Nubes grises cargadas de relámpagos y truenos ensombrecen los cielos de mi alma. Violenta guerra de emociones instalan una noche eterna que se rompe y desenmudece por momentos ante el choque de los contradictorios sentimientos.
Perturbadora tormenta encallada en el recuerdo sin llegar a las lágrimas, sin vaciar sus arcas, sin tocar con lluvia la realidad de la tierra.
Escenas que me gritan que deben ser, nudos que se quejan y retuercen sin desenvolver. Secretos que me ensordecen y apagan.
…
Las mismas explosivas escenas desfilan por mi mente una vez más… momentos de tensión y confesiones donde se escupen por trozos las verdades atascadas en el alma, las obligadas a callar, a no salir, a ignorar.
Las defensas, ¡¡o más bien los anhelos disfrazados de defensas!!
Batallas liberadoras de las que no habría vuelta atrás:
—¿Y si gritara bien alto?
¿y si lo hiciera bien, bien fuerte hasta quebrar de una vez este silencio?
—No, no puedo, nunca debe saberlo
Esto tiene que ser un secreto, uno que se vuelva recuerdo, un recuerdo condenado al olvido…
—¿Gritar? Gritar no puedo…
Y una vez más reina el silencio.
…
Se me llena de secretos el silencio: anhelos de nubes de sueños obligadas a no ser, a deformar sus formas sin avanzar, volviéndose presas del reino de los mudos sentimientos, dando vuelta una y otra vez alrededor de un centro incierto mientras me obligo… me obligo a aparentar tranquilidad, a darle a todos la versión fuerte de mí; jugando a que vivo en transparencia y calma, a que estoy satisfecha y feliz, a que la tristeza es la normalidad de mi silencio… a que comentarte es sólo una acción casual de mis pensamientos cuando lo anormal es que dejara de hacerlo para mis adentro; a cuidar mis palabras para que no sepas de qué modo tu presencia o la ausencia de ella ensombrece mi cielo.