Entonces lloré hasta que creí morir ahogada, más la muerte no hubo de permitirlo, me otorgo el don de vivir sin aire. Recuperada de la inconsciencia decidí secarme, abrí puertas y ventanas, encendí una pequeña hoguera para secarlo, y en consecuencia a mi total abstracción incendióse la habitación; drástico fin a drástico existir, pero la muerte otra vez intercedió en mi favor, las llamas no lastimaran mi carné. Terminado ese momento viendo mi hogar consumido decidí salir “ver el mundo”, camine sobre carbón encendido sin notarlo, sentí abrirse y cerrarse mi carne en el preciso instante que el filo dejaba de atravesarme, hice de beber venenos miles sin que ninguno surtiera efecto. Si la muerte hizo de mi protectora, viví mil años sin sentir la esperada hora. Mis zapatos estaban destrozados pero mis pies no dolían ni sangraban. Mi cuerpo ni rígido ni flexible soportaba la ardua jornada, soporto miles de caídas y cada vez se levantaba con más gracia.
Camine tanto tiempo sin hacer más que pensar, mis sentidos deben haber estado dormidos, no vi nada tangible, no reconocí ningún sonido y a mi tacto lo duro y lo suave eran iguales. Debí cruzar tantas ciudades, atravesar tempestades, y ensimismada en mis pensamientos dar discursos miles a quien sabe quiénes y sin saberlo inspirar a tanta gente que cuando “desperté” me vi en una cima, rodeada de gente, vi lo que hice y conseguí, quién fui y lo que soy, y allí morí.
La muerte estaba esperando que me diera cuenta. No me hizo inmune a mi, y cuando me di cuenta que estaba completa mi vida……
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Editado: 27.05.2021