Los privilegiados del azar

Capítulo 4 - Medidas de posición





Las medidas de posición sintetizan la información obtenida, reduciéndola a un solo valor. Las más usuales aluden a un número “central”, y se denominan “promedios”. Los promedios más importantes son: la media aritmética, la mediana y la moda. Pero hay otras medidas de posición no centrales: los cuantiles.


Noviembre de 2010.

Arona. Tenerife. Islas canarias.

Promedios

Isidro consideraba a su mujer, Marlene, como un promedio de promedios. La veía como una media aritmética, pues, estadísticamente, esta representa el punto de equilibrio de la distribución. Si representamos gráficamente una distribución de frecuencias y esa gráfica fuese una maqueta suspendida en el aire, la media aritmética sería el punto de apoyo que mantendría en equilibrio la maqueta para que no cayese. Y así veía a Marlene, como su punto de equilibrio que le impedía caer.

También la asemejaba a una mediana, que, en Estadística, recoge el valor tal que la mitad de los datos son inferiores a él y la otra mitad superiores. Marlene no era diosa ni diabla; no era opulenta ni pordiosera, ni la más lista ni la más torpe…; la mitad de las mujeres eran más “algo” que ella, y, la otra mitad, menos “algo” que ella.

Por último, era una moda (valor que más veces se repite), pues, si él hubiese tenido muchas novias en su pasado, cosa que no fue así, estaba seguro de que la mayoría de ellas serían muy parecidas a Marlene. Tenía todo lo que él podía ansiar.

En definitiva, Isidro la “posicionaba” en el centro de la distribución de su vida. Deslumbraba con su larga melena de color castaño claro que, en verano, irradiaba unos reflejos entre dorado y pelirrojo. Tenía cuerpo de muñeca, casi juvenil, lo que le daba un atractivo especial. El paso del tiempo no había castigado aún sus facciones, a lo cual contribuía su eterna sonrisa. Isidro, por su parte, era mucho más serio, de facciones duras, varoniles. Marlene solía decir de su marido que parecía proceder de la Europa del Este.

El carácter de Marlene podría definirse como una esponja. Tenía esa extraña cualidad, que Isidro no llegaba a explicarse, por la cual todo el mundo le contaba sus problemas. Seguramente esa atracción especial se debía a que ella sabía escuchar; incluso se atrevía a dar consejos, y estos solían ser bastante atinados. Su marido pensaba que tendría que haber estudiado Psicología. Y es que, como una buena esponja, también tenía una facilidad admirable para escurrir y vaciarse las neuras de sus confidentes. Él, por el contrario, era incapaz de filtrar. Si se implicaba en algún asunto ajeno, lo mezclaba con sus propias preocupaciones y lo arrastraba indefinidamente.

Isidro y Marlene formaban una pareja sedimentada con mimbres de estabilidad. Siempre que podían estaban juntos. Ante cualquier amago de posible discusión solían hablar mucho, hasta el agotamiento. En cualquier caso, la mayoría de sus discrepancias eran por asuntos pueriles, y ellos aceptaban que la inmadurez manifestada en esas discusiones no era más que un derivado lógico de una relación rebosante de familiaridad y empatía. La tarde anterior, sin ir más lejos, habían decidido ver en televisión una de las teleseries de humor que solían emitir a aquellas horas en diferentes cadenas. Marlene había sintonizado una cadena cuando Isidro llegó de la cocina con un paquete de palomitas recién salidas del microondas. Entonces se produjo una de esas absurdas (aunque inocentes) peleas por el mando a distancia.

—¿Cómo es que estás viendo una serie de humor norteamericana? Son mucho mejores las europeas, Marlene.

—¿Qué más da, cariño? Esta es bastante buena —había dicho ella, sin apartar la mirada de la pantalla de treinta y dos pulgadas.

—Claro que tiene importancia. Resulta que las series de humor americanas, en su mayoría, están contaminadas. Se trata de humor mezclado con moralinas. Me parece cargante. Las europeas, en cambio, son series de humor puras, desvinculadas de esos disparatados mensajes que solo pretenden adoctrinar.

—Pero ¿qué demonios estás diciendo? ¡Solo quiero ver una serie y reírme un rato! No me creo que te plantees todo eso para decidir qué programa ver. ¿Serías capaz de no ver algo que te gusta por motivos éticos?

Marlene conocía las limitaciones de su marido. En algunos temas tenía unas ideas bastante claras, pero era un poco excesivo y testarudo a la hora de exhibirlas. Ella, claro, sabía convencerlo a base de hablar y hablar. Al final se había salido con la suya, e Isidro tuvo que tragarse la serie norteamericana.

Sexualmente, la complicidad era perfecta, pues ambos eran lo suficientemente inteligentes como para asimilar que una pareja no siempre coincide en los momentos de apetencia sexual. Y entendían que, en esos casos, uno de ellos no podía marcarle los tiempos al otro. Por eso tenían un acuerdo implícito de participación desinteresada (y entretenida), por parte del inapetente, en la masturbación de su excitada pareja; y así nunca se recriminaban nada.

Aquella tarde del 3 de noviembre habían ido a visitar a unos amigos en Arona, al sur de la isla, municipio en el que Marlene e Isidro habían vivido casi dos años de su vida antes de mudarse, en septiembre de 1997, a La Orotava, en la zona norte. Julián y Vera habían sido vecinos suyos, aunque ahora se habían mudado a otra zona del municipio. Ambos ejercían como pediatras en un centro de salud. Estuvieron hablando de Estadística, pues ambos formaban parte de un equipo de médicos investigadores que manejaban datos estadísticos. Marlene aguantó como pudo una aburrida conversación en la que ella poco podía aportar.

Una vez se hubieron despedido de sus amigos, Marlene tuvo una idea.

—¿Qué te parece si vamos a visitar el edificio de nuestro antiguo apartamento?

—¡Genial!

Aparcaron delante de la envejecida construcción, un complejo de apartamentos con una piscina comunitaria, cancha de tenis y gimnasio. Como movidos por un resorte telepático, ambos levantaron la cabeza al unísono y buscaron, en el quinto piso, el balcón de aquella que fuera su morada durante los primeros años que pasaron juntos. Los enormes ventanales, que en otro tiempo fueron suyos, estaban ahora adornados con unas cochambrosas y desvencijadas cortinas.




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