Los Peleadores de Quetzal - El Lobo de Frizia

07. Lamentaciones

 

 El crujir de las llamas se asemejaba al caer de mil lágrimas que regaban el suelo con su canto fúnebre. Canto, que ardía en coro junto con los gritos de las viudas de aquellos soldados caídos.

 El capitán Wolfrider se mantuvo en silencio, solemne, honrando a sus valientes camaradas, quienes dieron todo de sí por el honor de la legión.

 Y así, finalmente se dio la señal, y frente a las hogueras se alzaron cuernos con forma de cabeza de lobo, y soplaron. Un agudo, pero profundo aullido, brotó de aquella armada hasta perforar el cielo, danzando entre la colmena de humo hasta perderse en el infinito.

 Cuando las hogueras se consumieron, las cenizas de los caídos fueron entregadas en urnas a los familiares de los caídos. El funeral había concluido.

 Wolfrider se alejó de la muchedumbre sin mediar la más mínima palabra. No deseaba ver a nadie más. Se adentró en el fuerte camino a su despacho, irritándose aún más a cada vistazo de las marcas de aquel lycan por todo el complejo. Y al llegar a su oficina, cruzó el umbral como un rayo y cerró la puerta de golpe.

 Se sentó en su silla, apoyando los codos sobre la mesa y llevando sus manos hacia la cara. Estaba sofocado. Necesitaba un respiro. Había sido un largo día después de una fatídica noche.

 Notó un poco después que a su lado le habían dejado una carriola con té y un plato con panecillos, y una tarjeta que decía: “De parte de todos, saldremos adelante, capitán”. Era un lindo gesto, pero no quitaba el desastre en el que había metido a su tropa.

 ¿Cómo pudo ser tan torpe? Se dijo. Había perdido a sus hombres, su viejo amigo había sido asesinado por una bestia, y como si fuera poco, había sido ridiculizado por tres niños huérfanos sin siquiera un mínimo de gracia.

 Pero eso no podía quedarse así, se decía. No sabía cómo, pero de una u otra forma estaba dispuesto a hacer justicia por la pérdida de sus hombres. Estaba dispuesto a sacarle un ojo, así como él destrozó el suyo, forzándolo a llevar un ojo de vidrio y la cara deformada por una horrenda cicatriz.

 Aunque por otro lado, la responsabilidad por las fuerzas caídas durante la persecución seguía latente en su abrumada conciencia. Por su ambición, se lamentaba, y su deseo de dominar la fuerza del joven cometió la mayor imprudencia de su carrera, y gracias a eso familias enteras pagaban el precio de su soberbia.

 Por ello se propuso firmemente el encontrar a Lycanhearth y darle muerte sin bacilar. Así creyó que compensaría la pérdida de tantos buenos soldados, y además, saldaría su deuda con su tropa, con su nación, y consigo mismo como Peleador.

 Pero de pronto, un estruendo tras el umbral quebrantó el silencio, haciendo que el capitán se molestara todavía más.

 -¡Me encuentro indispuesto para cualquier atención!- Exclamó Blaidd. -¡Por favor, vuelva más tarde!

 -¡Blaidd!- Respondió una voz más joven.

 Al instante, Wolfrider se inundó de asombro y de inmediato se levantó para abrir la puerta, y una vez ahí, exclamó:

 -¡Rubi!

 El chico de los cabellos grana miró al capitán frizio con un alarmado aspecto, diciéndole:

 -Tenemos un grave problema…Es sobre Niro…

 Al escuchar esas palabras, Blaidd recordó el incidente en el bosque, por lo que invitó al chico a pasar. Le ofreció entonces asiento y una taza de té, y ya más calmados, le preguntó:

 -¿Qué pasó con el dragón? ¿No puede morir en paz?

 -No, no es eso.- Resopló Rubi.

 -¿Entonces qué es?

 El muchacho respiró hondo, dejó sus manos sobre los muslos y comenzó a decir:

 -El Gran Sacerdote…está furioso…

 -Y no es para menos.

 -¡Iban a matarlo, Blaidd! Nos convocaron para una reunión extraordinaria para ver el caso de Niro y Ionna. Varios de los Doce habían decidido ejecutarlo, después de todo, ya sabes lo que pasa si usamos nuestra Esencia para nuestra propia satisfacción. Sin embargo, el Sacerdote y el resto de nosotros sentimos compasión por su pérdida y acordamos que lo dejaríamos consumar su pena; lo dejaríamos ahí, en la parte norte de la isla para que su tristeza se encargara del resto. Pero resultó que Niro se encuentra cegado por la ira y escapó del Santuario esta mañana. No sabemos en dónde se encuentra, pero lo más seguro es que fue a buscar a ese lycan para vengar a Ionna.

 -¡Bah!- Resopló el capitán. –No es el único que quiere desollarlo vivo.

 -¡Blaidd, esto es serio!- Le reprochó Rubi. –Niro nunca debió salir del Santuario. Y ahora por eso la Orden no le demostrará un mínimo de misericordia; yo podría intervenir y ayudarlo en algo, pero no puedo hacer mucho si se mancha las manos de esa forma. Además, se encuentra gravemente herido, y en el estado que se encuentra dudo mucho que pueda resistir una pelea larga.

 -Sí, eso lo entiendo, Rubi,- dijo Wolfrider -¿pero cómo quieres que te sea de ayuda?

 -Necesito que me ayudes a encontrarlo. Hay que hacerlo entrar en razón. ¡Tiene que entender que la venganza no le devolverá a Ionna y que sólo lo va a hundir todavía más! Así que habla con él, Blaidd. Tú estuviste ahí, tal vez te escuche.




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