“Soy demasiado feliz, y, sin embargo, aún no lo soy tanto como quisiera serlo. La felicidad de mi alma aniquila mi cuerpo, y, no obstante, no le basta con lo que tiene...” (1) —un par de pataditas le interrumpió la lectura y Rachel se llevó las manos hacia el abultado vientre
—Lo siento, mi amor… perdóname —le habló a su barriga mientras la acariciaba, aun así, no pudo evitar el par de lágrimas que se le habían acumulado mientras leía
De por si no lo hacía, pero tardes como esas en las que la lluvia alejaba a los clientes de la pequeña cafetería que administraba, las horas de ocio le volvían casi imposible no ceder al susurro de los fantasmas que ululaban por los espacios vacíos de su alma.
Se recluía allí, en la mesa de la esquina, abrigada lo más que podía, con un té bien caliente al alcance de la mano y el mismo libro viejo entre sus dedos…
La historia ajena le recordaba a la suya; y por un momento, se sentía verdaderamente
ella…
Soltó lentamente el aire siendo consciente de que le hacía mal seguir por ese camino, aun cuando su alma retorcida y masoquista encontraba cierto sosiego en permitirse pensarlo, llorarlo a cuenta gotas como si se guardara a si misma el secreto de que lo hacía…
Se recompuso al escuchar el sonido de la campanilla de la puerta y volvió a tomar el libro entre las manos aunque ya no leía.
De seguro Estela, su socia y vecina, había venido a “chequear” que todo estuviera en orden; aunque ambas sabían que el verdadero motivo por el que se pasaba en tardes como esas, era para vigilarla y regañarla.
—Cumbres borrascosas… Interesante lectura— alzó los ojos sorprendida, sin dudas esa voz grave no pertenecía a Estela.
Se quedó viendo al hombre que le sonreía, le calculaba unos 35, y a pesar de lo mojado de su ropa, podía asegurar que el traje azul rey y la camisa, eran prendas caras.
—Lo… lo siento…—titubeó el hombre al ver que ella no le respondía—no quise asustarla, solo se me rompió el carro a unos pocos metros de aquí y el celular se me quedó sin batería… yo, sólo necesito un teléfono…entré al ver que era una cafetería.
Sonrió aliviado al ver que ella finalmente le sonreía
—En el mostrador hay un teléfono de mesa que puede usar sin problemas —le explicó— también tenemos wifi, y puede esperar aquí a que venga la grúa.
Los ojos del hombre la miraron fijo mientras asentía, más bien la apreciaba, aunque se notaba que se sentía un poco avergonzado por lo que consideraba un malentendido.
Se le quedó mirando cuando lo vio ir hasta el teléfono e instintivamente pensó en Estela; un hombre confiado, de gestos nobles y ojos cálidos, seguro de sí mismo, sin secretos... El hombre perfecto según su amiga... Apartó rápidamente la vista cuando él la pilló viéndolo.
¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué se había quedado mirándolo fijo?
—Mi nombre es Víctor... —volvió a sobresaltarse cuando lo escuchó
presentarse, otra vez frente a su mesa.
—Anika —Respondió con su mejor sonrisa, odiaba ese nombre por el simple hecho de que esa no era ella; y renunciar a sí misma, era como renunciar a él también mientras lo hacía.
—Lo sé... —reconoció atreviéndose a sentarse frente a ella— yo... bueno... no creas que soy un pervertido acosador ni nada de eso —estaba tan nervioso que daba gracia— es solo que a veces vengo y... La verdad es que hace rato quería presentarme, es qué... Me agradas
—Tengo 8 meses de embarazo... —repicó Rachel un poco atónita
—Y aun así no dejas de ser la mujer más hermosa que he visto en mi vida...
El silencio que se extendió entre ellos sólo fue roto por el sonido de la campanilla.
Víctor entró en pánico al darse cuenta de lo que había dicho, más aún al ver el rostro pálido de la mujer que prefería mirar por encima de su hombro antes de mirarlo a la cara.
—¡Olvida lo que dije! —pidió casi con un grito— bueno, no, no lo hagas, porque la verdad es que si creo que eres hermosa— empezó a enredarse — yo sólo quiero que me des la oportunidad de conocerte y ser amigos, sin dobles intensiones ni compromisos, solo ver a donde lleva —enterró la cara en las manos al ver que ella no reaccionaba— rayos, no debí soltarlo así, primero debí mandarte flores o dejarte notas anónimas o algo de eso
—¿Unos pocos meses y ya estas considerando dejarme por otro que te regala flores y cartas anónimas? —Víctor se empinó en el asiento al escuchar la voz masculina a su espalda— ¡Que sepas que lucharé por la custodia de mi hijo! No dejaré que viva con un padrastro acosador que se mete con mujeres ajenas
Víctor se sintió enrojecer y miró a Anika intentando leer algo en su rostro, pero ella no lo miraba, respiraba de forma agitada mientras no le quitaba la vista al tipo a sus espaldas.
Se sintió confundido; llevaba meses observándola, y hubiera jurado que era madre soltera.
Se levantó cuando la vio pararse y caminar hasta quedar frente a quien lo había interrumpido segundos antes: era joven, de seguro contemporáneo con ella, estaba tan mojado como él, vestía informal, con tenis, pantalón pitusa y un suéter negro; más bien parecía un chiquillo, o eso quería pensar, porque no le pasaba desapercibido la forma intensa en la que se retaban con la mirada, sin acercarse del todo, pero con un hilo extraño que parecía aislarlos a ellos.
Caminó hacia ellos; aunque el chico era alto y con un cuerpo mucho más trabajado que el suyo, estaba dispuesto a defenderla si necesitaba ayuda; pero lo que pasó en sólo segundos, lo dejó totalmente desubicado y confundido.
Ella alzó la mano dándole una sonora cachetada al chico, y luego lo agarró por el cuello atrayéndolo hacía si para besarlo; frente a él, como si él no se hubiera confesado hace unos minutos.
Se sintió patético y decidió irse y esperar en el auto la grúa.
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Editado: 13.05.2022