¿Alguna vez has intentado ahogarte en lápiz labial? Ya sabes, colocar capas y capas de lápiz labial color rojo pasión en una mascarillas facial, y luego colocártela, dejando que el rojo y viscoso color te empape la cara, impidiéndote respirar, lo cual es muy improbable, pero intentar no cuesta nada.
Loren nunca lo había hecho, pero si lo había pensado. Pensaba en formas curiosas de quitarse la vida, esas formas o que eran demasiado tontas o demasiado originales. Tirarse de un puente, cortarse las venas, pegarse un balazo, etc, todo estaba demás. Si Loren se iba a quitar la vida quería hacerlo de forma original.
Loren tenía varias ideas en mente: Colarse a un zoológico por la noche y molestar a los leones hasta que la mataran, pero eso derivaría en la muerte del animal y Loren no podría cargar con esa culpa, incluso si estaba muerta.
Sentarse frente a las vías del tren leyendo el ultimo libro de Harry Potter y morir justo en la frase final.
Apuñalarse así misma con sus plataformas de quince centímetros.
Tantas ideas, pero solo un problema: Loren no quería morir, pero tampoco podía negarse a la muerte, todos sabían que Loren moriría joven, era algo que hasta ella misma sabía.
Eran simplemente pensamientos aleatorios que suceden, ya saben, esa clase de pensamientos como "Clavátelo" cuando lavas un cuchillo filoso, solo que Loren atesoraba dichos recuerdos de una forma distinta, como una especie de baúl de ideas, como una herramienta para usarla más tarde. Solo de ser necesario. Loren sabía muy bien que era muy posible que muriera antes de los veinticinco, de hecho sería un milagro si llegaba a los veinticuatro, para los niños de UML cada día era un milagro, mucho más para quienes había escapado, continuamente Loren se despertaba en su departamento del servicio social preguntándose cuándo llegarían los miembros de UML para matarla.
Dormir no era una opción. Las primeras noches en las que Loren vivió en Rilindja tras su liberación las paso en vela, permanecía despierta en el sillón rosa con moho esperando a que ellos derribaran la puerta, los imaginaba uniformados, con el rostro cubierto y el logo de Gondwana estampado en sus hombros, imaginaba los golpes, los insultos y como sería atada a un poste, con sus extremidades siendo retorcidas como un alambre, moliéndole los huesos, dejando una sola tira de carne deforme de lo que alguna vez fue su cuerpo.
Los doctores le dijeron a Loren que su cuerpo se había acostumbrado tanto a vivir con dolor que le era imposible funcionar sin el, pero con terapia y ayuda después todo pudo mejorar, todavía de vez en cuando colocaba sus dedos cobre las llamas ardientes en la estufa o simplemente azotaba su cabeza contra la pared, le resultaba liberador hacerlo, no placentero, pero era como una bocada de aire fresco. Otra cosa que le resultaba liberadora era cantar opera, de pequeña a Loren se le dio todo cuanto quiso, ¿Quería aprender a bailar? Le pagaron las mejores clases, ¿Quería aprender a cantar opera? Contrataron al mejor cantante de Gondwana solo para ella, incluso cuando quiso aprender a hacer el canto de tirolesa solo para cantarles en el oído a sus hermanos dormidos la dejaron. Loren nunca supo que su padre había acordado venderla a cambio de un mejor puesto político, siempre pensó que él la amaba, pero cuando le hicieron usar un collar metálico al rojo vivo empezó a dudar. Loren tan solo duró un mes como Testigo, pero dicho mes fue más que suficiente para destruirle la vida.
Loren amaba bailar y cantar, David no sabía sobre sus dones en la opera o con el canto de tirolesa, ¿Por qué debía saberlo? Con el sexo ocasional era suficiente conexión entre ambos, a veces Loren solo quería sentarse y hablar con David, que él la escuchará cantar y hablar sobre la semana de la moda, pero sabía que no era razonable, a los hombres nunca les gustan esas cosas y Loren no quería abrumarlo, era el primer hombre que amaba de verdad y no quería arruinarlo.
Por eso cuando notó como David miraba a esas lindas chicas de las revistas con piercings decidió imitarlas, su hermana siempre lo hacía, imitaba un poco las cosas aparentes que les gustaba a los chicos de las mujeres, pero pronto Loren se arrepintió de dicha decisión, odiaba no encontrar joyería lo suficientemente bonita como para rellenar sus agujeros, además era alérgica al oro de golfito, necesitaba oro real para evitar una reacción.
Loren tenía una rutina muy, muy estricta, todos los días se levantaba a las cuatro de la madrugada, casi cuatro horas antes de que David se levantará, en ese tiempo ella arreglaba cualquier desastre de la casa, lavaba la ropa, la doblaba, planchaba las camisas de su amado, dejaba pequeños chocolates y dulces de goma escondidos en los bolsillos de los trajes de David, le preparaba el desayuno asegurándose de cortar los trocitos de carne en forma de corazón y hacer una carita sonriente con los huevos revueltos, y tras ello dejaba caer con suma delicadeza tres malvaviscos en el caliente chocolate con crema batida que a su futuro marido tanto le gustaba. Cuando faltaban dos horas para que David despertará ella corría al baño, allí se preparaba, ya tenía todo listo para mantener a David a raya haciendo todo lo que él le gustaba, ahora ella tenía que verse como a él le gustaba, incluso cuando a la propia Loren no le agradaba lo que veía en el espejo. Era una especie de ritual, un ritual para convertirse en alguien muy distinta a la verdadera Loren: mascarillas faciales, depilarse todo el bello púbico hasta dejarse la vagina en carne viva, cremas hidratantes, maquillaje impecable y un delineado estilo zorro para que David supiera lo zorra que Loren podía llegar a hacer.
Loren sabía la clase de chicas que le gustaban a David, siempre, lo supo: una chica exteriormente ruda, la clase de chica que te patearía la cara sin pensarlo, pero que a la hora de la verdad fuera alguien atenta a los detalles y sumisa en la intimidad. Por eso Loren se entrenaba cada mañana para no perderlo.
#2231 en Detective
#623 en Novela policíaca
misterio, misterio romance secretos intriga, misteri odio y amor
Editado: 27.02.2022