Lucía y el vecino forcejeaban, pero no de la manera que yo esperaba. El chico le sujetaba un brazo por detrás de la espalda y, tapándole la boca con la otra, la obligaba a inclinar la cabeza a un costado, de modo que dejaba el cuello al descubierto. Ella, por su parte, estaba paralizada. Le vi el terror en los ojos.
Dudé un instante, pero mi cuerpo reaccionó solo. En dos pasos llegué hasta ellos y sujeté la cara del atacante, alejándolo de mi hermana, de modo que lo forcé a abrir la boca y le introduje el ajo lo más profundamente que pude. Aunque todo pasó muy rápido, alcancé a oler su aliento a podrido y distinguí los colmillos superiores. Estaba segura de que antes no los tenía tan largos.
El vampiro (porque ya no cabía duda de que lo era) retrocedió unos pasos, con las manos en el cuello. Aproveché el momento para acercarme a Lucía, que estaba medio desmayada en el piso. Se tocaba el brazo lastimado y sollozaba. Le acaricié la cabeza.
—¿Estás bien? –le pregunté con suavidad.
—Sí.
Mientras tanto, el vecino seguía ahogándose con el ajo. No sé por qué no se lo había sacado; quizás lo tenía atascado en la garganta. Petrificadas, lo vimos tambalearse de un lado a otro, abriendo mucho la boca y haciendo unos ruidos guturales que me hacían estremecer. Dio unos pasos al costado, hacia atrás, y terminó bajo la luz del sol que nacía.
Con estupor, noté que la piel se le iluminaba con un brillo dorado. El vampiro lanzó un quejido largo y profundo mientras el brillo tomaba un color rojizo que se hacía cada vez más intenso, hasta que comenzó a emanar un vapor nauseabundo. Se estaba quemando.
Las arcadas de la noche anterior volvieron con más fuerza; tomé a Lucía de la mano y la ayudé a levantarse para alejarnos de ese olor asqueroso. Yo quería entrar a casa, acostarme de nuevo y olvidarme de todo, pero ella se detuvo a último momento para ver el final de la combustión. Una llamarada espectacular redujo el cuerpo a cenizas en unos pocos segundos.
Las náuseas cedieron, aunque el tufo a quemado todavía era fuerte. Lucía se acercó unos pasos y se detuvo, en silencio. Yo me quedé un poco más atrás, le puse la mano en el hombro y dije:
—¿Viste que tenía razón? Los vampiros no brillan.
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Editado: 05.08.2022