—Sam, debes quitar poco a poco el pie del embrague al mismo tiempo que aceleras —le explica su padre con paciencia—. No quites la vista del camino. Así es… ¡Cuidado con ese co…! Cristo…
Es invierno, y cumplió veintiséis hace unos días. Gabriel había preparado una cena especial para él, y Aion soportó la fiesta con una de sus mejores sonrisas y falsa alegría. Era mejor así, Dante siempre se lo recordaba: era importante mantener a su padre feliz.
Aion mira en el índice de su mano izquierda, el regalo de cumpleaños del año anterior: un anillo de oro con el escudo familiar que Gabriel mismo había heredado. Había sido algo extraño ver a Gabriel entregarle aquel anillo de una forma tan fría, y al mismo tiempo, con cierto anhelo, como si se hubiese sentido mal por algo.
»Debí conseguirte uno automático —dice Gabriel, pero él está perdido en pensamientos oscuros sobre su linaje. En Gabriel y sus padres, y los padres de sus padres…—. Pandora está a tu disposición. Esa pantalla te indica tu destino, el tráfico en tiempo real, el estéreo y demás.
Aion había quedado boquiabierto con el nuevo auto que le había regalado. Estaba ansioso por aprender a conducir rápido, pero no tanto por el regalo en sí, sino por la tentadora idea de que Gabriel estaba dispuesto a dejarlo viajar por la ciudad solo y sin supervisión.
»No te centres mucho tiempo en la pantalla o no verás el camino que tienes delante, ¿entiendes? Puede ser confuso al principio. Empecemos de nuevo: colocas el cambio en punto muerto y enciendes el motor. Esto es muy importante. Entonces embrague, y… Eso es… Muy bien.
Hacía más de tres años que el mundo lo había desenmascarado y él había tenido que desaparecer del sistema, pero ahora nadie lo busca. Wintercold al fin había superado al Sniper.
»Ahora tercera, un poco más rápido… yyy… te detienes. ¡No! ¡No tan bruscamente!
Tiene recuerdos vagos de Gris o de Sebastián. No volvió a saber de tía Helena. Eric tal vez esté muerto. Ya nadie recuerda a Iván. Dante reemplazó su eterno periódico bajo el brazo por un agradable bastón. Gabriel sigue igual, solo con más canas alrededor de sus sienes y, aunque su semblante se ha ablandado, su ferocidad sigue aún ahí, bajo su piel.
»¡Es un auto, Sam, no es ciencia de cohetes!
Aion se detiene en la meta que su tío señaló con unos cuantos conos anaranjados, cerca de la entrada de la casa. El silencio lo engulle todo dentro del coche, excepto por el ronroneo suave del motor mientras ambos miran al frente. Sus manos en las dos y las diez de la rueda del volante. La calle les entrega una calma desoladora. Aion observa con su mirada muerta y cansada aquella serenidad indeseada que sólo intensifica la turbulencia en su corazón.
»No digo que eres el peor aprendiz de conductor del mundo, pero si mi vida dependiera de tu habilidad para manejar, ya estaría muerto —dice Gabriel en un enigmático tono, como si quisiera decir algo más, algo que le pasa por la cabeza, y a Aion lo invade la profunda necesidad de llorar sin saber por qué. Sus manos presionan con mayor fuerza en las dos y las diez. El hombre suspira rendido—. Hijo, apaga el motor.
Aion comienza a temblar encogiéndose un poco, y un instante luego acata la orden sin atreverse a mirarlo, pero ve por el rabillo del ojo a Gabriel apretando los labios mientras mira su reloj de muñeca, e inspira con fuerza.
»Sé que… te cuesta escucharme hablar y prefieres que no haga esto —empieza—. He pensado mucho en todo lo que ha pasado entre nosotros, y he reflexionado mucho en la manera en que procesas las cosas. Dios, hay mucho que debo agradecerle a Dante… —musita perdido en sus pensamientos, pero luego reacciona y continúa hablando—: Quiero que sepas algo importante, algo que quizá no me creas, pero…
Aion no dice nada. Simplemente traga saliva, mira hacia abajo y luego hacia delante de nuevo. Sus manos bajan para presionarse juntas sobre su regazo y vuelve a mirar hacia abajo mientras espera a que su padre siga hablando:
»Te amo, hijo. No hay nada en este mundo que no haría por ti, aunque puedas dudarlo. —Los ojos de Aion se abren de par en par, dirigiéndose a Gabriel por primera vez. Hay remordimiento en sus ojos cuando lo ve, como si el hombre se culpara a sí mismo por no decirle esto mucho antes—. Mira, yo… reconozco que he cometido errores en el pasado, he tomado decisiones que te han afectado, y… dejé que nuestras peleas y diferencias nos distancien. —Hace una pausa, sus palabras atrapándose en su garganta por un instante—. Pero quiero que sepas que voy a seguir esforzándome para ser el mejor padre que puedo ser para ti. No importa cuánto tiempo me tome, no importa cuánto tenga que aprender o desaprender de nuevo, nunca dejaré de trabajar en ello.
Gabriel traga saliva. Las palabras parecen ser difíciles de decir para el hombre. Su voz llena de calidez y calma, con un sentimiento genuino en ella.
Aion vuelve a mirar hacia adelante, incapaz de enfrentar sus ojos. Esto no es fácil para él. No quiere escuchar a Gabriel hablar con gentileza y sinceridad porque se siente como una farsa. Un simple truco más para ganar de nuevo su confianza.
«Tantos años, tanto dolor. Y ahora me dice que me ama». Siente un sollozo en su garganta, pero si empieza a llorar será difícil detenerse, así que invierte todas sus fuerzas para contenerse. Aprieta los puños en el volante y a su padre no se le escapa el gesto. Gabriel inclina la cabeza y busca su mirada, pero Aion se rehúsa a verlo.
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Editado: 06.09.2024