Los dejó tirados allí por días mientras se recuperaba lentamente.
Aion Samaras yacía recostado en el sofá viendo televisión, mientras decidía qué iba a hacer en los siguientes días. Los cadáveres de Kevin y Karen estaban en un estado de descomposición avanzado y el olor a muerte comenzaba a molestarlo.
Aion suspiró malhumorado y se puso de pie. Se dirigió primero al cadáver de Karen, que él había cubierto con una manta de plástico, los dedos de ella con sus largas uñas pintadas de azul sobresalían por el borde. Él cerró los ojos y contuvo la respiración por unos instantes. Debía sacarlos de ahí rápido, y no podía simplemente pedirle ayuda a alguien, o contratar un servicio de limpieza.
Tenía que hacerlo solo.
Hizo presión contra su costilla rota, había dolor, pero en los últimos días había menguado bastante. De pronto se le ocurrió que podía disolverlos con ácido, como había visto en una serie de televisión unos años atrás.
Aion había anotado mentalmente ese dato porque en su momento le pareció una buena idea que podía aplicar en situaciones como esa. Pero el solo pensamiento de tener que salir a comprar esas botellas y conseguir un cubículo donde meter ambos cadáveres hizo que rechazara esa idea de inmediato.
Se armó de valor y vendó sus costillas firmemente antes de alzar a Karen y arrastrarla hasta el sótano. Abrió la puerta de una patada y, jadeando, ubicó el cuerpo en la entrada. Aion se enderezó, sosteniéndose del marco de la puerta y, con un empujón, dejó que el cadáver cayera por las escaleras abajo hasta desarmarse en el piso.
Luego fue el turno de Kevin. El proceso le llevó un día entero.
Los cadáveres habían dejado una gran mancha negra en el suelo de la sala. El olor se tornó nauseabundo.
Una vez que los hermanos estuvieron encerrados en el sótano, Aion se dispuso a lavar la casa con cloro y todo tipo de detergentes, cosa que le tomó medio día más.
Después de largas horas cuando el sol ya se había escondido en el horizonte, Aion al fin se metió a darse un largo baño para deshacerse del distintivo y putrefacto olor a humano muerto.
Mientras lavaba su piel obsesivamente, no podía quitarse de la cabeza el abdomen hinchado de Karen por los gases fétidos que se estaban acumulando en sus conductos internos, y la forma en la que los fluidos corporales salpicaron su rostro cuando intentó tomarla de los tobillos para arrastrarla y sus pies reventaron porque la piel estaba muy delgada.
Aion salió de la ducha, débil y nauseabundo, y vomitó en el retrete. La presión contra su tórax debido al espasmo amplificó el agudo dolor en su costilla rota.
Esto estaba jodido. Nunca antes había tenido que lidiar con cadáveres de esa manera. En el hospital se conservaban con el frío, y nunca tuvo que ocuparse personalmente de sus desafortunadas víctimas. Aquello era algo que él dejaba para que la policía… o Gabriel, lidiaran con eso.
«Ya estás bien, te deshiciste de ellos. Ya no tienes que volver a verlos, Sam. Puedes quedarte aquí unas semanas más», se alentó a sí mismo.
Una vez que logró desprenderse de los hedores asquerosos que sentía sobre su piel, se vistió con ropa de Kevin, y se dirigió a la cocina de nuevo. Escudriñó la nevera: había suficiente alcohol como para emborrachar a un oso pardo. Le agradó la idea.
Tomó un six-pack de latas de cerveza y continuó mirando la televisión hasta que se hizo de día y el sol atravesó las ventanas. Su mente estaba extrañamente silenciosa.
Apagó la TV cuando creyó oír murmullos provenientes de la cocina. Se puso de pie lentamente y apuntó con su arma en esa dirección, solo para encontrarse con un pequeño ratón que merodeaba por la encimera.
«Una laucha», pensó, y empezó a reír ante viejos recuerdos. Se preguntó si ese roedor podría convertirse en su nuevo amigo, pero pensó en Morfeo, y un momento después dejó de sonreír. Lo extrañaba malditamente.
Miró al pequeño mamífero con odio e intentó atraparlo, pero el ratón escapó. Aion se sintió asqueado. Tomó otra lata de cerveza de la nevera y estaba a punto de llevarse el borde a los labios cuando hizo una pausa.
«No bebas, tardarás más en sanar, ya no lo hagas». Le dolía la cabeza y la agitó en un impulso inútil de apartar sus pensamientos.
Poco a poco comenzó a recobrar la compostura, y cuando lo hizo, tomó el resto del alcohol y vació lata tras lata en el fregadero. Metió todas las botellas y latas vacías que encontró en una bolsa negra y la puso en el baúl del auto de Kevin y Karen. Luego comenzó a llorar.
«Eres un fracasado», pensó.
Golpeó el tablero del auto con los puños, hirviendo de rabia. ¿Qué diablos estaba haciendo? Todo era un completo desastre.
Pensó en Morfeo y la forma en la que atacaba a esos policías momentos antes de que él saliera huyendo y dejándolo a su suerte; pensó en Gris y su frío cuerpo, la imagen de su pacífico rostro, tan distinto a la expresión de horror y odio en los rostros de Karen y Kevin; pensó en su hijo indefenso; y en lo irreal que era todo aquello que estaba sufriendo.
Pensó en Gabriel, y en lo que su padre le diría:
«Eres débil».
⸺No… ⸺Sollozó, negando con la cabeza.
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Editado: 10.12.2024