Los Ricci

41. Decepción y resignación

POV RAVEN
 


Se siente como la mismísima mierda.

Desde ayer cuando él se fue así sin más, luego de acabar con mis ilusiones, me siento como la mierda...

Decepción.

¿Han sentido ese sentimiento tan... desgarrador y al mismo tiempo, sosegador? ¿Eso que sientes cuando ya sabías —inconscientemente—, que algo pasaría, pero que aún así, guardabas esperanzas de estar equivocándote?

Bueno... justo así me siento.

A decir verdad, siento tristeza, enojo y mucha incertidumbre, pero ninguno de esos sentimientos se comparan con la decepción que me embarga.

Tal vez crean que soy dramática. Tal vez lo sea en cierto punto. Pero nunca he sido del tipo de chica que oculta sus sentimientos y porta una sonrisa cuando todo a su alrededor se desmorona.

Tampoco soy del tipo que cuando rompen su corazón, resurge tal cual ave Fénix. Me encantaría serlo. Pero no. La realidad es que necesito apoyarme en alguien cuando me siento destrozada.

Sí, leyeron bien. Destrozada.

Tenía las expectativas muy altas, tal vez. O tal vez no. Sinceramente, no entiendo qué pasó.

De un segundo a otro pasé de tener un bonito "algo" con él, a no tener nada. Se evaporó casi como si no hubiera existido.

¿Será que nunca existió? ¿Qué estas últimas semanas estuve soñando despierta? ¿Soñando que avanzaba hacia algo más profundo con el chico del cual estoy enamorada? ¿Lo imaginé? Lo dudo.

Sus besos, sus palabras, su tacto, todo, se sintió real. Podría jurar que todavía llevo su esencia cítrica impregnada en mi piel.

"Porqué no cambiaré mi vida por ti".

Tiene lógica.

¿Pero, desde cuándo el corazón obedece a la lógica?

Yo lo quiero. Quiero estar con él. Estoy, muy lamentablemente, enamorada de él. Y creía que él igual. Pero me equivoqué, de nuevo. Solo que en esta ocasión hay algo diferente.

Yo.

Ya no soy esa chiquilla de dieciséis años que se hundió en depresión por un chico. He madurado. Y le demostraré no solo a Rave, sino a todos, que puedo con esto. Que he cambiado. Que las sombras del pasado me han servido de mucho y ahora puedo sobrellevar un corazón roto.

Así que sí, estoy decepcionada, dolida y enojada. Pero él no va a saberlo.

Él tomó su decisión.

Bien, es mi turno de decidir.

—¿Raven? —Mi hermana habla con un tono cauteloso que me molesta. Piensa que me derrumbaré en cualquier momento. Pero no hoy. No esta vez.

—¿Qué? —Vuelco mis ojos hacia ella, mientras tomo la taza de chocolate caliente que calienta las yemas de mis dedos al contacto.

Cosa que agradezco, ya que ya se han hecho presentes los días fríos aquí en Los Ángeles.

—¿Te encuentras bien? —pregunta.

Una de sus manos se cierne sobre mi hombro cubierto por mi suéter de lana y lo soba en un gesto que pretende reconfortarme, pero lo único que logra es que mi fastidio aumente todavía más —si eso es posible—.

—Sí —respondo sin mirarla.

—¿Por qué mientes?

—¿Por qué no me dejas en paz? —digo, con más brusquedad de la que me gustaría.

Pero hoy no tengo tiempo para soportar a absolutamente nadie.

—¡Bien! —Lanza de malas maneras sobre la encimera la taza vacía y una tostada a medio comer—. Por una vez que intento hacer algo bien. ¿Sabes qué? Vete a la mierda, Raven.

El problema es que ya estoy ahí, Aria.

—¡Hey, hey! ¿Qué está pasando aquí? —Mi padre viene entrando a la cocina vestido con su habitual traje de etiqueta.

Lo que me faltaba, él.

De seguro querrá hablar de lo que pasó ante noche. Y siendo sincera, hoy no tengo ganas de afrontar absolutamente nada.

Aria no responde y se va, molesta, directo a encerrarse en su habitación. Por mi lado, junto lo más rápido que puedo los apuntes que estudiaba para la clase de hoy, bajo la mirada atenta —y confundida— de mi padre.

—¿Tú también te vas? Necesitamos hablar, Raven —replica.

Giro sobre mis talones justo bajo el umbral de la puerta de la cocina y lo enfoco.

—No tengo nada que hablar contigo —respondo toscamente.

Y para mi mala suerte, en ese mismo momento mi madre cruza la puerta.

—Raven Elisabeth Fox, ¿qué manera de responder es esa? —reprime duramente. Su semblante antes relajado se torna serio.

—Lara, déjala, no es para tanto. —Intenta mediar mi padre. Pero mi madre no parece dispuesta a dejar el tema.

—No, no, Robert. No puede hablarte de esa forma solo porque discutió con el muchacho de los Ricci —espeta, alternando la vista entre mi padre y yo.

Lo que dijo solo logra enervarme la sangre.

—Oh, ¿crees que es por eso? —Enarco una ceja. La irritabilidad destapándose por completo en mi interior—. ¿Por qué mejor no le preguntas a tu esposo por qué estoy molesta con él?

—No utilices ese tono conmigo, Raven —advierte—. Y no importa el por qué estés molesta con tu padre, debes respetarlo y punto.

Siento el temblor de la rabia y la impotencia recorrerme el cuerpo entero. La cara me hierve y mi pulso golpea con fuerza detrás de mis orejas.

Doy un paso en dirección a mi madre al tiempo que reacomodo la tira de mi mochila para que no resbale por mi hombro.

—¿No importa? —Puedo oír como mi voz se eleva unos tonos más altos de lo que normalmente hablo—. ¿Estás diciéndome que mis sentimientos no importan?

—No... —Intenta hablar pero levanto mi mano en señal de que no he terminado.

—¿Estás diciéndome que todos pueden cagarse en ellos y debo callarme, mamá?

—Cuida como te diriges a mí, Raven. O estarás castigada por un mes —amenaza.

—Responde —farfullo. Mi voz suena baja, contenida. Y es que es justo lo que estoy haciendo para no explotar aquí y ahora.

Estoy cansada de que todos se aprovechen de mi buena voluntad. Cansada de que crean que pueden pisotearme. Cansada de que tomen decisiones que me afectan directamente, y hacerlo sin más miramientos o contemplaciones.




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