Noche reveladora.
Parte I.
La cena terminó siendo un desastre, pero nadie se atrevió a echarle la culpa a la invitada que atacaron sin razón sino a la que fue grosera desde un principio, Sarah.
Lo que me hace pensar que, si esta noche fue un caos, no me imagino las reuniones de hace diez años con todos estos dementes pequeños y revoltosos, corriendo y rompiendo todo a su paso.
Hasta quitan las ganas de tener uno.
Camino por el segundo piso de la casa buscando la puerta que Gabriela me había indicado, la de calcomanías rosadas que llevaba un nombre hecho de brillantina morada.
Cuando giré la perilla y entré a la habitación, me topé con el culo de Diana en todo su esplendor.
Estaba en cuatro buscando no sé qué debajo de su cama. Reparo la habitación rosa y blanca que parece salida de un cuento de princesas y, aunque está hecha un desastre, se nota que trató de ordenarla en el último momento.
Cierro la puerta y un fuerte sonido me hace reír internamente, se había golpeado la cabeza intentando levantarse.
—Hola, Nova —la ignoro.
Hay dos camas, cada una pegada a la pared. Una habitación muy grande para una niña.
Dejo mis bolsos en la que estaba vacía y tenía un papel que decía «NOVA». Voltee a verla antes de tirar la hoja a la basura.
Ahora lo entiendo, eso era lo que me faltaba para completar su perfil psicológico.
Una familia numerosa, llena de mujeres, siendo una de las del medio (la cual no tiene la dicha de que la comprendan). No le gusta el rechazo y la sumisión está siempre presente con el deseo de ser aceptada.
En resumen: Diana McCarthy es una chica presa de sus traumas con barrotes llenos de complejos.
— ¿El baño? —pregunté.
—Aquí. Digo al lado. En el pasillo, aquí—ay, por favor, ya decídete—. La puerta blanca. Disculpa, todas son blancas. La que está frente a la escalera.
De todos los escenarios que me plantee antes de venir, nunca me imaginé el que yo la intimidara a tal punto de hacerla un manojo de nervio; la hacía con más ovarios o dignidad.
Me lavé la cara, los dientes y tomé una bocanada de aire antes salir.
Siendo sincera no me sorprende encontrar a Brayden en la entrada del baño esperándome.
— ¿Qué haces acá? —pregunto.
—Comprobando que Diana se equivoca y que no escapaste por la ventana.
Créeme que ganas no faltan.
Paso de largo sabiendo que me sigue detrás.
—Me romperías el corazón si un día despierto y ya no estas.
Miro por encima de mi hombro viendo que hace un puchero. Definitivamente, Brayden McCarthy, no es normal, es todo lo contrario a mí, siempre alegre, siempre positivo, siempre sacando a la luz su idiotez con cualquier cosa que pasa por su mente.
—No tengo esa intención—respondo.
Vuelvo a la habitación de Diana y esta vez soy recibida por el horrendo zorrillo que alguna vez fue parte de mi plan y que ahora vive con su víctima.
No me reconoce, pero tampoco parece tener la intención de atacar, así que, pese a la ansiedad que me da, sigo caminando a la cama.
—Contraté a un entrenador de perros para él. ¡Lo llamé Edipo! —Lo pone encima de su cama—. Se ha adaptado bien y creo que le gusta más que lo consientan a estar en el bosque. ¿Dónde lo encontraste?
—¿Que te hace creer que puedes hablarme?
Da un respingo.
—Yo solo...
—Eres la perra que le quitó el novio a mi amiga. La versión barata de mi dolor de cabeza. Una mosquita muerta que si no cierra la boca terminará con la reputación en el suelo. Cállate.
Con todo y mi amenaza siento que se aproxima.
¿Qué tan idiota es?
—Yo no tenía idea de Jess. Él me dijo que yo era la única—se traga las palabras cuando volteo a verla.
¿La única? Que frase más gastada. Eso mismo le dijo Adrián a Debrah, Rafa a medio Belmont y el inservible a Jess.
Él le había mentido.
Pobre Basura, debió de haber sufrió al igual que Jess.
—Te debió de haber dolido.
Un inexplicable terror abordó su mirada cuando acaricié la piel tersa de su brazo y entrelacé nuestras manos.
—Eres realmente linda—se sorprende con el tono dulce con que le hablo—. Fuiste una víctima y las víctimas no se disculpan por las acciones de sus agresores.
Sus ojos se cierran cuando mi otra mano toma un mechón y lo pasa por detrás de su oreja. Solté su mano y ella abrió los ojos aterrada por la fuerza con la que jalo su cabello.
—Pero si el nombre de Jess vuelve a salir de esta boquita, lo vas a lamentar, ¿entendido?
Su respuesta fue dada por el pánico y la solté con brusquedad.
—Dame tu teléfono—demando, pero ella no se mueve—. Diana, el teléfono.
Corre a su cama y tiembla al dármelo.
Busco el nombre del inteligente que se atrevió a estar con dos chicas al mismo tiempo y comienzo a leer desde el principio. Ella intenta explicarme las cosas, pero una mirada fría la hace cerrar la boca.
¿Por qué no puedo tener ese mismo efecto con su hermano?
Me siento en la cama y analizo los mensajes, las fotos y los audios. El chico era un patán desde el inicio, sus labias eran básicas y no muy originales. Hablaban bastante, y el hecho de que ella fuera tan abierta y le confesará sus miedos y cosas personales me da a entender que en realidad desconocía sus verdaderas intenciones.
Fue ciega pese a que los indicios de que era un juego estaban en sus propias narices.
—Tres meses contándole tu vida a un desconocido, y en una hora supe que eras un juguete.
—Él me amaba—se convence, necia a la realidad.
—Eras solo un juguete.
Retrocedió cuando intenté darle el teléfono, ella lo toma y se aferra a él en su pecho.
Me pregunto que habrá hecho Brayden para vengar el honor de su hermanita, si es que lo hizo. Realmente no me lo imagino golpeando a alguien.
Editado: 27.04.2024