—¿Año sabático? ¿Estás loco? —le gritó Minerva a su hijo. Por toda contestación, Pierre solo se encogió de hombros—. ¿Oíste lo que tu hijo acaba de decir? ¡Se quiere tomar un año sabático! ¡Cómo si la secundaria lo hubiera cansado mucho!
—Lo oí —respondió Nicolás, el esposo de Minerva y padre de Pierre—, pero me niego a creerlo.
—Hacen demasiado drama, es solo un año de descanso —espetó Pierre con su voz pastosa y arrastrada.
—Me quieren volver loca, eso es lo que ocurre. Ustedes tres me quieren volver loca.
—¡Yo no he hecho nada! —se quejó Gabriel—. Yo si pretendo estudiar este año la prepa.
—Y según tú, con tus buenas calificaciones, ¿a qué preparatoria quieres entrar? —El aludido bajó la cara avergonzado.
Julius no pudo evitar reírse por lo bajo de su hermano, risa que no pasó desapercibida por su madre.
—¡¿Y tú de qué diablos te ríes?! Tu situación no es mejor. Es que es increíble que te hayan pasado de grado, con la condición de que no te presentaras la última semana de estudios, Julius. ¡Nadie te quiere en tu salón, ni los profesores!
—¡No necesito que nadie me quiera, ni siquiera tú, Minerva! Deja de fingir que te preocupas por nosotros.
—No le hables así a tu madre —le gritó amenazadoramente Nicolás.
Mientras que Julius rodaba los ojos a su padre de forma retadora, Pierre se ponía de pie, sacudiendo el frente de su camisa de raso.
—Yo no soy como el burro de Gabriel o como el neandertal de Julius.
—¡Cierra el pico, mierda! —le gritó su hermano, ofendido.
—Como sea, yo tengo buenas calificaciones y las profesoras me adoran, solo quiero un año para dedicarlo a mis asuntos.
—¡Ni hables de tus buenas calificaciones, porque dudo mucho de su procedencia! Y ese no es un buen motivo para dejar de estudiar.
Minerva tomó asiento, llevándose las manos a la sien, y con aire dramático dijo:
—¿En qué momento mis hijos desviaron el camino y se convirtieron en estos horribles niños?
—¡Odio que me generalices con estos! ¿No puedes hablar de cada uno por separado? ¡Qué seamos trillizos no significa que vengamos en paquete! —se quejó Julius.
Minerva se puso de pie, notoriamente molesta.
—Bien. Sin generalizar: ¿En qué momento Pierre se volvió un gigoló de quince años que se mete con sus profesoras? ¿En qué momento Gabriel se convirtió en un pintero que duraba semanas enteras sin entrar a clases? ¿Y en qué momento tu padre tuvo que sobornar a un profesor para que no te demandara por atacarlo con una navaja, Julius? —gritó la mujer.
Por largos segundos, nadie dijo o hizo nada. La situación se había vuelto tensa y se les estaba saliendo de las manos.
—Mamá —llamó Gabriel, rompiendo el silencio con su voz suave y tranquila—, no veo el motivo de tanta molestia, si fuéramos una familia común, lo entendería, pero... ¡somos los Leblanc! Quiero decir, ¡papá es el presidente municipal!
—¡El joto tiene razón! —se adelantó Julius—. No tenemos necesidad de buenas calificaciones o de buenas relaciones, el dinero nos sobra.
—La están cagando —canturreó Pierre, mientras hacía girar su anillo de plata.
—¿Así que somos los Leblanc? —se mofó el padre de los trillizos, poniéndose de pie—. ¿Así que el dinero nos sobra? ¿¡Así que las relaciones públicas y los estudios están de más!? —Esta última frase la gritó.
—¡Y la cagaron! —se burló Pierre.
—Pues bien. He tomado una decisión. —Y sin agregar más, Nicolás tomó de la mano a su mujer y se fueron juntos al despacho.
—Odio que haga eso —declaró Julius, dejándose caer en un sillón, y subiendo su zapato con lodo seco sobre la mesa de cristal.
—¿Qué grite?, ¡a mí tampoco me gusta! —exclamó Gabriel, sentándose junto a su hermano.
—¡No eso, joto de mierda! ¡Qué se encierre en su despacho para armar un mugre discurso, como si fuéramos sus empleados!
—Y el problema es que lo hace tan bien, que sus argumentos son irrefutables —agregó Pierre, mientras hacía girar su anillo de plata.
—¿Qué creen que pase?
—Te diré que no pasará: no me dejarán tomar mi año sabático y todo gracias a ustedes, par de imbéciles.
—Solo a ti se te ocurre pedir un año sabático después de que el burro este entregara sus notas finales —se burló Julius, mientras se hurgaba la nariz.
—¡No me quieran echar a mí la culpa! —se quejó Gabriel, aunque su voz sonó más como un lloriqueo.
—Si te dedicaras a estudiar más y no a mamar penes —se mofó Julius, pegando en un cojín lo que había sacado de su nariz.
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Editado: 09.01.2021