Los Peleadores de Quetzal - El Lobo de Frizia

13. Soldados de Frizia

A la mañana siguiente dictada su sentencia, la carroza que transportaba a los muchachos se presentó ante aquel basto yermo rodeado por montañas. Era un complejo cercado por muros de madera y cuatro torres en sus esquinas. En su interior destacaba un seco suelo de tierra, en cuya esquina norponiente se ubicaba un conjunto de cabañas pintadas de gris con un grabado de las insignias del ejército frizio, insignias que representaban a las tres divisiones de la milicia ubicadas como un triángulo alrededor del escudo de armas de la familia real. Frente a estas, relucía un amplio caserón de adobe con tejas de barro cocido, y terrazas de loza recubiertas de roja cera. Por otra parte, en el sector oriente del recinto, se ubicaban en una larga hilera sobre los bordes los caniles para los lycans, hechos de madera con rejas en red y tejado de latón, y los salones de clases alineados del otro lado.

 Los chicos no sabían que decir. El sitio se veía lo bastante imponente, a pesar de su simpleza, en especial por tan intimidantes oficiales custodiando el perímetro desde lo alto de cada muro.

 ¿Cómo sería el entrenamiento? Se preguntaban. Una cosa tenían claro. Sería duro. Tanto como para estar a la altura de Wolfrider y de todos esos oficiales que se presentaron en su juicio.

 ¿Pero y los reclutas, cómo serían? Mientras no fueran tan miserables como Vradfor, todo estaría bien. Acordaron.

 En cuanto a este último, claramente ni se molestaron en llamarlo a declarar. Nadie les creyó sus alegatos. Se lo esperaban. Pero por lo menos, descubrieron que no fue su responsabilidad el que los atraparan, pues durante la audiencia Blaidd mencionó que detectó la Esencia de Ly mientras regresaban de un estudio cartográfico en terreno, y al ver que se trataba de un asalto, intervinieron. Sin mencionar que los lobos frizios se encuentran entrenados para detectar en el aire las feromonas secretadas durante la manifestación de ciertas emociones, entre las cuales se encuentran las expresiones agresivas, temerosas, incluso las maliciosas. En otras palabras, huelen tanto el miedo, como las malas intenciones.      

 Mala suerte.

 Bueno, al menos no fueron a prisión. Pensó Isabel mientras posaba sus ojos en las anchas puertas reforzadas en hierro que los recibían.

 Al culminar el trayecto, el oficial que les transportaba los acercó hacia una caseta al lado del portón y comunicó al guardia tras la ventanilla la situación. Este les pidió que esperaran un momento y se adentró en el recinto para dar el aviso de su llegada, a lo que luego de un rato se presentó ante los chicos un individuo de rostro fornido y ancho bigote, este escuchó atentamente el aviso de su camarada, quien tras ir lo más pronto al grano, le entregó una nota de parte de Bulnes. Acto seguido, el oficial les hizo pasar.

 Adentro pudieron ver distintos grupos de jóvenes repartidos por ese llano. Estaban divididos en grupos de a cinco y cada división se encontraba realizando distintas series de ejercicios. Parecían muy concentrados, y sobre todo, motivados.

 Una vez ahí, tanto el celador como quien le prosiguió se dirigieron hacia un fornido brigadier de piel de leche y cabellos dorados, quien al ver la nota de Bulnes llamó a todos allí presentes y los reunió frente al vigía y los recién llegados.

 -¡¡¡Atención…!!!- Exclamó el oficial. -¡Los hemos reunido aquí para informarles del último comunicado del General Augusth Tadeus Bulnes! ¡Nuestro General indica que, por órdenes de su Majestad, el Rey Victis Segundo, aquellos muchachos aquí presentes, han sido, a partir de hoy, integrados como miembros de esta institución! ¡De modo, camaradas, que a partir de la fecha ustedes han de tratar a estos dos nuevos reclutas como si fueran parte de su familia, además de guiarlos por este, su nuevo camino, inspirándolos a cumplir por sobre todas las cosas lo correspondiente al Deber, y a dar siempre lo mejor de sí por el bienestar de nuestro pueblo! ¡¿Se ha oído bien?!

 -¡Sí, Señor!- Exclamó en coro la tropa.

 -Muy bien.- Prosiguió este. Y al dirigir la mirada hacia los muchachos, les dijo: -¡Ahora bien, ustedes, un paso al frente!

 Algo intimidados, se acercaron al batallón. Querían dar la mejor impresión posible.

 -¡Ahora, reclutas, dígannos sus nombres!- Ordenó el Brigadier.

 -¡Isabel Rives!- Exclamó esta, apretando los ojos. Y tras una tímida sonrisa, agregó: -Mucho gusto a todos.

 -¡Esa postura tan débil no es propia de una guardiana de Frizia, recluta!- Le reprendió el Brigadier. -¡No insulte a sus compañeras de tropa con su actitud!

 -¿Ah? Pues… Lo-Lo lamento.

 Relájate. Se decía ella, presa ante las miradas de los oficiales.

 -¡Y usted, recluta! ¡¿Cuál es su nombre?!

 -¡Mark Bloom, Señor!- Exclamó este, con seriedad.

 -¡Oh, perdone, pero su servidor no pudo escuchar ese chillido tan pobre! ¡¡Diga su nombre otra vez, y más fuerte, si no es molestia!!

 -¡¡Señor, Mark Bloom, Señor!!

 -¡¡Oh!! ¡¿Y encima de mudo, sordo?! ¡¡Más fuerte para todos le oigan!!

 -¡¡¡Señor, Mark Bloom, Señor!!!

¡¡Dum!! Resuena de pronto el puño del Brigadier contra el vientre de Mark. Este cae de rodillas frente al Brigadier, ahogándose en tan punzante dolor.




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