Los Peleadores de Quetzal - El Lobo de Frizia

11. Instintos primordiales

  ¡Oh! Arena, nada como una buena corrida en arena fresca bajo los primeros rayos del sol. Ly no podía sentirse más a gusto.

 Maestro y discípulo se habían levantado con el cielo todavía en sombras y luego de un abundante desayuno partieron a esa barrida frente a las aguas.

 Recorrerían cinco kilómetros bordeando la costa, para luego internarse entre la arbolada suroeste de la isla. Allí proseguirían con su práctica.

 Al principio al muchacho, aunque le apenaba reconocerlo, se le hizo bastante pesado seguir el ritmo. Sí, la sensación en sus dedos descalzos era suculenta, fría, pero satisfactoria, sin embargo su inexperiencia en ese tipo de campo le resultaron un desafío bastante complejo. Aun así, el chico no bajó los brazos y puso todo de su parte para alcanzar a su maestro.

 -¿Demasiado rápido?- Quiso saber su instructor durante la marcha.

 -¡No! Estoy b-bien.

 -Porque podemos bajar el ritmo, si te apetece.

 -¡No! En serio...así estoy bien.

 Entre tanto, Ly pudo apreciar a más aprendices a su alrededor (Trainis, como suelen llamarlos), algunos menores que él, otros más altos, pero todos, todos demostrando una férrea convicción al momento de ejercitarse, todo con el fin de un día convertirse en los más fieros Peleadores de Selis.

 -Inspirador, ¿no?

 -¿Disculpe, maestro?

 -Que si no es inspirador.- Le replicó el viejo guerrero. -Ver a todos esos muchachos, cada uno con su peculiaridad, sus orígenes, y todos, motivados a cumplir un mismo sueño.

 -¡Oh! En verdad no lo había pensado.

 -Que bueno, porque de verdad no me gustaría que lo pensaras.

 -¿Disculpe?

 -Querido muchacho.- Lo increpó Xavier. -Si yo quisiera repetir el discurso del rey, me iría vivir a su corte. Todos aquí suelen llegar con el mismo enunciado, pero a medida que pasa el tiempo y cumplen misiones cada vez más riesgosas se dan cuenta que ser un Peleador va más allá de lo que se imaginaron la primera vez.

 -Oh...entonces qué es lo que debo pensar.

 -Buena pregunta, y son precisamente las preguntas que más espero oír de ti.

 -¿Por qué?

 -Porque con ellas me demuestras que estás pensando. Y que estas entendiendo aquello que miras luego de ver.

 Parecía seguir su enunciado, pero el joven continuaba inquieto tras su pregunta anterior.

 -De acuerdo, entonces a medida que pase el tiempo mis prioridades irán cambiando, ¿no es así?

 -Más que eso.- Señaló Reds.

 -Más...entiendo. Más que solo prioridades. Hablamos de objetivos...un objetivo, un propósito...

 -¿Por qué estás aquí, Lycanhearth?- Lo inquirió el maestro de repente.

 -¿Yo? Pues ya sabe...lo del jinete.

Pero de pronto, Reds se detuvo. Miró seriamente a su discípulo y disparó:

 -No pregunté por qué te trajeron. Te pregunté por qué estás aquí. ¿Por qué aquí y no en otro sitio?

 Porque si no, estaría en la cárcel. Pensó Ly, fugaz.

 O muerto.

 -No lo sé, señor...- Se limitó a decir.

Xavier apretó los labios y con una mirada de satisfacción exclamó:

 -¡Sí! Buena respuesta. Ahora sigamos.

 ¡¿Qué?! El joven frizio acabó anonadado. Aunque le quedó bastante claro lo mucho que tenía por aprender. Y lo lejos que estaba aún de recuperar a sus amigos.

 Luego de una hora, el maestro condujo a su aprendiz por un sendero cubierto de pasto, adentrándolos así por un campo cubierto de árboles cuyo grosor era tan denso que recubría sus cabezas de una cegadora sombra, sombra, que poco a poco fue cediendo ante los primeros rayos del alba, revelando así un tinte verdoso de entre las ramas.

 Poco después, ya a lo lejos, el viejo Peleador pudo divisar la silueta de dos jóvenes frente a un gran y recto árbol. Uno de ellos, rozaba su torso contra su acompañante, acorralándole con un brazo, mientras que aquella figura trataba de huir muriendo de vergüenza, pero a la vez, de gusto. Pero tras darse cuenta de que Reds se acercaba, le dio un codazo a su compañero para que se alejara, tratando de actuar lo más natural posible.

 -¿Los hice esperar mucho?- Les preguntó Xavier, una vez allí.

 -¡No! No la verdad.- Le comentaron ellos, en coro.

 -Me alegra.- Y tras una pausa, señaló al muchacho con su mano y les dijo: -Este es mi nuevo aprendiz. Lycanhearth.  Muchacho, ellos son Casei y Lucy. Nos ayudarán a perfeccionar tus técnicas de lucha.

 -Aprendiz nuevo, ¿eh? Pues un placer.- Le comentó Casei, estrechando su mano.

 -Bienvenido al Santuario, pequeño.- Lo recibió Lucy, con una tierna sonrisa.

 Los dos parecían tener una buena contextura pese a que se veían bastante delgados, aunque Casei era el más alto de los dos. Este tenía el cabello blanco y los ojos color violeta, ojos que relucían con aguda malicia cuando su engreída sonrisa salía a escena.




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