TRABAJO CON UN LATOSO.
Como había predicho ayer, los reporteros no dejaron pasar mi escena con Brayden en el pasillo, tampoco dudaron en alterar los hechos haciéndome ver como la mala y en términos más ortodoxos: La perra que se acostó con él y le rompió el corazón.
Si, así me pintaron. Como la mala.
Y, para rematar el día, en la hora del almuerzo Brayden aparece de la nada sentándose en la mesa donde estoy comiendo.
—Quítate.
—Hola, muñeca—aprieto mi mano en un puño—. ¿Tienes la tarde libre? Necesitamos tiempo para nosotros.
Agrando los ojos para que se calle.
—No lo digas de esa forma —se me tiñen las mejillas de la vergüenza.
Sé que con "tiempo" se refiere a hacer el trabajo del profesor Carlos, pero para los metiches con orejas de elefante, esa pregunta tendría un doble sentido.
Con si más el empalagoso y cursi apodo.
Él se inclina hacia mí, quedando bastante cerca de mi rostro lo cual hace que eche la cabeza hacia atrás. De reojo noto como Jess y Luke se lanzan miraditas que no me gustan.
—Hoy en mi casa, a las cuatro —empujo su cara con mi mano—. Y no vuelvas a llamar así.
—Como digas, muñeca.
Por supuesto, las orejas de elefante corrieron el rumor diciendo que tengo una relación con el mayor de los McCarthy.
Cosa, que, siendo mentira, no dudaron en exagerarlo acusándome que le hice brujería, inclusive al revés ya que es el único que se ha atrevido a acercárseme de la forma tan atolondrada como lo hace él.
Pasa el día, me quedo en cama con Beta y cierro mis ojos para descansar un rato, no obstante, los abro de nuevo al escuchar la tónica de mi celular.
«Ya estoy afuera.» Increíble, son exactamente las cuatro. Bajo las escaleras con Beta en brazos.
—Puntual—me hago a un lado para que entre.
—Llegue hace quince minutos, pero espere a que fuesen las cuatro.
Me congelo. Parpadeo repetidas veces espantada de que estuviera en el jardín de mi casa sin yo saberlo, pero su forma de decirlo sonaba como si no fuese la cosa más aterradora del mundo.
Qué raro es este tipo.
—Deberías decirle a tu vecino que tienen un buen rato esperándolo fuera de su casa.
Me asomo a ver la camioneta.
—Mejor entra.
Me comenzaba a poner ansiosa.
Brayden no tarda en examina cada detalle de la casa, el color de las paredes, seguramente juzgando los gustos de mamá con los sofás y la decoración.
— ¿Tu mamá? —pregunta, y por experiencias anteriores no puedo evitar ponerme a la defensiva.
—En el trabajo —entrecierra los ojos con una sonrisa pícara—. Sé cómo clavar objetos filosos en la entrepierna.
Levanta las manos, inocente, y se detiene en un punto fijo de la estancia, una foto donde aparecían cuatro chicas físicamente diferentes en un árbol, una pelirroja, una castaña (que en el infierno descase) otra morena y yo.
— ¿Ellas no son...?
—Sube—evito que las nombre.
Desvía la mirada de la fotografía para subir las escaleras, pero se detiene en la baranda cuando nota a Beta en mis brazos, levanta sus cejas y ahí renace otra vez su sonrisa.
En cuanto abro la puerta de mi habitación él es el primero en entrar. Pongo a Beta en la cama y ella no tarda en dar brinquitos hasta las almohadas.
—Pensé que tu habitación era oscura, con sangre de cabra en el suelo, una mujer de hierro en la esquina y un gato negro—eso último lo dijo con una sonrisa burlona mirando a la cama.
—Y yo que a los diecisiete las personas dejaban de comportarse como unos mocosos de ocho años —me siento en el escritorio.
—Diecinueve.
—¿Que? —me giro.
—Que tengo diecinueve años.
¿me lleva dos años?
Aprieto los labios, escogiendo no preguntar.
Capaz y de niño haya sido más tonto y por eso repitió de grado.
—Y yo diecisiete así que ve midiendo la forma en la que me acosas si no quieres ir a prisión.
—No es acoso cuando sale del corazón.
Mi cara no pudo parecerse más a un culo.
—Dile eso mismo al juez, por favor.
Entre coqueteos baratos, discusiones por cual página de google es más verídica y la forma de describir los pasos, nos pasamos la tarde terminando el trabajo. Yo con ansias de que Brayden salga, o por la puerta o se lance por la ventana, a fin de cuentas, que se vaya de mi casa.
—Agreguemos un paso más difícil —sugiero, dejando de leer lo que ya habíamos escrito—. ¡Brayden!
— ¿Ah? Sí, si, como tú digas —deja la fotografía en el estante y regresa a mí.
Tiene el nivel de atención de una mosca.
Le doy guardar al documento. Teníamos ya nueve tipos de pasos de bailes y solo nos faltaba uno para terminar y que por fin se fuera de aquí.
Apoya la mano en el escritorio y se inclina hasta el espacio de mi cuello. Huele bien, dulce, muy contrario a...
— ¿Qué te parece Puente?
Suena como si la acabara de inventar.
—Yo lo invente—afirma orgulloso.
Tuve que reprimir la risa mordiéndome el labio. Teclea en su teléfono y una canción de Prince Royce empieza a sonar, Deja vú, por lo menos tiene buen gusto. Se levanta extendiéndome su mano.
—¡Vamos! Yo te enseño.
Me le quedo viendo, una extraña sensación se aloja en mi estómago. Me dedicó una sonrisa divertida cuando vio que le daba un repaso.
Tomé su mano y me posicioné delante de él, en tan solo segundos su mano ya estaba en mi cintura. Me apega más a él y lo miro amenazante por si se le ocurre hacer algo. La canción no deja de sonar, me preguntaba cuando comenzaría su supuesta rutina. Y entonces, llegó la parte rápida de la canción.
Dio una vuelta y luego me la hizo dar a mí, pasó por debajo de mi brazo comenzando con el típico un, dos, tres. Hizo que mi cabeza pasara por debajo de su brazo. Su mano se desplazó de mi cintura a mi cóccix, para al final empujar parte mi cuerpo al suelo sin llegar a tocarlo.
Editado: 27.04.2024