En el aire a L. A.
Ha pasado un mes, las cosas no mejoran en Belmont pues el caos es constante, la renuncia de profesores nos deja más horas libres, pero empeora los pleitos de los estudiantes, los cuales veo de lejos mientras como mi puddin y un tercero los terminan separando.
¿Si me siento culpable? Para nada. Todo cae por su propio peso, lo que yo hice fue darle un empujón al asunto.
Pese a eso, la gran mayoría me escribe dándome las gracias, es comprensible, todos queríamos que el club de periodismo fuese clausurado, pero nadie sabía cómo hacerlo.
Tuve que venir yo para que lo cerraran junto con las redes sociales que eliminaron las antiguas noticias desde raíz.
Habían cancelado las clases durante una semana ya que al cerrar el club de periodismo muchos profesores no resistieron la presión y renunciaron. El director se vio en la obligación de bajarle dos y buscar nuevos reemplazos.
Por desgracia, no fui de las afortunadas que pueden decir que descansó en esas mini vacaciones, físicamente estoy molida con las prácticas de Carlos para que todo salga perfecto.
Hago un último inventario de lo que llevare a los Ángeles.
Los pasajes de avión, al igual que el hospedaje y la comida, corren por cuenta de la academia, o sea Carlos, que no desperdicia tiempo en restregárnoslos en la cara a Brayden y a mí.
Actualmente, los secretos de Adrián y su padre se encuentran en un pendrive. El mismo que siempre cargo conmigo y el cual llevaré a Los Ángeles.
En la madrugada me despido de mamá con un beso. Esta vez apagar los teléfonos no fue suficiente, los vecinos se asomaron por las ventanas a gritarle a Brayden que parara los bocinazos.
Volamos por el asfalto cuando el señor James salió de su casa con un palo con clavos dispuesto a darle con todo a McCarthy.
—Tienes que dejar de hacer eso.
— ¡El viejo salió en tanguitas! —Se parte de la risa recordando a mi vecino—. ¿Y que se supone que iba a hacer con ese bate?
—Seguramente metértelo por el culo para que los dejes dormir a las cinco de la mañana un sábado.
El aeropuerto era grande, me lo conocía al derecho y al revés, lo que me obliga a acompañar a Brayden a explorar para que no se pierda. Los altavoces nos alistan para abordar y camino con el rubio pisándome los talones y sacándome los zapatos de vez en cuando que me pisaba.
— ¿Qué te pasa? Mira al frente.
Me detengo cuando engancha el dedo en mi bolsillo trasero haciéndome voltear.
—Yo... —me molesta la gente que no me dice las cosas de frente, me desesperan—. A mí no... yo...
Lo pillo de una.
Maldita sea.
— ¿No pudiste decirlo antes? —siseo.
—Lo hice —alzo la mirada—. Pero Fiby se marea en los cruceros.
Mire hacia atrás buscando a quien se supone que es responsable de lo que nos pase. No lo vi por ningún lado y la chica de la puerta nos afanando para entrar.
— ¿Vomitas? —hizo un gesto, no muy convencido «cincuenta, cincuenta» puedo tolerarlo. Le arrebato el billete de avión y lo entrego junto con el mío—. Avanza, ya después veremos qué hacer.
El labio inferior le tiembla, mirando despavorido la entrada del avión, poniéndose pálido cuando ingresamos. Carlos y Fiby ya estaban sentados. Miro los asientos localizando el 1F, volteo a ver al niñato de 1,80 que no me suelta la chaqueta.
—2B —murmura. Demasiado lejos.
Me peino el cabello hacia atrás, pensando cómo seguir con el miedoso que tiembla sin siquiera haber despegado. De inmediato mire a la gorda sentada en la ventana de mi asiento, leyendo un libro que reconozco enseguida y me enfoco en la morena con pelo chicharrón en la fila de Brayden.
Me inclino hacia la gorda.
—Hola —le sonreí.
— ¿Te sentaras? ¿Aquí? —preguntó nerviosa—. Lo... lo siento, no debí... debí preguntar primero, pero como nadie llegaba... di-disculpa, ya me quito.
—Cálmate.
Peppa pig.
—En realidad ¿ves a la chica de allá? —Se acomoda los lentes para mirar a la negra—. Le pareces linda, muy tierna, pero tiene pena de cambiar el asiento conmigo ¿te molestaría?
—No-no.
Le doy las gracias y me giro a Brayden que me mira confundido.
—Siéntate aquí —Le ordeno y con una mirada me obedece.
Me fui al siguiente peón y sin más, me senté en el asiento que era el de Brayden. Me deje caer soltando un suspiro que reprimió un quejido, pasándome los dedos por debajo de mis ojos.
Y empecé el show.
—No debí hacerlo —murmuro—, soy tonta, inservible. Debo ser mejor. No debí hacer eso...
— ¿Te ocurre algo, preciosa?
—No, no —limpie mis ojos empañados y mire a Brayden que me hacía un gesto de que carajos a hacer—. Es que... me pele con mi novio y estamos separados. Fui mi culpa, él me dijo que quería estar a mi lado para que se asegurar que no esté con otro, así él estaría tranquilo... Pero los compre mal y ahora está molesto.
—Eso no es tu culpa.
— ¡Si lo es! —insisto, con las lágrimas desbordando—. Tiene razón, soy una inútil.
Eso la descolocó.
— ¿Eso te dijo? —asentí—. ¿Quién es?
—El rubio de allá. De por si estaba molesto ya que no le gusta el picante, ¡pero se me olvidó! tiró la comida que había hecho y luego me hizo limpiarla.
—Pero chica ¿Qué te pasa? ¿Por qué soportas eso? Yo se lo cortaría mientras duerme para que aprenda a respetar.
—No, lo amo y él me ama.
—Eso no es amor; amor es confianza, respeto, igualdad. Esto es abuso, chantaje, manipulación. ¡Maltrato a la mujer!
—Pero no puedo hacer nada hasta llegar a Los Ángeles.
— ¡Ni una más!
Tomé su mano cuando vi sus intenciones de levantarse.
— ¿A-a dónde vas?
No sé cómo es que no me estoy riendo.
—Ahorita mismo resuelto esto, preciosa.
Se fue atropellando a los pasajeros, me arrodille sobre el asiento y por la distancia solo escuche unas cuantas palabras, la expresión confusa de Brayden me daba demasiada risa, pero la cachetada que le metió la morena lo dejó estupefacto.
Editado: 27.04.2024