Los Secretos del Joker

Capítulo 6

— ¿Qué le diste qué…? —tenía que ser una broma, Juan no podía estar hablando en serio

— ¿Cual es tú maldito problema? —le recriminó Juan igual de furioso, no entendía como era que Carlos no podía verlo —¿en qué es ella mejor que nosotros?¿por qué hay que mantenerla a salvo mientras los demás nos jodemos? ¿Acaso no estás hasta las narices de esto?

— ¿Estás loco? Ella es hija de…

— Precisamente eso es lo que la hace perfecta —le interrumpió cada vez más exaltado —“la niña de papá” es la única llave para desbaratar el juego, para salvarnos todos

—¿Jodiéndola a ella?

—¿Arrepentimientos ahora, Carlos? ¿a cuántos hemos jodido nosotros?¿qué más da una más si así se acaba todo esto…? Claro, tú aún puedes cerrar los ojos… —apuntó con sorna antes de escupir las palabras entre dientes para no sucumbir a la necesidad de gritarle —¡Yo no, mierda yo no! A veces quisiera dormir por siempre  para no verme obligado a despertar en medio de todo esto —expuso en un susurro cargado de remordimiento —pero cuando cierro los ojos... la veo…

—No fue tu culpa —interrumpió Carlos al tiempo en el que el temblor de Juan se proyectaba en su propio cuerpo

—¿De veras crees que no fue mi culpa? —la mirada escéptica en el rostro de Juan le hizo bajar el rostro avergonzado

Esa era la maldición de todos ellos “lo que quieras está condenado”

—Cuando me acerqué a Ami lo hice como un estúpido chico enamorado —continuó Juan sumido en sus recuerdos —de verdad hasta ese momento creí que podía tener eso… hasta que se enteraron y… ya lo sabes, ella era perfecta, tímida, callada, viviendo con su tía abuela…yo solo —se detuvo echando la cabeza hacia atrás para retener las lágrimas —tuve miedo sabes, mucho miedo, y lo hice, hice lo que se esperaba de mí, lo que me pidieron; incluso me felicitaron porque “el cliente había quedado satisfecho” —remarcó con una sonrisa sardónica medio estrangulada en su tráquea —¡Ella murió por mi culpa, Carlos! —explotó aferrando con ira la camisa de éste entre sus manos

Lo peor es que Ami no había sido la última, después de eso Juan tendría que cubrir “su cuota” de “catador” cada cierto tiempo. El reloj estaba corriendo en su contra, lo sabía… y lo cumpliría, estaba decidido, sólo eso lo frenaba en su deseo de arrancarse la vida con sus propias manos; una última víctima: Rachel, ella era la carta correcta; un último sacrificio era insignificante si con ello lograba destruir lo que lo había convertido en lo que era, lo que había arrimado a Ami hasta el suicidio.

La alusión a la muerte funcionó como un clic en la cabeza de Carlos, le importaba un pimiento Ami, Juan o el resto del Universo; ni aun muerto sacrificaría a Rachel de ese modo, por él el mundo entero podría irse por la borda si ella era el precio para salvarlo

— Escúchame, maldito gusano —siseó sobre su rostro al tiempo en el que era él quien jalaba de la camisa de Juan prácticamente levantándolo en peso —si vuelves a intentar una jugada con ella juro por Dios que te mato, ¿está claro?

La risa de suficiencia de Juan se le clavó como cuchillos en el estómago 

—Demasiado tarde, “amigo” ya ella tiene una contraseña para generar sus propios códigos, si decide ingresar su nombre en la base de datos el juego del azar estará echado y ni tú ni yo podremos detenerlo… Y no es por halagarte, pero has hecho un excelente trabajo haciéndola sentir como la mierda frente a todos, aparte de que hay un 99% de que intenten amarrarla si descubren que sabe demasiado.

Las manos de Carlos se deslizaron hacia el cuello de su “amigo”

—Por lo que más quieras, procura que ella no entre al juego o te quitaré justo eso… —no era un petición, era una promesa. Un atisbo de reconocimiento se encendió en los ojos de Carlos —Ainoha ¿no? ¿Todo el teatro fue para salvarla a ella? Mala elección Juan, mala elección, te equivocaste esta vez y si sigues por ahí me encargaré de demostrártelo.

Juan apretaba sus dedos en los dedos de Carlos intentando zafar el agarre al tiempo en el que daba profundas aspiraciones para obtener oxígeno; sentía como los dedos le apretaban cada vez un poco más aunque sabía que no lo mataría, aún no al menos, pero si así fuera no tenía miedo, estaba dispuesto a pagar el precio, las cartas estaban echadas y cada uno protegería lo suyo a su modo.

—¿Quieres que te cuente un secreto? —le preguntó Carlos al odio —a mí tampoco se me da bien lo de poder cerrar los ojos… pero vivo con ello desde hace mucho tiempo, también podría vivir con esto —terminó apretando un poco más hasta cortarle completamente la respiración por unos segundos para luego dejar que el cuerpo tembloroso de Juan cayera al suelo por su propio peso

Se miraron por última vez mientras Juan tosía y aspiraba con fuerza aun en el piso; reconociéndose el uno en el otro: la debilidad y la fuerza se mezclaba en ambos, el odio hacia todos, hacia sí mismos; los límites que se rompían cada vez más entre ellos como claras burlas de que eran iguales a lo que odiaban, sólo que con diferentes incentivos, con la horrible sensación de que sí, podrían arruinar mil vidas más si de ese modo lograban sus objetivos.

Esa madrugada, en uno de los baños colectivos del internado, no hubo vencedores, solo vencidos; niños que verdaderamente nunca lo habían sido, abrazando al monstruo que habitaba dentro de ellos mismos, ese para el que los criaron, tomándolo de la mano como aliados en vez de intentar negarlo, apartarlo.

— Buscaré el modo de sacarnos a todos de esto —prometió Carlos en voz baja, en un intento de salvarse de sí mismo



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En el texto hay: misterio, dolor, amor adolescente.

Editado: 13.05.2022

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