Los sonidos del amor

Capítulo 5

-¿Por qué me lo pregunta?

Pero que burra siempre metiendo la pata hasta el fondo, Natalie se encogió de hombros lamentando que la lengua hubiese perdido la conexión con el cerebro. 

-Desde aquí le hemos enviado algún que otro paciente del departamento de ortopedia. He oído decir que es excelente. 

-Sí, así es.

Así que lo conoce? - insistió ella.

Natalie contuvo la respiración.

-No se puede pasar por la facultad de medicina sin conocer u oír hablar de Harrison Pike - aclaró Estefan-. Yo lo conocí tras una conferencia. Es un conferenciante admirable, pero los internistas no tenemos mucho contacto con los cirujanos ortopédicos, por muy famosos que sean. 

Natalie se tranquilizó al oír su respuesta. Los comentarios y la actitud arisca de Estefan hacia ella eliminaron todo temor de que hubiese alguna conexión entre él y su padre.

Ella se puso en pie mirando el reloj. En ningún momento había pensado que disfrutaría de aquella visita, pero así había sido.

-Siento tener que irme, pero mi hora de comer ya se ha acabado. ¿Quiere algo más? 

El tono de Estefan se tornó profesional.

-¿Puede realizar cultivos de hongos en su laboratorio o los envía a otro lugar para que los hagan? 

La señora Rawlings tiene todos los síntomas de una esporotricosis, pero me gustaría confirmarlo. 

-Sí, pero es que ese tipo de hongo no se detecta bien con la observación directa al microscopio. 

Puede que tenga que esperar hasta que crezca algo... Y eso significa varias semanas -le advirtió ella. 

-Está bien. ¿Ha localizado algo ya en la sangre de Coffman?

-Hay bacterias, pero también hay signos de estafilococos o estreptococos.

Era como si admitiese en voz alta que él había estado en lo cierto.

¿Tienes idea de cuáles? -dijo él con una sonrisa de satisfacción que irritó a Natalie. 

-No puedo estar segura hasta que tenga una colonia con la cual trabajar -dijo ella como evasiva, ya que sí sospechaba de qué se trataba.

Cuando vio por primera vez aquel turbio cultivo, que debería haber sido transparente, había esperado encontrar un agente con el que Estefan no hubiese contado.

- Vamos - insistió él-. Se que puede darme alguna pista. Los microbiólogos lo hacen constantemente. Al menos en Denver. 

A ella no se le escapó la insinuación de que era incapaz emitir un juicio aproximado.

-Parece un estafilococo -explicó al fin cruzándose de brazos-. Los gram-positivos aparecen en racimos en vez de los espirales que suelen formar los estreptococos. ¿Está satisfecho?

-Completamente. 

A ella le hubiera gustado, encantado, demostrar que él se había confundido. Pero, por desgracia, no había sido así y a juzgar por la forma en que mostraba los blanquísimos dientes, él también lo sabía. Maldita sea. ¿Por qué tendría aquel hombre tan arrogante esos hoyitos en las mejillas tan tentadores? Provoca comérselo a besos, lástima que sea mi enemigo.

-¿Algo más? -le preguntó ella manteniendo un tono de calma.

-Ya que lo dice, sí - contestó él-. ¿Ha habido algún paciente con la enfermedad de Lyme en esta región? 

-No, hemos hecho pruebas pero siempre han dado negativo. 

Él le describió brevemente los síntomas de Carpenter.

- Voy a hacerle una punción lumbar y quiero que se analice el líquido para detectar la enfermedad de Lyme, además de hacer las pruebas habituales. 

-El informe del laboratorio encargado nos llegará en unos días.

-¿No puede tardar menos? 

A ella le molestó aquel tono de incredulidad.

Me temo que no doctor, cuando se está en la donde el diablo dejo las cholas hay que conformarse con ciertas cosas, dijo ella en tono sarcástico.

Natalie giró sobre los talones, tomó de manos de Becky varias bolsas de especímenes antes de despedirse de ella con un breve adiós y comenzar a caminar por el mojado suelo del aparcamiento hacia su abarrotado laboratorio. Depositó la carga en una cesta casi llena antes de ponerse la bata. 

¿Qué tal te fue durante la comida jefecita? -le preguntó Karen.

 -Bien y mal.

-¿Has discutido con el doctor Alexander? -dijo Karen en el tono de una madre que regaña a su hija.

 -No, en realidad no -explicó Natalie-. Pero me hace sentirme... -se detuvo, intentando encontrar la palabra adecuada- frustrada. 

-Ya te dije que le dijeras que sí a Jason Wyman la otra noche cuando te preguntó si querías una cita con él. Si lo hubieras hecho no estarías pensando ahora en esas cosas, no sé si me entiendes -dijo alzando las cejas sobre la montura de las gafas.

Natalie se abrochaba la bata. -No hablo de frustración sexual. Aunque pensándolo bien necesito sexo del duro. Para aliviar este stress que cargo encima.

Lo que siento es una sensación de cuando crees que no vas a llegar a ninguna parte porque estás nadando contra corriente. Me indigna tener que decirle al doctor Alexander que no podemos hacer esto o aquello tan eficientemente como él debe de estar acostumbrado a que se haga. Debe de pensar que somos unas incompetentes. 

-No seas tan dura contigo misma. Las instituciones pequeñas como la nuestra no pueden dar el mismo servicio que un gran centro. No tiene nada que ver con nuestra preparación. 

Natalie permaneció en silencio.

-Tienes razón. Pero es un tema que me afecta mucho. Cuando pienso en todo lo que somos capaces de hacer, me cuesta enviar esas pruebas para que las haga otro laboratorio.

-Anímate, el contable quiere verte a las cuatro. Estoy segura de que es para darte buenas noticias. Por ejemplo, qué día llega el equipo automático de identicicación de organismos.

-Eso espero -replicó Natalie algo más animada. No podía esperar al momento en que le demostrase finalmente a su padre que era capaz de salir adelante sin su intervención o su protección. 




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