Los polos opuestos se atraen

Capítulo 3

La alarma de Camila sonó a las seis en punto y de mala gana volvió a levantarse para otro día más.

Ayer después del trabajo salió corriendo para la universidad solo para llegar y que le digan que el profesor no iba a ir esa noche. Estaba furiosa, había recorrido media ciudad y que le dijeran que no tenía clases era un insulto.

Molesta volvió a su casa donde su madre y su hermana estaban preparando la cena y se sorprendieron de verla a esa hora.

- ¿Hija pasó algo? – Le había preguntado su madre.

Ella les contó todo y después de darse una ducha se acercó a ayudar a su hermana que estaba poniendo la mesa.

Pasaron una linda noche y aunque seguía enfadada por haber perdido horas en ir y venir de la universidad estaba contenta por pasar tiempo con su familia. Últimamente apenas las veía, madrugaba mucho y apenas si pasaban una hora en la mañana y algunos minutos en la noche porque llegaba tan cansada que solo pensaba en dormir.

El hombre del restaurante aún seguía en su mente y le interesaba saber más de él. Ayer después de salir corriendo luego de que la asustara se quedó pensando que era una idiota. Podría haber averiguado algo, como quién era y su nombre completo para googlearlo pero había sido tan estúpida que no pensó en eso cuando corrió como una cobarde.

En realidad no la había asustado solo que la sorprendió verlo allí y no reaccionó como debería. Se sentía tonta por insultarlo y burlarse de él.

Solo esperaba que volviera a comer o cenar algún día en su trabajo para darle otro vistazo.

Después de arreglarse estaba bajando a desayunar cuando sonó el timbre de su casa y como su madre estaba en la cocina ella fue a abrir.

- ¡Ana! – Dijo sorprendida mirando a su amiga.

- Hola. – Camila la abrazo y la invitó a pasar. Ana estaba algo cambiada, hacía un par de semanas que no la veía y le parecía que estaba más radiante.

Pero claro su embarazo debía ser la causa.

- Lamento venir tan temprano pero tenía que hablar contigo.

Elena apareció en la sala caminando con sus muletas y se alegró de ver a la amiga de su hija.

- ¿Ana como estás cariño? – Se acercó a saludarla y Ana encantada la recibió.

- Bien bien, escuchen no tengo mucho tiempo antes de que pase el autobús así que ahí va. – Miro a Camila. – Le dije a mi jefe que estaba embarazada y que ya no podía hacer todo el trabajo que él me pedía.

- Al fin. – Contestó Camila, sabía que su jefe era un tirano con problemas de extraños que no dejaba que nadie excepto Ana limpiara la casa. – Se te notaba que estabas agotada amiga.

- Si si, por eso le pedí que contratara a alguien y como él no quería pasarse días buscando a alguien de confianza le recomendé a mi amiga. – Dijo señalando a Camila.

- ¿Qué?

- ¿Recuerdas que me dijiste que querías dejar el restaurante porque estabas cansada y a veces tenías que faltar a la uni para quedarte trabajando como esclava?

- Si pero…

- Bueno, mi jefe accedió a que vinieras el fin de semana conmigo para una prueba y si le gustas te dará el trabajo.

- ¿Pero Ana eso será solo por unos meses? ¿Qué pasará cuando tengas al bebé? Yo necesito algo fijo.

- Pues le diré que mi hijo me necesita y que no puedo hacer todas las horas que él me pide y listo. Además está forrado en plata y si le gusta tu trabajo seguro que te deja fija. La casa es enorme y necesita más que un par de manos.

Camila pensó en la posibilidad de trabajar con su amiga. Era cierto que quería dejar su trabajo porque aunque pagaran más o menos decente aún tenía que ahorrar cada centavo que ganaba y hace meses que no se podían dar ni un gustito decente como comprarle ropa a su hermana y a su madre o siquiera una noche de pizza.

- ¿Cuál es el sueldo? – Preguntó.

Su amiga dijo la cifra y ella chifló sorprendida.

- ¿Tanto por limpiar una casa?

- Si, pero te ganarás cada centavo, esa cosa es gigante.

Camila hacía cuentas en su mente y con ese sueldo podrían dejar de estar tan apuradas en su casa. Era el doble de lo que ganaba en su trabajo y tampoco eran tantas horas porque iban a estar repartidas con su amiga.

- Está bien. – Dijo.

Ana sonrió satisfecha. Estaba segura de que conseguiría el trabajo, puede que el jefe fuera un ogro en las relaciones externas pero él valoraba el trabajo duro y seguro que aceptaba.

- ¡Genial! El fin de semana te paso a buscar y…

- ¿Pero no trabajas este fin de semana? – Preguntó Elena a su hija.

Aunque le encantaba la idea de que dejara el trabajo que tenía no quería que la echaran antes de conseguir el otro.

- Tengo una asistencia perfecta y nunca me tomé los dos días por enfermedad…

- Gran idea. – Ana miró su reloj y bufó al ver la hora. – Me tengo que ir. – Les dio un beso y un abrazo a cada una. – El sábado vendré temprano a esta hora más o menos ¿sí?




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