Los seis reinos de Elerantho

Capitulo dos

Humo. Todo lo que podía pensar, oler y sentir era el humo asfixiante que inundaba la habitación, sin dejarla definir que sucedía con exactitud. Los ojos le escocían como si alguien deliberadamente hubiera decidido echarle limón en ellos, haciéndola lagrimear y desenfocar la vista.

La madera crujía ante el hambre incesante de las llamas que consumían todo lo que estaba a su paso. Algo chasqueó y entonces una de las ventanas cedió, cayendo en el piso con el sonido de miles de cristales rompiéndose instantáneamente. Quizás podría saltar por allí, respirar un poco de aire limpio e intentar no romperse nada al bajar.

 

Un grito se escuchó al fondo del cuarto, sobresaltándola; estaba segura de que no había nadie, pero no podía fiarse de si misma, no con los sentidos tan adormecidos. Una tos seca fue arrancada de su garganta, haciendo que todo el cuerpo le doliera ante la fuerza provocada. Solo un metro y podía respirar, no era nada, unos pocos pasos solamente… otro grito, esta vez mas fuerte, mas lastimero surgió. Olía a cabello quemado.

 

Avanzó, pero en dirección contraria, siendo guiada por los jadeos y aullidos que descansaban tras el manto negruzco. Solo esperaba que quien se hallara resistiera un poco más, nada más imploraba.

 

 

Llevó la mano a su garganta con desesperación, intentando cazar todo el aire posible con su boca. El sudor frio recorría sus sienes, nuca y clavícula dándole escalofríos. Todavía podía sentir el calor del fuego sobre su piel, abrazándola con aquel calor infernal, dejándole ampollas donde tocara.

Un sueño, de eso se trató, solamente un sueño inofensivo, ¿pero entonces por qué su piel ardía?

 

La joven se despojó de las mantas y sabanas que la abrigaban del frio nocturnos, dejándolas caer a los pies de la cama. Su habitación se hallaba a oscuras, sin una sola luz que iluminara la penumbra, así lucia aterradora, como un lugar desconocido con cientos de peligros inminentes.

 

A tientas tocó el interruptor de la luz que se encontraba en la cabecera de la cama, siendo cegada unos segundos por la luz amarillenta del foco. Miró la hora y se sorprendió de que no fuera tan entrada la madrugada, sino que, en realidad, era casi el amanecer.

 

Quería dejar de pensar en aquella pesadilla, sin embargo, se encontraba haciendo todo lo contrario, dejando su cerebro sobre trabajar algo tan absurdo.

Tomó una blusa con botones en un bonito tono morado que se abotonaba en frente, junto a un jean tipo wide descolorido, ropa interior y se metió en el baño. Frotó la esponja contra su piel repetidas veces intentando sacar la sensación fantasma de la misma, como si pudiera limpiar su subconsciente con agua y jabón aromatizado.

Para cuando salió eran las siete de la mañana y ya no valía la pena volver a dormir.

 

                                      

 

 

—¿Cuánto tiempo crees que estarán aquí? —preguntó Alaster. Tenia el cabello de un color dorado que le llegaba hasta los hombros; sus facciones eran afiladas, su nariz estaba algo chueca ya que, según él, de niño una de sus hermanas había estado hamacándose cuando pasó justo por debajo de la estructura de madera, provocando el accidente. Sus ojos eran de un tenue celeste, que si se miraba fijamente podía identificarse unas salpicaduras de verde en ellos.

 

—No lo sé, siempre vienen en el mismo horario y toman la misma mesa —Augustine dejó uno de los libros recién ingresados en la repisa de novedades. Tenia cierta curiosidad sobre aquel grupo de forasteros en la mesa del fondo. Al principio no fue raro, es decir, todos venían a disfrutas de los brebajes que preparaban en la tiendita, lo raro era que nunca hablaban con nadie y ninguna persona sabia quienes eran. Para ese punto había pasado un mes desde la primera vez que hicieron acto de presencia.

 

—¿Y dices que no entablan palabra con nadie? —la expresión de Alaster era extraña, sospechosa, sobre todo; como si esperara que alguno de ellos le cortara la cabeza a otra persona.

 

—Clara lo intentó, pero la ignoraron por completo, estaba furiosa —un suspiró salió de sus labios al nombrarla, hasta parecía doler hacerlo.

 

—Como sea, evita hablarles, no parecen buenas personas.

 

Augustine frunció el ceño ante tan rara petición.

 

—Pero son clientes, tengo que.

 

—Que lo haga Clara, es lo mínimo que puede hacer luego de año nuevo.

 

Ouch. Parecía que él también lo recordaba. Prefirió zanjar el tema, sobre todo porque Alaster solía tener ese tipo de comportamientos por lo que usualmente asumía que era alguien realmente paranoico.

EL rubio en algún momento se marchó hacia el deposito para realizar el inventario, dejándola sola con una pila de libros y un par de adolescentes que parecían atacar en cualquier minuto la repisa de recién ingresados.



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En el texto hay: juvenil, hadas, profesia

Editado: 08.09.2021

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