—Apolo... ¿A dónde vamos? —preguntó Casandra, tallándose los ojos.
Su voz somnolienta le pareció cálida. Acababa de despertarse y estaba desorientada.
—A un lugar donde nadie nos encuentre. Debimos hacerlo hace tiempo.
El joven conducía a alta velocidad. Sabía que debía darse prisa si quería escapar de la policía. Temía que tuvieran la carretera bloqueada y debiera tomar un camino alterno por el bosque, Casandra no estaba en condiciones de caminar.
—¿Ni siquiera mamá?
—Tal vez... tal vez luego hablemos con ella.
Quizás ella entendería.
—Sigo... enfadada contigo... —refunfuñó, acomodándose en el asiento. Nuevamente había comenzado a llover. La lluvia le gustaba, le daba la certeza de estar viva y despierta.
—Lo sé, Cas. Algún día te lo contaré todo, sólo confía en mí. Yo te amo, lo sabes ¿no?
—Sí, Apolo... Siempre me lo dices —suspiró con cansancio, mirando por la ventana las gotas deslizándose con velocidad—. ¿Podemos parar?... Tengo que ir al baño —Esto último se lo susurró, causándole risa.
Ella siempre hacía eso, alegrarlo en los peores momentos. Era la única con esa habilidad.
—Cas, tenemos prisa. Ese estúpido policía me está buscando y... —No pudo ignorar la mirada suplicante que le dio la muchacha. Era otra de sus habilidades, doblegarlo—. Bien, pararemos, pero debes hacerlo rápido.
Al momento de pisar el freno, el auto no disminuyó ni por un instante su velocidad, sin importar cuantas veces lo pisara o la desesperación al hacerlo.
—Apolo... ¡Ya no me aguanto! —se quejó, sin comprender el problema en el que se hallaban.
—¡Cas, afírmate!
El auto empezó a zigzaguear y terminó por salirse del camino, adentrándose hacia el bosque, donde se estrellaron violentamente con un árbol.
Unas gotas de agua comenzaron a caerle sobre el rostro y se despertó dando un grito. El bote se tambaleó levemente para luego volver a la misma calma de antes. Lo mismo pasó con las aves que alzaron el vuelo cuando la voz de la joven las alertó.
—¡Es el colmo, Casandra! Ponerte a dormir en nuestro paseo. No tienes remedio —La salpicó con agua una vez más.
—¿Papá?... ¡¿Dónde... dónde está Apolo?!
—¿Estabas soñando con tu primo? Supongo que te causó una buena impresión, parece un chico listo y de seguro es mejor pescando que tú. Debí invitarlo a él.
—¿Un sueño? Pero, Helena iba a casarse y... y Calíope... y el auto se fue por el bosque y... ¡y allí estaba la fuente, yo la vi...!
—¿Helena casarse? Apenas tiene quince años, Casandra, por el amor de Dios, ya cálmate. Fue otro de tus estúpidos sueños ¿te estás tomando la medicina?
La joven se miró y su cuerpo seguía siendo el de una niña. Y el hombre frente a ella, con aquel bonito sombrero que usaba para ir a pescar, era su padre y estaba vivo. La cabeza comenzó a dolerle en intensas punzadas y su respiración se volvió irregular. Tenía la horrorosa sensación de haberse despertado de un sueño muy largo que parecía no tener fin ni comienzo. La vida era un sueño y allí, en medio del lago, se sintió completamente perdida.
Unas horas después regresaron a casa. Casandra se quedó en el auto. Estaba teniendo uno de sus episodios y se mantuvo inmóvil, sin decir una sola palabra. Joaquín, que parecía estar harto de la situación, entró a la casa dejándola allí.
—¡Vaya! ¡Que sorpresa! —Joaquín abrazó a su hermano Alfonso, que estaba en la cocina hablando con Adela.
—Andábamos por aquí y quisimos pasar a saludar —Llamó a Apolo para que saludara a su tío.
—Que curioso, justo Casandra estaba soñando contigo.
Los ojos del chico brillaron por un instante.
—Esa niña me tiene cansado con esos estúpidos sueños. Será mejor que vayas a verla —le pidió a su esposa, que salió de prisa.
—Supongo que tener una hija debe ser difícil. Aquí con mi muchacho tendremos un fin de semana sólo para hombres —palmeó la espalda de Apolo, haciéndolo estremecerse. No se veía muy feliz.
—¿No llevas a Aquiles?
—Ese chico se la pasa detrás de las faldas de su madre. Apolo es mi campeón.
Joaquín no podía evitar mirarlos con envidia.
—Ojalá y yo pudiera tener ese tipo de relación, si Casandra fuera hombre todo sería mejor.
Aquel comentario no le cayó bien a Apolo, que lo miró con molestia.
—No puede ser tan malo. —A decir verdad, Alfonso siempre había querido tener una hija, pero llegó Aquiles. Sólo esperaba que sus deseos no se le fueran en contra y el chico le saliera invertido.
—¡Claro que sí! Intenté pasar tiempo con ella y me la llevé a pescar ¿Sabes lo que hizo cuando atrapó a su primer pez?
—¿Gritar? A las chicas no les gustan esas cosas —supuso Alfonso.
Joaquín negó.
—Se puso a llorar ¿Te lo imaginas? Llorando por un estúpido pez. Incluso me obligó a devolverlo al agua.
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Editado: 02.07.2020