuenta con él y siempre le guardaba patitas de pollo que Ginna decía eran para su gato. 

-¿Qué harás con eso bruja? ¿Volverás a provocar otra tormenta?-preguntaba la esposa de Jim a gritos mientras el hombre ponía la compra dentro de la canasta de Ginna. 

-¡Bruja!-gritó la mujer cuándo Ginna dejo el establecimiento. 

Los gritos seguían sin parar de regreso a casa, bruja era lo mínimo que podía escuchar cuándo volvía tratando de contener el llanto para cruzar el umbral de su casa y desplomarse en el suelo echa un mar de lágrimas. 

-Lo sé Romy, lo sé, pero ellos no saben más lo que pueden ver y no podemos dejarlos solos sabes bien lo que sucedería si dejamos este pueblo- dijo Ginna acariciando al pequeño gato negro que se frotaba contra las piernas de su dueña tratando de consolarla. 

Ginna miraba a Romy, su único amigo en el mundo, mucho de lo que sufría lo sobrepasaba gracias a Romy pero al mismo tiempo lo hacía por la esperanza de que algún día, Fish Coast se diera cuenta del terrible peligro en el que se encontraba con cada tormenta y cómo su familia los había defendido desde la primera piedra que los Lavender habían levantado en la isla años atrás. 

-¡Vamos Romy! ¡Hay trabajo que hacer! Es noche de luna llena y seguramente ellos lo volverán a intentar, debemos proteger Fish Coast a toda costa- exclamó Ginna poniéndose de pie y tomando su cesta para dirigirse a la cocina seguida de Romy. 




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