Los portales cósmicos

El sacrificio

Tras descansar algunas horas, los magos se dedicaron a despertar a aquellas personas que eligieron para ayudar en la construcción del utzikab. Todos fueron llevados al castillo para que el hechizo del tiempo dejara de hacer efecto en ellos.

Sin embargo, pronto se daban cuenta que sería más difícil de lo que pensaban. Shui y las llamas gemelas fueron los únicos con los que tardaron sólo algunos segundos para poder concentrar su habilidad de emanar amor para poder mantener a esos seres malignos lejos del castillo, creando una gema de color rosa y contra la lujuria, una en tono fucsia.

Para obtener la gema azul de la paz de Nmgl tardaron algunos minutos. Y fueron los únicas con los que se pudo concentrar rápidamente su energía. Con el resto, fueron horas. Incluso, el mismo Neruana se sintió avergonzado cuando pasaron diez horas y apenas habían logrado obtener una pequeña gema ámbar.

―Estoy muy lleno de enojo ―se quejó, intentando levantarse del sofá donde estaba sentado―. Deberían elegir a alguien…

―Te elegimos a ti, Neruana ―Kayah lo obligó a sentarse de nuevo―, y no nos equivocamos, aunque esté tardando, estamos logrando obtener el valor que hay en ti.

―En efecto, el rencor que sientes por aquellos que te han hecho daño está mermando el proceso ―intervino Baba Yagá―, pero tu energía no se está dispersando.

―Pero a este paso, el tiempo volverá a correr y no habremos obtenido más que la mitad de las gemas.

En eso tenía razón. Ya habían pasado cinco días, y aún faltaba concentrar todos los elementos necesarios para construir la semilla, y aunque lo lograran antes de que el tiempo avanzara, aún debían determinar cuál era el Gaia más puro para sembrarla.

―Citlalli revisaba las gemas junto con el doctor Filippenko, el científico observaba con mucho orgullo la enorme gema completamente traslúcida que obtuvieron de su energía.

―Así es como siempre visualizaba al conocimiento ―dijo él, sonriente―, puro, transparente. Me recuerda un hallazgo reciente que se obtuvo del James Webb, una galaxia pura, sin materia oscura, sólo de luz. En cuanto supe de esa galaxia, por alguna razón la imaginé como un lugar muy puro, donde la ignorancia no puede habitar.

―¿Qué es la materia oscura? ―preguntó Atziri.

―Es una energía que sabemos que existe, pero que no emite ninguna luz ni… ―el profesor se interrumpió a sí mismo con el gesto de alguien que al fin entiende todo. Intercambió miradas con Citlalli quien también lo comprendió.

―¡Es una galaxia pura! ―dijeron a la par.

―Si cada planeta tiene un Gaia ―dijo el profesor―, entonces, las galaxias también deben tenerlo.

―¿Tiene idea de dónde se puede encontrar, profesor? ―preguntó Juliano.

―Si los de la tierra están en el centro de cada dimensión, supongo que el de la galaxia debe estar en su núcleo, en el agujero negro que está en el centro de la Vía Láctea. Pero eso implica otro problema, nada ni nadie sobreviviría en un agujero negro.

―Debe haber una forma ―Ikal miró al científico―. Profesor, hábleme de todo lo que sabe de esos agujeros negros.

El profesor habló con él por varias horas, pero por más que intentaba saber, no lograba encontrar una respuesta. Inhaló con fuerza y miró a Baba Yagá con un gesto de gravedad.

―Temo que esta vez me veo sobrepasado. Nunca aprobé la necromancia pero ya no tenemos tiempo. ¿Crees que puedas encontrar la respuesta?

―Ya intenté adelantarme, amigo ―dijo Baba Yagá observando unos huesos de tlacuache flotando frente a ella―, pero no puedo ver la respuesta con mis muertos antiguos. ―Volteó a ver a Ikal con tristeza―. Sabes que no lo pediría a menos de que fuera estrictamente necesario. Sólo un muerto reciente me serviría para encontrar la respuesta a un enigma tan grande.

Ikal frunció los labios. Era el único que podía hacer ese sacrificio, pues podría regresar a la vida en unos meses. El problema era que, aparte de que tardaría años en recordar quién es él, había decidido no regresar después de su siguiente muerte. Pero ya había sacrificado todo de sí. Unos años más no serían diferencia.

―Supongo que no hay remedio ―dijo suspirando―. Como sea, yo puedo reencarnar. Toma mi vida y encuentra la respuesta que necesitamos.

―¡No! ―su abuelo entró a la oficina azotando la puerta.

―¡Abuelo! ¿Qué hacías espiando?

―No lo permitiré. Yo sé que eres un mago, pero ―el hombre vio a Baba Yagá, con un rictus de dolor―, para mí sigue siendo mi niño, mi nieto. Tómame a mí.

―¡No, abuelo! ―Jesús se paró frente al director Muñoz convirtiéndose en niño nuevamente―, no tienes de qué…

―Ya enterré a mi esposa. Ya enterré a mi hija y a mi yerno ―dijo el hombre con voz desgarradora―. No me hagan enterrar a mi nieto. No lo resistiría.

Jesús se quedó sin palabras. Estaba a punto de explicar a su abuelo quién era él realmente y de cómo la muerte no sería una despedida total. Pero eso último lo dejó simplemente sin argumentos. Aunque fuera a reencarnar, ya no sería más su nieto, nacería en el seno de otra familia, y no creía que eso fuera consuelo suficiente. Pero, por otro lado, no quería que Baba Yagá tomara otra vida inocente.

―Es tu decisión, amigo ―dijo Baba Yagá―. ¿Quieres explicarle a tu abuelo…?

―No necesito que me expliquen nada. Soy yo quien tiene que explicarles. ―El hombre se levantó su camisa, dejando ver un vientre amoratado y abultado.

―¿Abuelo…? ―Jesús volteó a verlo con un gesto de preocupación.

―Cáncer, en el estómago ―intervino Agastya―. Me lo dijo cuando se enteró de nuestra condición de magos. Quisimos ayudarlo, pero está en un nivel muy avanzado, así que sólo lo hemos mantenido controlado.

―Le he estado dando pociones que prolongarán su vida por un par de años y quitarán el dolor ―dijo Neruana―, pero no puedo hacer nada más. Ya no tiene cura.

―Me darías una muerte piadosa ―se dirigió a Baba Yagá―, y me salvarías del dolor de ver a mi nieto morir. Por favor, toma mi vida a cambio de la de él. ―Baba Yagá volteó a ver a Jesús. Él se agachó.




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