Hubo mucho tiempo antes de llegar a tierra en el que pude meditar sobre todo, así que para cuando llegué a la arena de una nueva playa abrí mi pecho, arranqué la costumbre que se había formado como una estatua de corales y raíces alrededor de mi corazón (la costumbre eres tú) y la dejé en mis zapatos para que no muriera, pero para que ya no me perteneciera.
Caminé hacia la civilización luchando por saber cómo usar mis pulmones ahora que esa costumbre no estaba en mí. No te necesitaba, pero mi existencia estaba vacía sin la tuya iluminando la mía.
Llegué a una montaña hacia el anochecer. Un girasol me saludó sin hablarme, ni verme. Solo era una flor más en mi camino. Las estrellas adornaron el cielo como un manto apolillado, ya no me recordaban a las manchas de pesadillas bajo tus ojos.
Lo había logrado.