Los secretos de la muerte.

Capítulo 1.

Primero.

— Denisse, si quieres molestar, te dejamos en medio de la carretera, ¿entiendes?

El regaño de su madre no tardaría en venir, eso era algo sumamente molesto. ¿Cómo se atrevía...? Tenía catorce años, y sí, los había cumplido no hace mucho, pero aún así… Lo que muchos llamaban etapa de la adolescencia había llegado, posándose como un ave en el alma, cuerpo y mente de Denisse, y se iba a quedar ahí por mucho, ¡muchísimo tiempo!

Apoyó su cabeza llena de rulos azabaches contra la ventanilla del auto, mirando así con su mirada de color ámbar el monótono paisaje que se presentaba. Sumamente repetitivo y aburrido, no había nada ni nadie que pudiese decirle a su cerebro “oye, mírame, que genial soy. Soy muy interesante”.  Por lo que soltaría un largo y sonoro suspiro por milésima vez, y se preguntó, ¿por qué tenemos que hacer esto?

Resultaba que la familia compuesta por padres e hija se iba de vacaciones al este de su estado. Ese estado era Carolina del Norte. Y en realidad, se dirigían a la capital, Raleigh, para buscar a sus parientes y luego recién irse a la costa. Totalmente aburridísimo. Denisse no soportaba a sus primos, ¡eran cuatro! Todos eran intolerables, se movían de un lado a otro y la aburrían más que cualquier camino por el que podría estar viajando.

— Mamá, Shelvie* queda demasiado cerca del mar. ¿Por qué tenemos que alejarnos? — se mordió el labio, respiró profundamente y prosiguió —, ¿por qué habríamos de compartir las vacaciones con los tíos y… ellos?

Obviamente, ese “ellos” eran sus primos. Que detestables que eran.

Al no obtener ninguna respuesta de parte de su madre, y por supuesto nada de nada de su padre, bufó. Pasaron unos segundos en los que se mantuvo callada, observando las afueras, viendo algún que otro animal pasar. Por cada vez que veía alguna pequeña criatura, deseaba salir del auto y, tal como una niña pequeña, correr con ellos. Disfrutar. Detener el tiempo y no preocuparse de que las horas correrían como en una maratón. Simplemente ella y su vida.

Pero… como era de esperarse se aburrió. Sin ya tener ideas de cómo pasar el tiempo; buscó entre sus cosas su más preciado objeto; el teléfono. Esbozando una pequeña sonrisa, conectó los auriculares que casualmente se encontraban en su bolsillo y los colocó en sus oídos, preparada para aislarse por completo y desaparecer del mundo que la tenía encerrada en un pequeño auto. Así que, apoyando su cuerpo en el respaldar del asiento, cerró los ojos y puso su música a todo volumen, sin importarle si se quedaba sorda o si se detenían en algún lugar.

De esa forma se cumplió parte de su deseo en realidad; era ella y su vida. Nada que le hablara, nada que ver, nada maligno que oír. Sólo Denisse Milton, la adolescente de catorce años de un cabello corto y rizado, en su mundo. Solo ella y ella.

Al cabo de dos o tres canciones sus párpados comenzaron a pesar, reclamando algo que sabía perfectamente lo que significaba; tenía sueño. Quería dormir. Sin mucho esfuerzo, bajó muy poco el volumen de la música y avisó a sus progenitores que iba a soñar, recibiendo un gesto de aprobación de ambos y una risa complaciente de su madre.

Ese gesto, por mínimo y casual que fuera, la hizo esbozar una pequeña sonrisa en el rostro de la joven; no había cosa más linda que sentirse llena de aprobación. Y feliz, se durmió. Apagando los sentidos hasta el momento en que llegaran al tan esperado destino.

 

(***)

 

— Denisse… Denisse… ¡Denisse!

La voz de su madre retumbó en su mente, chocando contra las paredes y devorando tal buffet sus pensamientos. Pero no fue eso lo que la despertó, sino una sacudida contra su delgado y debilucho cuerpo. Algo había pasado, y en el más ligero pensamiento que apareció por su cabeza a la hora de volver a la realidad, se presentó la idea de que ya habían llegado.

Llevando su mano a su ojo, hizo unos gestos que cualquier persona haría cuando se despierte. Habló ligeramente, en señal de que ya iba a levantarse.

Jamás se hubiera esperado que la voz que de repente llegó a sus oídos, no fuera ni la de su padre, ni la de su tío, ni mucho menos la de su madre, tía o primos. Era una voz masculina y madura.

— Niña… ¡Niña! Levántate. Esto es importante.

— ¿Qué…? —diría somnolienta — ¿¡Dónde estoy!?

 

Al abrir sus ojos por completo, se presentó ante su mirada el interior de lo que parecía ser una comisaría. Pero… ¿cómo? ¿Cómo demonios había llegado a estar ahí? ¿Por qué estaba ahí? ¿Dónde estaban sus padres?

 

Analizando el lugar, observó que se encontraba en una silla, polvorienta y no muy cómoda. Bastante gente se encontraba en el lugar, lo cual aumentó su miedo y sus ganas de salir corriendo.

 Minutos después se encontraba frente a un policía, sentado en la misma silla polvorienta. El  hombre -que aparentaba desde unos 26 años hasta 30- la miraba fijamente. Era el mismo que la había despertado hacía unos segundos. ¿Qué estaba por decirle?

Sintió el latir de su corazón fuertemente. No entendía nada. Quería salir, seguir viajando.
Denisse se sentía incómoda, sudaba demasiado. Quería ir al auto enseguida y seguir viajando. Deseaba estar en la playa, sentir el agua en sus pies, nadar con su padre bajo las olas; bailar junto a su madre canciones. ¿Donde estaban?

Miró sus manos y se quedó en esa postura, esperando a que aquel hombre le dijera algo, le avisara donde estaban sus padres, porque no estaba en Raleigh, o en la playa.
Pudo sentir sus propios miedos, temblaba.

Tú eres Denisse. — Habló el oficial — Denisse Milton, ¿no?

Sí... Sí lo soy. — respondió ella de forma entrecortada, ¿qué estaba sucediendo?

El policía habló palabras y letras. La de rulos no sabía que responder, no sabía cómo hablar, cómo balbucear ni cómo respirar si quiera.
Se sentía apenas un bebé que estaba descubriendo el mundo. Una recién nacida que recién había abierto sus ojos por primera vez.
Pero los recién nacidos tienen a su madre al lado, ella no.



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En el texto hay: asesinatos, misterio, crimen

Editado: 27.12.2018

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