El mayordomo golpeó la puerta del salón.
—Adelante.
—Con su permiso. Excelencia, me complace anunciar la presencia del Vizconde Chesterfield.
—Hágalo Pasar —asintió con una sonrisa Lady Johanne.
A los minutos un apuesto joven se quitó su sombrero, e hizo una elegante reverencia, al levantar su rostro, abrió los ojos como plato, y corrió a abrazar a Gregory —¡No puede ser! —exclamó —. Veo que era verdad el rumor que se corría por las reuniones de los nobles, al fin, el próximo Duque de Lancaster ha vuelto a sus raíces.
Gregory —Andrés, qué alegría volver a verte —se fundieron en un abrazo - Así que vizconde ¿Ah? — sonrió con picardía.
Andrés se rascó la nuca y se encogió de hombros —Así es, ya te contaré.
—Está bien, y dime, ¿ya estás casado, tienes familia, o sigues siendo un mujeriego sin remedio?.
El joven dio un palmazo en la espalda de Gregory y lanzó una carcajada —¿Yo?, ¿Casarme?, por Dios, ni en mis peores sueños. Todas las jovencitas londinenses no son más que arrogantes y presumidas, se revolotean como pavos reales esperando al que tenga más fortuna, y mejor título.
—Lo mismo digo amigo, no deseo una esposa por conveniencia, sino una dama con carácter, y que no se interese en cuantos vestidos de alta costura tendrá en su armario, o cuántas joyas para presumir en los bailes.
Lady Johanne, que había escuchado atentamente la conversación, carraspeó llamando la atención de los jóvenes, quienes habían hablado sin tapujo sobre las señoritas en edad casadera.
—Muchachos, con esa mentalidad jamás encontrarán a nadie, no crean que todas son iguales, busquen y encontrarán, pero no con la cabeza, aquella que se deja llevar por la pasión, busquen con los ojos del alma, con el corazón, y cuando sientan que no pueden vivir sin esa persona, pues, esa es la indicada —afirmó encogiéndose de hombros y sonriendo picaramente.
—Cuanta sabiduría Excelencia —asintió con la cabeza Andrés y clavó sus ojos al suelo sopesando todas las palabras de aquella señora.
—Tiene razón madre —se acercó y la beso en su frente - ¿Está bien si me retiro y recorro la ciudad?, la verdad es que necesito tomar aire fresco, el viaje me ha dejado inquieto, extraño muchísimo el salón de Té que está en la esquina de la calle Oxford, aunque no se si aún existe, el té en Estados Unidos es de lo más malo.
—Si por supuesto, vayan, no te preocupes por mi, pediré a Ana que me acompañe a tomar el té, y el salón aún existe hijo, se llama Brickwood Té, sirven un pudin de nata, de lo más exquisito, si puedes, pruébalo, no te arrepentirás.
—Gracias madre, no llegaré tarde, estaré de vuelta a la hora de la cena, la amo —besó su mejilla, acarició su brillante melena castaña, y susurró en su oído —. Eres la mejor madre del mundo.
Lady Johanne sonrió, y una lágrima corrió por su mejilla, su corazón estaba extasiado de felicidad, cuando Alexander envío a su pequeño hijo a la edad de 15 años a estudiar a Estados Unidos una parte de su corazón se fue con él, pero volverlo a ver, a sentir, y saber que se había convertido en un hombre de bien, la llenaba de dicha y orgullo.
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. Bb
Caminaban tomadas de la mano, un sudor frío corría por la espalda de Anastasia, estaba nerviosa, asustada, alerta, pocas veces salía de su casa, y cuando lo hacía, un dolor se situaba en su estómago, una acidez y ganas incontrolables de morderse las uñas.
Sus padres se habían empeñado en no dejarla salir de la mansión, siempre con la excusa; "Aún eres muy joven para salir", "Una muchacha decente y de buena reputación debe permanecer en su hogar", sin embargo ella siempre veía a su hermana Julieta salir al parque con las hijas de las amigas de su madre. Nunca cuestionó el motivo, hasta hoy.
—Elvira, qué razón crees que tienen mis padres para no dejarme salir ni siquiera a tomar aire al jardín.
Ella lo sabía, sabía cuál era el motivo, pero Anastasia no debía saberlo, no aún, no sabía con certeza si ella tendría la fortaleza para digerir aquella verdad, aquella traición que solo había causado daño y sufrimiento.
— Mi niña, yo asumo que para protegerla, y cuidarla, usted es muy joven aún, tiene solo diescisiete años.
—Si, pero Julieta desde mucho antes de cumplir los dieciocho años, se le fue permitido salir a pasear con otras muchachas, a mi nunca me invitaron, es más — Hizo una pausa —. Ahora que lo pienso, siempre han evitado presentarme, ya sea a los socios de mi padre, o a las señoras nobles que se reunían con mi madre a tomar el té, es muy extraño, ¿no crees? — frunció el ceño, y apretó los labios. Dentro de su mente se clavó una espina, algo le ocultaban, y ella no descansaría hasta descubrirlo.
Elvira la miró de reojo, lo que vio en su rostro la inquietó, nunca había visto esa mirada en ella, su mandíbula estaba apretada, sus labios fruncidos, y los ojos ya no eran de aquel tono miel mezclado con un precioso e intenso tinte esmeralda, ahora se habían vuelto oscuros, negros como una fría y misteriosa noche de invierno.
—Anastasia, no pienses cosas que no son por favor, disfrutemos de la salida, tu sabes que pocas veces podemos hacer esto, y Elise siempre me pregunta por ti, te extraña, y mucho.
— Si, tienes razón — sacudió su cabeza, olvidando momentáneamente aquel misterio — ya quiero verla.
Apresuraron su caminata, solo faltaba una cuadra para llegar a la calle Oxford, donde su única y gran amiga la esperaba. Aguardaron en la vereda, mientras un carruaje pasaba frente a ellas, ambas se sorprendieron, era una carroza muy hermosa y lujosa, desde la manilla hacia arriba era de tono rojo, y hacia abajo era de tono dorado, la cortina de la ventana era de una tonalidad carmesí elaborada en terciopelo, llevaba un gran emblema en la puerta; un león con una corona a la izquierda, a la derecha un caballo con una cadena rodeando su cuerpo, al centro de ambos animales se ubicaban dos escudos en azul y rojo, indiscutiblemente pertenecía a alguien de la nobleza, a alguien muy importante.
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Editado: 21.01.2023