Los Testigos

Prefacio.

La detective Miller se dejó caer en aquella fría silla de metal después de un largo rato de caminar en círculos por culpa de aquella habitación. 

Sentía que algo se le estaba pasando, se negaba a creer que aquel caso era tan simple. Tiró de su pelo una vez más en un vago intento de comprender qué era lo que le causaba esa sensación de pieza faltante, o mejor dicho quién. 

 Había terminado de interrogar a cada uno de los sospechosos y tenía su "favorito" como ella solía llamarle a quién creía que era el culpable. Pero, aún así, sabía que algo no cuadraba del todo. Tomó el vaso de café que estaba en aquella mesa de metal y le dio un sorbo. 

Aquel era su quinto café y no pasaba de medio día. Intentaba dejar el cigarrillo por lo que en un intento desesperado había recurrido a la cafeína y a la goma de mascar. 

 Sus manos temblaban demasiado, pero a pesar de ello se las ingeniaba para hacer anotaciones en aquella libreta que cargaba a todas partes consigo. Al destapar su bolígrafo este dejó dos pequeñas manchas de tinta azul en su mano. Y tachó el último nombre de su lista.Quedaban solo dos sospechosos. 

 Sentada ahí logró escuchar los pasos antes de que siquiera abrieran la puerta. El oficial Berwin entró con su camisa blanca desfajada y su cabello despeinado. Miller no necesitó que le dijeran lo que era obvio, Berwin había vuelto a dormir en la estación. 

—¿Tenemos un culpable? — preguntó apartando la silla que estaba enfrente a la mesa metálica y con esto, ocasionó un ruido tan estruendoso que Miller hizo una mueca. 

 —Tenemos dos posibles culpables— la detective Miller rascó un poco su barbilla al decir aquellas palabras, miró al castaño que estaba sentado frente a ella en una posición extraña y suspiró —Siento que algo falta—

 —Es una familia acaudalada— mencionó Berwin y se alzó de hombros —Quién sea que fuese culpable quedará libre en cuestión de horas— 

—Es ahí donde te equivocas— señaló dando otro sorbo al café negro sin azúcar que intentaba beber y antes de continuar hizo una mueca —La familia Tremblay se encuentra en bancarrota— 

La chica rubia se puso de pie y soltó su cabello haciendo que este enmarcara su rostro al caer justo por debajo de su barbilla. Después logró volver a recogerlo en una pequeña coleta que apenas si lograba mantenerse, aunque, en cuestión de segundos tendría algunos mechones fuera de esta. 

 —Son dueños de los hoteles "Tremblay" y de los restaurantes con el mismo nombre ¡Incluso de los centros comerciales! — Berwin observaba como su compañera se movía de un lado a otro por aquella habitación —Es imposible que estén en bancarrota— 

—Es posible— sentenció la rubia acomodando uno de los mechones que habían salido de su coleta detrás de su oreja —Lo es, en especial si se les ha ocurrido invertir en un negocio de alto riesgo y pierden la confianza de sus inversionistas más fuertes—

—¿De qué estás hablando? — Berwin tomó un cigarrillo y lo colocó en su boca sin prenderlo. Le dejó reposar ahí, sin comprender lo mucho que esto molestaba a Miller. 

—Hace poco menos de un mes la única nota que los noticieros se atrevían a mencionar era el que tras la muerte de George Tremblay y la decisión tan riesgosa de Wallis Tremblay los inversores empezaban a retirarse de los proyectos. Prácticamente la familia necesita de un milagro para continuar— 

—¿Y sí vendieran todo? — 

—¿Por qué vender todo? — aquella pregunta Miller se la había preguntado más a sí misma y no era la primera vez que lo hacía. Aquel cuestionamiento le persiguió toda la noche, atormentando y exprimiendo las últimas neuronas que seguían despiertas a falta de sueño. 

—¿Por qué no simplemente quemar algo? — cuando Berwin mencionó aquello, Miller centro toda su atención en el castaño —Te apuesto que todo en esa casa tenía un seguro— el chico rascó un poco su frente —Y te apuesto que habrá inversionistas después de esto—

—Un acto de lástima— 

¿Tenía sentido? 

Si, aquello tenía sentido. El incendio de una casa con más de doscientos años de historia desde su fundación —con joyas y tesoros inimaginables en su interior— había resonado en todas partes aquel lunes. Era una lástima, el domingo por la noche la familia Tremblay había perdido su hogar. 

Pero analizándolo desde otra perspectiva, la familia Tremblay había ganado esa cosa que años atrás había perdido por su codicia y mentiras... 

... Empatía. 

Sobre todo, cuando la pequeña Darcy había llorado frente a las cámaras y ante los reporteros, berreando y lamentando la miserable muerte de "El Señor Miel" su oso de peluche. A quien lamentablemente había perdido en el incendio. Minutos después de que esa triste y emotiva escena fuera transmitida por televisión, más de cien osos de felpa fueron entregados a la pequeña. 

—Tenemos un motivo— Berwin miró a Miller, quien se mantenía inmóvil, observando aquel espejo que ambos sabían era más un cristal espía —Algo me dice que ya tenías el motivo—

—Es demasiado fácil— Miller restregó su rostro con sus manos una vez más, acción que ocasionó que sus mejillas se tornaran en un tono rojo carmesí, al igual que el resto de su rostro —Incendian la casa, cobran los millones de los seguros, los inversionistas regresan e inclusive, se agregan nuevos ¿Y después? —

—No necesariamente tiene que haber un después— 

—¿Y quién es el asesino, Berwin? — Agatha Miller se sentó en una de las esquinas de aquella mesa de metal, con las piernas bien extendidas y la mirada fija en la puerta. 

 —Ni siquiera sabemos de quién es el cadáver—Berwin hizo un ademán con sus manos al decir aquello, como si quisiera abarcar a todo el mundo, pero sus brazos evidentemente eran un impedimento —Los forenses aún no han dicho nada al respecto, sabemos que tenía poco más de dos días de defunción previos al incendio— 

—Tenemos el porqué, pero nos hace falta el quién y el cómo— 




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