Pov Raven
Esa noche luego de salir prácticamente huyendo de mi propio patio trasero, no he vuelto a cruzarme con Rave Ricci, ni con el idiota de su hermano menor. Solo me he topado con Rhett y fue porque, básicamente, compartimos clase.
Hoy en la fiesta de Sabrina espero tampoco cruzármelos.
Estoy estacionando mi moto en el aparcamiento del Instituto ya que decidí que lo mejor era venir una hora antes del examen de hoy para estudiar en la biblioteca.
Me saco el casco y mi cabello cae libremente sobre mi espalda hasta un poco más abajo de mi cintura, luego me bajo de mi moto y doy un respingo en el lugar cuando noto por el rabillo del ojo, a solo pasos de mí, una figura imponente con una mata negra de cabello.
Es él.
—Hola.
¿Estoy soñando o que diablos?
¿Rave Ricci está a menos de un metro de mí, saludándome?
Su cabello está perfectamente peinado hacia atrás con lo que parece ser gel, su perfume cítrico llega hasta mis fosas nasales y estas lo gozan satisfechas, sus ojos verdes relucen todavía más bajo el sol abrasador de los Ángeles. Mantiene una postura erguida y sus manos descansan en los bolsillos de sus leggin, lleva puesta la misma chaqueta de cuero con la cual lo conocí y luce igual de intimidante que siempre.
—¿Tienes algún problema de tipo... Mental? —inquiere con su característica voz grave y extraña por su acento extranjero.
Una expresión divertida surca su rostro.
Cuando caígo en cuenta de que él se ha dado cuenta de la manera en la que me lo quedé viendo, me pongo roja de pies a cabeza.
—N-no. —Tengo la boca seca por los nervios y casi me atraganto con mi propia lengua. Él me observa como si fuera una diminuta cucaracha—. Eh... Hola.
—Ya estaba por darte el premio Nobel al mejor discursista del año —ríe tras decir aquello.
Su risa es tan hipnotizante...
Tomo la mochila que reposa en la butaca de mi motocicleta con la intención de huir nuevamente.
—Adiós. —Me despido para no quedar descortés.
—¿Adiós? ¿Acaso tienes algo más interesante que hacer, que entablar una conversación conmigo? —Vuelco los ojos y me giro para encararlo.
—¿Desde cuándo tú y yo somos amigos, Raven? —escupo con un coraje que no tengo idea de donde lo he tomado.
Él luce genuinamente sorprendido por mi arrebato y eso hace que sienta una punzada de culpabilidad.
Tal vez fui muy dura con él, tal vez...
—Es Rave, mocosa insípida —contraataca con el rostro inescrutable. Yo lo miro indignada por su insulto y estoy por darme la vuelta e irme cuando prosigue—. Y para aclarar, no me interesa ser tu maldito amigo. Solo no quería pasar solo la hora restante antes de tener que entrar a esta porquería —suelta, al mismo tiempo que señala el Instituto.
—Esa porquería, es la que te va a permitir tener un futuro digno —digo, casi como un reclamo luego de unos segundos callada.
—Debí imaginar que responderías algo como eso —contesta, con desdén y tono aburrido.
Acto seguido, se recuesta contra la pared del colegio y saca de su bolsillo un encendedor y un cigarrillo, o eso creo que es hasta que lo enciende y percibo el característico olor de la hierba.
Gracias, Aria.
Piensa con ironía la voz en mi cabeza.
—No puedes hacer esas cosas aquí. —Me acerco a paso agigantado hacía él, alarmada por la indudable posibilidad de que nos vean a los dos juntos y con un jodido canuto en la mano.
Cuando me encuentro plantada frente a él, enarca una espesa ceja.
En un movimiento fugaz tomo el porro que tiene entre los labios y lo tiro al suelo para luego pisarlo con la punta de mis Vans.
Él me mira sorprendido por un microsegundo antes de que su rostro se contorsione por la rabia. Da un paso amenazador en mi dirección, su ceño se encuentra profundamente fruncido y sus ojos casi chispean del enojo.
Me encojo sobre mí misma casi por inercia.
—¿Qué mierda acabas de hacer? ¡Ese era el último que me quedaba, mocosa! —reclama, molesto. No respondo y vuelve a vociferar: —¡¿Por qué demonios hiciste eso?!
Los nervios traicioneros crean un nudo de ansiedad en la boca de mi estómago y me es imposible responderle algo coherente.
Sus ojos siguen clavados en mí de tal forma que tengo que bajar la mirada cuando siento los míos aguarse.
—Tú, n-no puedes... —Ni siquiera puedo terminar la frase dicha en un balbuceo inútil.
—No puedo, ¿qué? —pregunta y noto la vena de su cuello sobresalir—. ¡¿Quién carajo te crees para decirme lo que tengo que hacer?! —grita y yo doy un respingo en mi lugar.
El miedo hace estragos en mi acelerado corazón. La voz en mi cabeza grita que es cuestión de tiempo para que esto pase a mayores, que debo huir.
Pero no puedo moverme de mi lugar. El miedo y la ansiedad mezclados hacen que sin poder evitarlo deje caer las lágrimas que estaba reteniendo.
Soy una tonta.
Al ver mis lágrimas la expresión del chico frente a mí se suaviza, pero solo dura un segundo antes de que vuelva a mirarme como un perro rabioso.
Se aleja unos cuantos pasos de mí, pasándose la mano frenéticamente por el cabello, despeinando así su antes impecable peinado.
Lagrimas siguen cayendo por mis mejillas sin que pueda evitarlo. Las seco con mis pulgares para luego comenzar a retorcerme los dedos, intentando aliviar la tensión con la que mi cuerpo se encuentra casi entumecido.
Rave se acerca nuevamente hasta quedar a escasos centímetros de mí. Alzo mi rostro para poder mirarlo directo a los ojos.
—Mierda —farfulla, con los labios apretados—. No, no, no llores.
Se oye calmado ahora. Pero no respondo y rompo el contacto visual, fijando mi vista en cualquier cosa que no sea él.
Nunca nadie había sido prepotente conmigo. Esto es una situación desconocida para mí; y espero nunca más tener que volver a pasarla.