Los Terrenales

Capítulo 12 - Turum

Sadira dirige la vista al cielo. Repara en que el sol se ha desplazado hacia el oeste unos cuantos grados desde el cénit, lo que solo significa una cosa: llegan tarde. Había quedado con los consejeros en encontrarse a medio día en la frontera que divide la zona negra de la Ciudadela, donde ella aguarda desde hace ya un rato. Viste ropa oscura y holgada que le permita desenvolverse cómodamente durante el viaje y lleva una mochila a sus espaldas que no guarda nada en realidad; decidió cargar con ella simplemente porque se sentía demasiado extraña caminando de vacío.

La joven comienza a impacientarse, pero más que por la espera, por los sentimientos que le transmite la zona negra. Abali lleva siglos sin recibir visitas de ángeles normales y daría cuanto tiene porque esta saliera bien. Sadira efectúa una mueca de reproche al percibir eso de normales pero se lo pasa por alto esta vez. Al fin y al cabo sabe cómo se siente. Es más, siente cómo se siente. Y tiene motivos para mostrarse inquieta: quizá, si las opiniones de sus nuevos invitados no fueran negativas, recibiría más habitantes con el tiempo. Pero lo cierto es que esta es con bastante seguridad la primera y única vez que efectúen el recorrido. Para Sadira, en cambio, es una travesía rutinaria. Ella es la guía del viaje. Un viaje con destino el Templo Premonición.

Barre el alrededor con la mirada y entrevé a lo lejos cuatro figuras acercándose a su posición. Si realmente son los consejeros les debe acompañar el hijo de Sirio, que deduce será el único ángel aparte de ellos con un conocimiento total de la situación. Les saluda desde la distancia, pero nadie le devuelve el gesto y disimula fingiendo que el movimiento iba destinado a acomodarse el cabello. La alcanzan poco después, pero ninguno se anima a articular palabra. Sadira se toma con sorna su papel de guía turística:

—¡Bienvenidos, visitantes! Espero que disfruten del recorrido.

La muralla de árboles enrevesados se abre ante ellos. Jey dirige una mirada insegura a su interior, o más bien a la oscuridad reinante –Me conformo con no morir por falta de luz.

—Tranquilo, tardarías dos semanas en quedarte seco. Lo digo por ex...

—Cláusula uno —le recuerda Sirio.

—¿Qué es la cláusula uno? —pregunta el chico. Sadira hace el gesto de cerrarse la boca con una cremallera, dando a entender su prohibición de dirigirse a él. De hecho, no solo a él. La cláusula uno impone la condición de no relacionarse con ningún habitante del cielo que no sea consejero, lo que elimina a 5012 ángeles de la lista.

Marx es el primero en cruzar la barrera. Lo hace de un paso firme y decidido, casi como si no estuviera adentrándose en un infierno angelical. El resto, dada su seguridad, le imita bastante convencido. Sadira es la última y cierra la abertura tras de sí.

Una vez en su interior, el chico proporciona a los consejeros bolas de fuego que pasan a actuar como pequeñas antorchas. Sadira ya conocía su poder pero nunca lo había visto en acción, y a decir verdad la forma en que crea y desplaza las distintas llamas le parece casi hipnótica. El trío de gobernantes avanza con cautela, mientras que Jey, por detrás, le tiende una de esas esferas a la chica. Ella la intenta sujetar, pero su oscuridad la desestabiliza y se origina una pequeña explosión que no pasa inadvertida para el grupo delantero. Los chicos avanzan como si nada y se sitúan en los extremos.

—Menos mal que mis ojos se han acostumbrado a la oscuridad como los de un felino —exclama a viva voz, aunque sus palabras sólo tienen un destinatario. Se las apaña perfectamente sin luz, y desde la otra punta, Jey parece recibir la indirecta.

Sadira les conduce por los caminos y llanuras que más rayos de sol han comenzado a acoger. La iluminación es tenue pero suficiente, y sin duda mucho mejor de la que esperaban encontrarse. La densa capa de ramas que conforma la coraza se ha ido abriendo con el paso del tiempo, y Sadira achaca ese suceso a que simplemente, antes de su llegada «no había nadie a quien alumbrar».

Es Sirio quien lleva el plano que conduce al Templo, pero ni siquiera ha necesitado desplegarlo porque Sadira parece conocer la ruta a la perfección. Siguiendo su mapa mental alcanzan un sendero rectilíneo que no abanandonarán hasta dentro de un buen rato, y la joven considera esta la ocasión ideal para entablar algo de conversación.

—Y... ¿por qué es tan importante ese templo? —decide empezar con una pregunta básica, y es Assia quien se la resuelve.

—Porque fue construido por los Etéreos. Si de verdad sigue existiendo, será una de las pocas construcciones que se conservan de su legado a día de hoy.

En algunos libros se habla de los Etéreos como los «auténticos ángeles», aunque probablemente fueron ellos mismos quienes los redactaron. Su historia es conocida por todo terrenal que se precie. Los Etéreos son seres de luz sin una estructura definida, aunque acostumbran a adoptar formas humanas al hacerse ver, que se desplazan como rayos de energía. No están atados a nada material, por lo que en un instante pueden presentarse en la otra punta del planeta. Los Terrenales actuales son los «descendientes» de aquellos ángeles etéreos que decidieron tomar un rumbo diferente. Muchos de ellos anhelaban experimentar los sentimientos y emociones que caracterizan a los humanos, y que no podían obtener en su estado original. De esta forma, el linaje se fragmentó. Algunos se decantaron por optar por una forma humana, corpórea y sintiente, mientras que una minoría permaneció etérea. Pero con el cuerpo material llegaba la mortalidad, y en consecuencia, apareció en el cielo la Fuente de Luz, encargada de traer a la vida a los nuevos terrenales. Encargada de traerla a ella, la última nacida en décadas.

Mientras Sadira rememoraba la conocida como Mitología Celeste, el silencio hacía un rato que se había hecho presente. Sirio decide aportar más información al respecto, pero más que por ella, por amenizar un tanto la velada.




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