Para cuando el cielo se tiñó de malva me di cuenta de que no era necesario arrancarte, olvidarte, o borrarte de mí. Quise volver a buscarte para guardarte en mi memoria pero, al ver hacia el océano vi a mi bote ahogarse en la marea tejida con hilachos de la luz del sol.
El miedo me golpeó el pecho y corrí a la playa a buscar la costumbre que había abandonado pero el mar ya la había arrastrado con la marea, y yo... Yo ni siquiera sabía nadar.
Así que siempre volví a esa montaña a ver el amanecer, esperando que el sol descongelase las partes heladas que tu ausencia dejó.
Lo supe ahí, en esos momentos, y siempre me encargué de recordarlo: cada persona es una historia en nuestra vida, pero la historia siempre tenderá a perderse en el pasado y yo ya no estaba dispuesta a enterrarme con ella.
Me sentía libre, no por haber perdido el pasado, sino por recordarlo con cada inicio de cada renacer.