Caminan tomados de la mano como dos idiotas enamorados. Esta vez llevan camperas con capucha, lentes oscuros de sol, y andan por toda la ciudad sin que una vez se les cruce por la mente que ahora son fugitivos. Están lejos de todo el mundo como para que alguien se preocupe por ellos.
Por primera vez en mucho tiempo, Aion Samaras está tranquilo, pero no es una sensación que le resulte familiar. Gris no tiene que saberlo. Pero ahora mismo… se siente bien. Se plantea seriamente que quizá Gabriel jamás podrá encontrarlos.
—Tarde o temprano nos iremos de aquí —dice una vez que están sentados en un pequeño local de comidas, y toma una papa frita de la bandeja que acaban de comprar—. A otro país.
Gris dirige sus ojos verdes a él. La sensación de que están solos en el mundo bajo el ofuscante cielo de las tres de la tarde se hace cada vez más fuerte. No es más que otra fantasía, pero la necesidad de estar con Gris está cerca de volverlo loco.
»Gris… no te preocupes, nos vamos de esta ciudad y no volveremos a ver a Gabriel. Eso es lo único que importa.
—¿Una vida simple, en otro lugar?
Aion se inclina un poco más sobre la mesa para tomar su mano.
—No tengo idea de si sería una vida simple, Gris. No soy un idealista, no va a serlo en absoluto. En realidad, no estoy seguro de lo que va a ser o a dónde vamos a ir, pero una cosa es segura. —Él aprieta un poco más su mano y traga saliva antes de seguir—. Estamos juntos. Y eso es algo.
Gris baja la vista a sus manos entrelazadas, dudando.
—¿Por qué a otro país?
Él se le queda mirándola fijo, buscando una respuesta.
—¿Por qué no? Sé cómo conseguir el dinero, y aquí no tenemos a nadie más. Además… Gabriel conoce a mucha gente. No creo que sea fácil encontrar a alguien que no sepa dónde estamos si empieza a mover sus contactos. Si nos vamos a otro lugar, nadie sabrá que estamos juntos. Viviremos lejos de la gente que nos conoce, y nadie nos buscará. A nadie le importaremos… —Gris asiente con la cabeza, alejando su mano de la suya un momento para tomar una papa de la bandeja, pero Aion aún quiere convencerla—. No tenemos a nadie más, Gris —insiste, volviendo sus ojos a la comida sobre la mesa.
Por supuesto que miente. Tiene a Sebastián, tiene a Dante, y quiere creer que aún tiene a tía Helena. Su garganta se oprime tan mal al pensar en ellos, que le es imposible tragar la comida sin mucho esfuerzo.
Gris no tiene a nadie, excepto por Eric. El pensamiento le recuerda cómo se había sentido cuando descubrió que Eric era su padre. Lo odia, pero es importante para Gris. Por eso se había negado a hacer lo que Gabriel le había pedido: matar a Eric, era lastimarla a ella.
—Sam. —Gris interrumpe sus pensamientos y Aion alza la vista—. ¿Estás bien?
—¿Por qué preguntas?
—Has estado revolviendo la misma papa en el kétchup por más de dos minutos —dice, alzando las cejas—. ¿Todo bien?
—Sí, sí…, por supuesto. —Aion se aclara la garganta, llevándose la papa a la boca—. Cosas que van y vienen.
—Bien, bueno… —comienza Gris, bajando la mirada—, hay algo que no te he dicho todavía.
Aion la mira con el ceño fruncido.
—¿Tengo que empezar a preocuparme?
—No, no, nada de eso… Tengo a una persona conocida aquí.
Aion Samaras queda congelado, la mira con una expresión vacía, como si no tuviera una sola emoción. Es una noticia que no esperaba en absoluto. La sigue mirando con su expresión imperturbable mientras la escudriña con sus fríos ojos grises, pero su respiración no es normal, y la velocidad de su corazón tampoco.
—¿Quién es? —cuestiona, casi jadeando—. ¿A quién podrías conocer que se encuentre tan lejos?
Ella sostiene su mirada, traga saliva y vuelve a bajar la vista hacia la bandeja con papas fritas.
—El mundo es un pañuelo —contesta con una leve expresión de afecto—. No te preocupes, es una persona confiable.
—Gris, por favor, dime de quién estamos hablando. —La voz de Aion se vuelve más insistente y preocupada, pero su expresión no cambia en absoluto—… ¿Qué tan confiable?
—Espero que lo suficientemente confiable como para que pueda ayudarnos —dice Gris—. Él nos está esperando.
—… ¿Él? —remarca Aion con una pizca de celos, y sigue quieto por unos segundos, la observa beber un poco de soda, sin dar la cara—. ¿Por lo menos dime quién es?
—Sam, basta —espeta ella, echando un suspiro exasperado—. ¿Confías en mí?
Aion Samaras mira a Gris fijamente, aunque su expresión sigue estática. Sus ojos dejan pasar una fugaz muestra de irritación. La respiración casi puede volver a notarse en su pecho.
Sí la quiere, y mucho. La siguió hasta aquí, o más bien…, ella lo ha traído. Pero nunca se detuvo a pensar en eso. ¿Confía aún en ella? ¿Dejaría su vida en sus manos si de eso dependiera? Aion asiente despacio, ignorando la punzada de pánico detrás de su cabeza.
—Confío en ti… —musita titubeando—. Confío en ti —repite esta vez más firme.
—Bien, entonces nos vamos —termina ella, y tira de su mano para irse de allí.
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Editado: 06.09.2024