Los Niños De Alambre

Cucú, Cucú Cantaba La Rana

David Nadylan corrió a ponerse su chaleco antibalas con los gritos feroces de Tabares apurándolo.

— ¡Rápido! ¡Tenemos que irnos! — Ramírez empujo a David dentro de uno de los autos de policía y corrió hacía otro de los autos.

Siete patrullas y diez motos de la policía seguían muy de cerca a quince camiones negros repletos de soldados del equipo SWAT. Había dos cosas capaces de hacer que todas las comisarías de la ciudad entrarán en pánico: 
1) Recibir un mensaje amenazante sobre colocar bombas en todas las estructuras de la comisaría.
2) Recibir una llamada desconocida de un informante anónimo sobre la desaparición de más de la mitad de los niños de una guardería. 

Y para la mala suerte de su unidad habían recibido ambas, con tan solo dos minutos de diferencia.

A las 9:00 am todas las unidades recibieron una caja de donas, la cual contenía restos de infantes dentro de la masa, dientes, cabello, uñas, trozos de dedos y demás, con un pequeño mensaje escrito en el glaseado "T I C K T A C K ¡ B O O M !" y a las 9:02 am una llamada de un informante desconocido les dio la ubicación de dónde estarían unos niños secuestrados. David comenzó a asustarse cuando se dio cuenta de que las patrullas iban hacía su casa, pero justo cuando sus compañeros que seguían presos por la evitable xenofobia empezaban a mirarlo de reojo, el equipo SWAT dió un giro en U hacía otra dirección, David dio un respiro tranquilo, al igual que sus otros compañeros cuando se alejaron de allí, la idea de un infiltrado era latente y la idea de que el inmigrante negro era el infiltrado resultaba demasiado tentadora para los altos mandos blancos de la unidad. El rostro de David se golpeo contra el cristal cuando Tabares giro el auto con tanta fuerza que Suárez termino aplastando su gran cuerpo contra la diminuta figura de David.
El joven chico miró con anhelo su hogar entre los arboles, allí debía estar Loren presa del aburrimiento y el pánico, hacía días que no estaba con su amada novia y cada minuto lejos de ella era una tortura. 

El equipo SWAT apunto a lo que parecía ser una especie de mansión con una bodega a su lado y un granero detrás de ella. La casa era grisácea y con la pintura cayendo a capas de las paredes exteriores, tenía la apariencia de haber sido incendiada y reconstruida con los materiales sobrantes, las tejas estaban teñidas de negro y la ceniza estaba pegada a las paredes.

El equipo anti-bombas fue el primero en descender del camión, los militares pronto rodearon la mansión y sus alrededores, varios soldados rodearon el granero y la bodega. El equipo anti-bombas lideró un pequeño grupo, empezando a acercarse hacía la mansión. David comenzó a temblar de solo pensar en las aberraciones que los pobres niños tuvieron que pasar. David se quedó al lado de la patrulla, protegidos tras la puerta del auto, con su arma desenfundada y apuntando, Ramírez estaba a su lado en la misma posición, solo que no temblaba tanto como David, Tabares por otra parte se coloco frente a su patrulla con su arma desenfundada y dos policías apuntando a su lado, uno de ellos le extendió un megáfono y ella, con una aterradora tranquilidad escupió su chicle al suelo y comenzó a dialogar...o a ordenar, más bien.

— ¡Bombardero! ¡Esta completamente rodeado! ¡Salga con las manos en alto y los niños sanos, y salvos!  

Ramírez palideció.  

— ¿Qué haces? ¡Harás que nos maten!

Pero Tabares solo puso los ojos en blanco, ignorando a Ramírez.
Un chillido fuerte hizo que los soldados se pusieran en alerta, con sus armas en alto y preparados para disparar a matar. David miró unos parlantes colocados en las esquinas de la casa, los cuales comenzaron a sonar, emitiendo el sonido de una canción infantil.

, pasó un caballero

— ¿Pero que diablos? — Suárez al igual que otros policías se miraron confundidos, pero la gran puerta de madera siendo abierta capto nuevamente su atención.

— ¡Todos listos! — ordeno Tabares.

David notó por el rabillo del ojo a varios militares subiendo con sorprendente sigilo el techo de la mansión, buscando formas de entrar a la casa, el joven supuso que habría más de un francotirador oculto entre los arboles otoñales y la maleza, incluso dentro del pequeño y cercano lago.
La puerta poco a poco empezó a abrirse, David apretó los dientes y posicionó con más firmeza sus dedos en el gatillo. Nadie respiro, nadie hablo o siquiera pensó, todos apuntaban hacía la puerta. Unas pequeñas manos surgieron de la misma y al poco tiempo un niño de tres años se encontraba caminando por el verde pasto frente a la casa, el niño empezó a llorar al ver a tantas personas amenazantes, pero cuando vio las patrullas de policías comenzó a correr hacía ellos. Dos enfermeros fueron a recoger al niño, David intento ir con ellos para verificar el estado del infante, pero al pasar al lado de Tabares ella lo jaló del cuello de su camisa, empujándolo hacía atrás, haciéndolo caer sentado.

— ¡Vuelve a tu posición, detective! — le ordeno Tabares, David quiso protestar, pero Ramírez lo llamó, haciendo que volviera a su lado.

Por fin los dos enfermeros llegaron al lado del niño, el cual rápidamente los abrazó empezando a llorar, la escena era desgarradora, ¿Quién podría hacerle daño a tan inocentes criaturas? Un monstruo, sí, solo un monstruo podía hacer algo así. La puerta de madera se volvió a abrir y esta vez se vieron unas manos de adulto empujando el cuerpo de un niño, quizás de siete años, el niño cayó al suelo, pero rápidamente se puso de pie y comenzó a correr, estirando sus pequeños brazos en dirección de los oficiales, un militar y un policía corrieron a su encuentro, pero justo cuando se estaban acercando hacía el niño un fuerte estruendo se escucho. 
David quedó aturdido ante la explosión, escuchaba un fuerte pitido en sus oídos, creía de todo corazón que había quedado sordo, pero deseo haber quedado ciego, porque lo siguiente que vio fue una mancha roja en el verde pasto, pero no había rastros ni del niño o los enfermeros.




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