Sophie se quedó mirando sus atractivos y masculinos rasgos y sintió que se derretia por dentro, no podía evitarlo. Muy a su pesar, tenía que reconocer que era un hombre muy sexy. Con ese negro y largo gaban y las botas altas, parecía sacado de la época victoriana, de una de esas novelas románticas de las que solía disfrutar en secreto.
Vio como Nicolo se apartaba el pelo de la cara. Más que caballero de esa época, tenía aspecto de bandolero. Le había dejado muy claro que sentía un desprecio por las normas sociales. Se dio cuenta entonces de que Christos iva a tener que encontrar otra forma de convencerlo para que asistiera a la Junta porque ella se negaba a permanecer allí ni un minuto más. Abrió el bolso con manis temblorosas para sacar las llaves y fue a su coche. Estaba empapada y la falda se aferraba a sus piernas. Le resultó bastante difícil entrar y sentarse al volante.
_Conduzca con cuidado _le aconsejo Nicolo _. Hay algunas curvas muy pronunciadas y son bastante traicioneras cuando el camino está mojado.
Le habría encantado abofetearlo en ese momento, la miraba con un gesto tan arrogante... Pero había también un brillo peligroso en sus ojos y su sentido común prevaleció.
_Vayase al infierno _le espetó ella mientras cerraba la puerta y encendía el motor.
Piso com tanta fuerza el acelerador que los neumáticos giraron sobre la grava húmeda, pero poco después comenzo a moverse deprisa de camino a la salida. Miro por el espejo retrovisor. No le había extrañado ver que Nicolo se quedaba observandola para asegurarse de que saliera de su finca, pero vio que ya se había dado la vuelta he iba hacia la casa.
Sophie condujo tan rápidamente como le permitía la lluvia y los terribles baches del camino. Lo hizo mientras le dedicaba a Nicolo Chatsfield todos los insultos que conocía. Cuando llegó a la aldea, aún estaba furiosa. Se metió en el aparcamiento del bar local. Estaba muy enfadada. Pero, aún así, se dio cuenta de lo que acababa de hacer.
Había renunciado a su objetivo. No podía creer. Sophie Ashdown, la misma que se había aferrado a la vida con determinación durante su adolescencia, había sido derrotada.
Se mordió el labio. No había llorado desde que a los dieciséis años se miro en el espejo y vio que habka perdido todo su pelo por culpa de la quimioterapia. A partir de ese momento había usado un gorro de lana tejido por su abuela. Habría llorado durante horas sola en la sala de aislamiento del hospital donde estaba recibiendo tratamiento. Había sido el peor momento de su enfermedad, pero también un punto de inflexión. Se había prometido eentonces que ni iva a dejar que el cáncer le quitará lo que amaba. Ya le había llevado sus pestañas, su pelo y el orgullo, también se había lllevado a dos de los amigos que había hecho en el hospital.