Al cabo de unos minutos habían llegado a su destino, ingresaron a un salón donde la luz escaseaba, estaba iluminado en su mayoría por un par de lámparas colgantes tipo araña, el suelo estaba cubierto por una alfombra roja. En el centro predominaba una gran columna de mármol, a su alrededor había un sinnúmero de mesas con caballeros de buen vestir, todos riendo, bebiendo o fumando pipas, pero lo que llamó la atención de Gregory fueron las damas que se paseaban con vestidos extremadamente ceñidos al cuerpo dejando poco a la imaginación, enseñando descaradamente sus bustos, y sentándose en las piernas de los señores, en definitiva, damas de dudosa reputación.
Andrés golpeó su brazo interrumpiendo abruptamente sus pensamientos —. Vamos, ven, te presentaré a un par de señoritas que te harán olvidar las penas — se echó a reír.
Gregory frunció el ceño y se allegó a su oído —. ¿Qué clase de lugar es este?, ¿Es lo que creo que es?
— ¿Qué crees que es?, Si te refieres a un lugar donde podemos satisfacer nuestra naturaleza, si eso es — dijo guiñandole un ojo y encogiéndose de hombros.
— ¿Qué te hace pensar que esto es lo que necesito?, ¿Tú eres tonto?, yo me voy. No creí que fueras esa clase de hombre, entiendo que no creas en el amor, y que no te interese casarte, pero de ahí a solicitar los servicios de señoritas, es otra cosa, y yo no soy partidario de esto.
No estaré enamorado, pero no me entregaré a una dama si no es por amor.
Andrés se quedó boca abierta, abrió los ojos como plato —. No me digas que eres virgen, ¡¿Enserio?!, no lo puedo creer.
Gregory levantó su mentón, acomodó las solapas de su abrigo y contestó con orgullo — Si, lo soy, y no me avergüenzo de ello, al contrario, me enorgullece saber que me entregaré a la mujer que ame, al amor de mi vida — Hizo una pausa —. Si eso es todo, adiós.
Se dió la vuelta y se fué, se negaba rotundamente a seguir en ese lugar. Subió al carruaje, se acomodó en el asiento, golpeó el techo y los caballos comenzaron a avanzar. Cerró sus ojos, y pensó en ella.
Andrés quedó atónito por sus palabras, se quedó parado observando la salida.
~{ Tal vez tiene razón, entregarse por amor debe ser más placentero y deleitoso que hacerlo por satisfacer el mero deseo de la carne}~ pensó.
Estaba ensimismado con sus pensamientos cuando siente unas manos recorrer lentamente su espalda, y luego su pecho, una cálida voz susurró en su oído — Mi Lord, que alegría verlo, lo he echado tanto de menos, ¿Quiere acompañarme? — mordió el lóbulo de su oreja con deseo.
~{Dios, dame fuerzas para resistir}~ pensó con los ojos cerrados.
Se dió la vuelta y sostuvo las muñecas de la libidinosa joven — No — negó con su cabeza —. No seguiré frecuentando este lugar, lo lamento, busque a otro.
Caminó hacia la salida con el mentón en alto, un suspiro salió de su boca.
Un desorden de emociones lo hizo detenerse, ¿Que era lo que sentía?, ¿Alivio?, ¿Orgullo?, ciertamente una mezcla de ambas. Se había quitado un gran peso de encima. Al cumplir la mayoría de edad fue obligado por su padre a asistir a aquel burdel, según él, debía hacerse hombre, al principio lo disfruto, claro, ¿como no?, damas ofreciéndose a cumplir tus mas oscuros deseos a cambio de un par de libras, era maravilloso, un negocio en el que todos ganaban, pero hace un tiempo se sentía extraño, las caricias que le propinaban le resultaban vacías, frías, y ahora, al escuchar las genuinas palabras de su amigo, entendió que era hora de cambiar su actuar.
Al pensar en el amor, inevitablemente el rostro de Elise vino a su mente. Ella, era tan hermosa, la muchacha más hermosa que había visto en toda su vida, tanto así que incluso las mismas rosas envidiarian su belleza. Sin poder evitarlo sonrió como un tonto, ya sabía dónde encontrarla, y no dudaría en comprar una rosa con la excusa de poder verla nuevamente.
~•~•~•~•~•~•~
Tres días transcurrieron desde aquel encuentro en el que todo cambió, similar a un tornado veloz que arrasa con todos los muros invisibles atravesando sus corazones, y remeciendo sus cuerpos.
Anastasia se encontraba inmersa en la soledad de su cuarto, sin ganas de levantarse, de comer, o aún, ver la luz del día.
En su mente sólo había un pensamiento; Gregory, cerraba sus ojos, y ahí estaba él, sonriendo y mirándola como si fuese un precioso y único diamante.
Sin embargo ya estaba exhausta de estar en su habitación leyendo novelas de amor, romances que para ella ya no tenian sentido alguno, cansada de dormir sin poder descansar del todo, y con su estómago que ya rugía exigiendo comida, decidió aventurarse a salir de su confort, no quería llamar la atención, ya que el ajetreo en su casa era tal, que todos corrían de un lado a otro, faltaban exactamente cuatro días para la presentación de Julieta, y se respiraba un aire atosigante, al menos para ella.
Las mejores amigas de Lady Christine habían hecho acto de presencia para ayudar a afinar los últimos detalles, la mayoría de ellas acompañadas por sus hijas, unas damitas presumidas de lenguas muy largas y afiladas.
Anastasia caminó hacia su puerta, tomó la manija, y abrió muy lentamente, asomó su cabeza esperando que el pasillo estuviera vacío, afortunadamente así fue, al cerrar la puerta tras ella, escuchó unas risas muy insufribles para su gusto; una similar a un chancho que huye del matadero, otra que era un poco más normal aunque al reírse pareciera que golpeaba el suelo con su zapato, y finalmente la risa de su hermana, la reconoció al instante, siempre fue de una carcajada muy provocada y poco natural, en resumidas cuentas; una risa fingida.
Estaba a punto de marcharse, cuando oyó que una de las muchachas menciona el apellido Lancaster, se aproximó con el mayor sigilo posible, y acercó su oído a la puerta entreabierta de Julieta.
—Si, al parecer llegó hace unos días a Londres después del fallecimiento de su padre, él es el heredero, el próximo Duque.
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Editado: 21.01.2023