Al día siguiente, a primera hora Elvira recogió la carta de Anastasia y, con la excusa de ir al mercado por vegetales y hortalizas entregó la nota a Harry. Le recalcó insistentemente que era muy importante, y que no debía tomar ningún desvío hasta que llegara a su destino, era un asunto de vida o muerte.
-Está bien señora, iré de inmediato - escondió el sobre en el bolsillo de su chaqueta, se ajustó los cordones de sus zapatos, y salió corriendo como alma que lleva el diablo.
Residencia Duques de Lancaster, Centro de Londres.
-Gregory, noo, no puedes hacer eso, ¿estás loco? -Lady Johanne intentaba hacerlo entrar en razón, la idea de raptar a Anastasia y llevársela del país era desquiciada, y ella no sobreviviría sin su hijo.
-Madre, jamás en mi vida he estado más cuerdo. Yo sin ella no vivo, y si esa es la única opción, pues lo haré.
-No, no, y no, encontraremos la manera, estoy segura.
Y tal parece que Dios la escuchó, el mayordomo ingreso a la estancia con una con una bandeja de plata en las manos, y un sobre encima. Gregory al verlo supo de quién era, se levantó rápidamente de su asiento y la tomó.
-Muchas gracias, ¿han dejado algún mensaje?
-Si su excelencia, el joven dijo que era muy importante, un asunto de vida o muerte.
Ambos se miraron, y el mayordomo pudo ver el miedo reflejado en sus ojos, se dio la vuelta y se fué rápidamente.
-Abrelo, apúrate.
Gregory rompió un costado del sobre, y sacó una pequeña nota, mientras la leía caminaba de un lado a otro, leer algo así sentado, sería imposible. Su madre lo seguía con la vista, no se atrevió a decir palabra, su hijo estaba demasiado alterado, de pronto un golpe de puños en la mesa la estremeció.
-¡No puede ser, maldito infeliz, lo mataré, si le hace algo, lo mato, retorcerse su cuello con mis propias manos! -gritó.
Lady Johanne se levantó y corrió a su lado -. ¿Que?, ¿Que pasa?, déjame ver - con sus manos sudorosas y su corazón latiendo estrepitosamente tomó la carta entre sus manos y comenzó a leer barriendo línea tras línea.
- ¡Oh Dios!, Anastasia peligra al lado de esa bestia... Leopold, Leopold - gritaba desesperada.
Al instante ingreso el mayordomo al salón.
-¿Sí señora?
-Prepara mi carruaje de inmediato por favor, debo salir urgente.
Leopold asintió con la cabeza, y salió casi corriendo del salón.
-Madre, ¿a dónde va?
-Hijo -contestó Lady Johanne acercándose a él y tomando sus manos -. Esta carta, esta verdad cambia todas las cosas, la vida de Anastasia corre peligro -suspiro-. Iré a palacio, el rey es el único que puede autorizar la libertar de ella sin acusarnos de secuestro, este hombre merece ser castigado y pagar por sus atrocidades. Sé que me escuchará, tu quédate aquí, en caso de que llegue otra nota, y por favor, no hagas nada estúpido, creeme, esta carta -sacudió el papel en el aire -. Es su pase a la libertad.
-Madre, no sé si podré quedarme aquí sin hacer nada, me siento atado de manos -sus ojos se llenaron de lágrimas-. La amo, como nunca creí amar a alguien, si algo le pasara, yo no sé qué haría, yo...
Lady Johanne vió su mirada llena de miedo y temor, ella sabía lo que es vivir sin el amor de su vida, y haría hasta lo imposible para que eso no le sucediera su hijo.
-Gregory, te prometo que la sacaremos de esa casa, no me moveré de palacio hasta que el rey nos de la autorización, te doy mi palabra.
-Gracias madre, muchas gracias.
-Adiós hijo, espérame, no tardaré, vendré con refuerzos -Besó su mejilla y salió a paso rápido.
El joven se quedó parado en medio del salón, su presentimiento le decía que Anastasia estaba en peligro, pero tenía que confiar en su madre, y esperar.
Cómo bien dice el refrán; "El que espera y no desespera, encuentra lo inesperado".
Residencia Condes de Pembroke.
El conde había llegado a su hogar evidentemente embriagado, el escándalo en el banquete lo tenía con los nervios de puntas. Asistió al burdel de siempre, entre las piernas de Agnes, la exótica pelirroja de senos abundantes, siempre encontraba consuelo. La primera parte de la noche la pasó disfrutando del monte de Venus que aquella mujer le ofrecía, la segunda parte de la noche se la pasó buscando en la taberna más peligrosa y alejada de la ciudad a sus antiguos amigos, esa cantina donde sólo los criminales y mafiosos se reunían, fue ahí donde encontró a los temidos hermanos McQuaid.
Compartieron un par de copas, y los citó a la mañana siguiente a primera hora a su mansión para un supuesto "trabajo" muy bien pagado.
Al día siguiente, los hermanos llegaron hasta la mansión del Conde, eran dos hombres robustos, de muy buen parecer, y vestidos con elegantes ropas. A simple vista parecían dos caballeros de buen estatus social, aunque esto distaba mucho de su verdadera realidad. El mayor de ellos, tenía una cicatriz desde su oreja hasta el cuello, su rostro era más rudo y tosco, mientras que el segundo que era más joven, poseía una mirada más suave y una sonrisa encantadora, es por esta imagen que reflejaban, que nunca eran considerados como sospechosos, hasta un vagabundo generaba más desconfianza que ellos, ¡increíble cómo engañan las apariencias!
Lady Christine fué la única persona que vió a los hombres ingresar al despacho de su esposo, ciertamente antes no habrían llamado su atención, pero algo que vió en ellos la hizo dudar, pareciera como si ya los hubiera visto antes, pero ¿dónde?, movió su cabeza evitando pensar en eso, no le gustaba indagar en los asuntos del Conde, estaba terminantemente prohibido meter la nariz donde no le correspondía, le podía ir muy mal, sin embargo, algo que no pudo reconocer le hizo guíar sus pasos hasta la puerta del despacho, aprovechando que no estaba cerrada totalmente, ya que el último en cerrar fue el más joven de los hermanos... se acercó sigilosa, y comenzó a escuchar la conversación que estos mantenían.
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Editado: 21.01.2023