Lady Christine llegó a la mansión cuando vio un carruaje ubicado afuera, carruaje sin emblema, todo su cuerpo se tensó de inmediato.
—No puede ser, ¿llegaron?, oh Dios... ¿qué voy a hacer?, Gregory apurate — suplicó.
Se bajó del carro tan velozmente que por poco se cae, pero no le importó... Observó, no se veía movimiento, cruzó la entrada y caminó al despacho del Conde, con sigilo se allegó a la puerta para oír lo que decían.
—¿Qué le dirás a tu esposa cuando se de cuenta que su hija no está ?
—Nada, no tengo que darle explicaciones.
—Tú sabrás, la llevaremos ahora.
—Perfecto, siganme...
La condesa corrió a la habitación de la joven, su corazón latía con fuerza, desesperada abrió la puerta sin avisar, Anastasia estaba sentada en la cama junto a Elvira...con rapidez se acercó, la abrazó y entre lágrimas le dijo:
—Perdóname hija, perdóname por todo el daño que te he causado, no te cuide como debí haberlo hecho... Lo lamento tanto, se que no me creerás, pero por favor perdóname — lloraba tan fuerte que su pecho le dolía. ¿Cómo pudo estar tan ciega?, ¿En qué momento se olvidó de su hija?, nadie más que ella conocía la verdad, su verdad, su dolor. Estaba enamorada de Enzo, se amaban y en sus planes estaba huir antes de que su esposo llegara, sin embargo el Conde apareció cuando nadie lo espero, y desde aquel momento el caos se desató.
Cuando él se enteró de su embarazo, la golpeó tanto que quedó al borde de la muerte, le hizo jurar que no amaba al cochero, y ella lo hizo, para protegerse a si misma y al fruto de su verdadero amor.
La fatídica noche que descubrió su engaño, ella comprendió que ese hombre era una bestia, y desde ese momento todo empeoró.
Ella sí quería a su bebe, la amaba, muchísimo, era su hija, ¿cómo no quererla?, si era parte de su ser, ¿cómo no hacerlo?, si cada vez que la veía recordaba a su amado Enzo. Pero
cuando dio a luz, y el conde vio el brillo de sus ojos, en represalia la golpeó, la pateó, la apaleo tanto que ella debió entregar a su recién nacida a los brazos de Elvira, con el dolor de su alma entendió que no podría criar a su niña, no podría cuidarla como era debido, el Conde no debía ver que la amaba, si se daba cuenta estaba segura de que mataría a la bebe, y luego a ella... Y así pasó el tiempo, cada vez que ella miraba o se acercaba a Anastasia, el conde la golpeaba, tan fuerte, que debía quedarse en su habitación semanas enteras para que nadie se enterara de la golpiza.
Los únicos momentos en que no era víctima de sus puños y patadas era cuando estuvo nuevamente en cinta, el desgraciado no se arriesgaría a perder a sus legítimos hijos.
Los años pasaron, y pudo ver como Anastasia crecía bajo el cuidado de Elvira, era hermosa, educada, y buena, igual a su padre. Lloraba por ella en secreto, y en lo profundo de su corazón siempre la amo. Pero ya no intentaba acercarse a ella, su atención se enfocó a su otra hija, Julieta y al pequeño Alex, no obstante ella cometió el gran error de no frenar el maltrato hacia la joven, al contrario, en ocasiones fué partícipe de las humillaciones de Julieta, aquello hacía que la culpa la inundara, y creyó ciegamente que lo mejor que podía hacer era ignorar que ella existía, de esa manera la protegería, que equivocada estaba. Todo lo que creyó se derrumbó cuando escuchó que la matarían sólo por ser el fruto de su traición, el fruto de su verdadero amor.
En lo profundo de su ser el amor que tenía por Anastasia se removió, cual interruptor que se enciende luego de estar apagado durante mucho tiempo, se dió cuenta del gran error que cometió por muchos años, ciertamente se había perdido a sí misma, y ahora sólo podía esperar el perdón de su hija.
Anastasia estaba desconcertada, toda su vida espero que su madre pudiera abrir los ojos, tan solo un segundo en el que la viera, sólo un segundo hubiera bastado para ella, y aquí estaba, abrazándola, y llorando desconsoladamente, suplicando su perdón.
¿Podría perdonar a la mujer que la llevó en su vientre pero que prefirió ignorar su existencia?.
Si, si podría, Elvira siempre le enseñó a perdonar, y ser feliz. Ya la había perdonado, cuando el amor y la esperanza llegó a su vida con el nombre de Gregory Lancaster, ella soltó esa carga invisible que llevaba en su espalda, esa que le pesaba y la hundía. Fue la mujer más valiente porque decidió cambiar su dolor por la paz, una paz que acariciaba su alma.
La miró a los ojos y le dijo —. Ya te he perdonado, en mi corazón ya no existe el odio ni el rencor.
Lady Christine lloró con más fuerza, de todos los escenarios posibles, jamás pensó que ella podría decirle eso.
De pronto la puerta de la habitación se abrió de una patada, era el conde junto a los hermanos.
—Oh Dios, eres un maldito —gritó la Condesa.
El conde levantó una ceja — Así que aquí te encuentro, ¿Creiste que no me iba a dar cuenta del amor que tenías por la bastarda?, llévensela.. esto es lo que debió haber pasado hace mucho querida esposa.
—Nooooo — gritó Lady Christine.
Anastasia no entendía nada de lo que estaba sucediendo, sólo vio como dos hombres la tomaban de los brazos, desesperada puso resistencia, pero eran demasiado fuertes.
—Hmm, asi me gusta, valiente y hermosa — el mayor paso la lengua por el rostro de Anastasia.
Lady Christine miró a todos lados, tomo un jarrón entre sus manos y se abalanzó sobre el hombre de la cicatriz, le dio en la cabeza, pero el esperpento ni siquiera se movió.
El conde enfurecido la agarró por el pecho y la tiró lejos, cayó sobre el tocador, Elvira que había presenciado todo, ni siquiera pudo moverse, sólo el grito de Anastasia la hizo salir del trance en el que estaba, vió a la señora en el piso sobre un charco de sangre, corrió hacia ella, sacudió sus hombros, pero no respondía, estaba inconsciente.
Comenzó a gritar desesperada, las piezas en su cabeza se encajaron, eran los mismos hombres que mataron a Enzo, y ahora se llevaban a su hija, ~{¿Que hago, que hago?}~ pensó desesperada.
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Editado: 21.01.2023