Florence dejó aquel paquete donde ya había dejado cientos antes.
No miró atrás, ni siquiera se preguntó qué es lo que habría dentro de aquella caja. No.
Mientras menos supiera, mejor.
Subió nuevamente a su camioneta y prendió la calefacción. Aquel día hacía más frío que en cualquier otro que hubiese pasado aquel mes. Pensó en que aún le faltaba entregar otros tres paquetes más y que apenas terminara llevaría a lavar su vehículo.
No quería rastro alguno que pudiera meterla en algún problema.
Soltó un suspiro y puso la camioneta en marcha, tenía un gran recorrido qué hacer. Manejó en dirección al hospital "La guardia médica" y frunció un poco su entrecejo. ¿Qué clase de doctores le comprarían algo a O'Neil? Pero, al final, ¿Quién era ella para juzgar?
Para sorpresa suya, al llegar al estacionamiento de aquel hospital reconoció aquel mercedes negro con esas placas que conocía de memoria. Ladeó un poco su cabeza y la curiosidad se apoderó de ella.
Aparcó lo suficientemente lejos de aquel carro para que no fuera vista en caso de que Ezra fuese a este. Bajó con el paquete en manos y cerró con alarma su camioneta, caminó hasta aquel basurero en el que le habían ordenado que dejara aquella caja de cartón, acató la orden y entró al hospital.
Paseaba su mirada de un lado al otro en búsqueda de su marido.
—Disculpa señorita— llamó la atención de una de las enfermeras que pasaba cerca de ella con estas palabras, —¿Sabrá si Ezra Tremblay está aquí?—
—¿El empresario?— Florence asintió. —Es su esposa, ¿Cierto?—
Volvió a asentir.
—Lo he visto en uno de los pasillos del tercer piso— señaló.
—Gracias—
Entonces se dirigió al elevador y una vez dentro presionó el botón que tenía un enorme tres a su lado. Espero unos segundos hasta que este se detuvo y empezó a deambular por los pasillos, echando miradas fugaces y rápidas dentro de las habitaciones o consultorios.
Hasta que divisó a Hirsch.
Y fue demasiado evidente que él también logró verla. Llevó su índice frente a sus labios, indicándole que guardara silencio y así lo hizo. Después de todo, también trabajaba para ella, a pesar de que le guardaba más secretos a Ezra.
Con su mano le hizo un ademán para qué se retirará y a pesar de que no quería lo terminó haciendo. Con un paso bastante sigiloso se acercó a la puerta que estaba abierta de par en par. Se quedó detrás de la pared y pegó a esta su oreja lo más que pudo.
—Te dije del embarazo el cuarto mes— escuchó decir a una voz femenina, —Había pasado el primer trimestre. Se supone que ya no había riesgos—
Florence no necesitaba explicación para ello, era demasiado obvio de qué iba aquello.
Tuvo que morderse la lengua para no soltar un grito en aquel momento.
Florence no era tonta, no. Llevaba años sospechando cada que Ezra no se encontraba en la oficina o no llegaba a su casa para dormir. Pero, algo muy distinto era sospechar a confirmarlo.
Aquella mujer que parecía fría como la nieve tuvo que hacer uso de todas sus fuerzas para no desmoronarse. Hirsch que estaba aún cerca se acercó a ella con intención de ayudarla, pero Florence no lo permitió. Volvió a hacer aquel ademán con su mano indicando que se retirara. Y el hombre no tuvo las agallas para desobedecer, así que tan solo se apartó.
Llevó una de sus manos a su boca en un intento de cubrir cualquier sonido que sus sollozos pudieran causar. Florence estaba llorando, por qué aquello le dolía aún más de lo que jamás llegó a creer que podría dolerle. A pesar de sus sospechas y lo mucho que se había preparado para aquel momento, siempre tuvo esperanza de que aquello no fuera más que una suposición de ella.
Pero, esa esperanza estaba siendo destrozada y dolía; era un sentimiento desgarrador que le sacaba lágrimas que en años no habían logrado encontrar un camino para salir. Lo que le dolía era saber que había acertado.
Como pudo volvió a pegar su oreja contra la pared y se obligó a normalizar su respiración. Conforme esta se iba relajando ella se iba atreviendo a ir apartando su mano de su boca.
—Acabaré contigo y desearás nunca haberme conocido— escuchó a la misma voz femenina decir. Apenas asomó un poco su cabeza por la puerta abierta pudo oír a Ezra gritar.
Decidió que ya había tenido suficiente de aquello.
Se apartó de la pared y permaneció unos segundos ahí, de pie. Asegurándose que al dar un paso no fuera a caer. Entonces cuando los enfermeros pasaron a su lado, Florence se fue directamente a su camioneta.
Una vez ahí, decidió que no tenía tiempo para llorar, sino que debía pensar. Darcy era bastante pequeña como para pasar por el divorcio de sus padres, sobre todo en aquella situación. Y Morgan... ella ya tenía demasiado de qué preocuparse.
Simplemente, aquel no era el mejor momento.
Florence soltó un suspiro y esperó a ver a Ezra subir a su automóvil.
¿Quién diría que Florence lloraría por algo que ya sabía?
Pero así lo hacía, se permitía llorar sabiendo que nadie observaba y que el único testigo de aquello era ella misma.
Normalmente, cuando Florence lloraba lo hacía en un completo silencio, pero hacía más de un par de años de aquello. Por lo que cuando los sollozos fueron audibles se sorprendió, pero no los impidió. Les permitió fluir a su propio volumen y sentir como si estos le ayudarán a desahogarse.
No lo hacían.
En absoluto.
Ella no era alguien que se sintiera cómoda llorando, aquello solo la hacía sentirse vulnerable. Y no era algo que le agradara particularmente. Pasó las manos por su rostro y lo restregó un poco, apartando las lágrimas que caían por sus mejillas.
Intentó tranquilizar su respiración, con su frente pegada contra el volante.
Ya tendría tiempo para ingeniarse alguna manera para hacer sufrir a Ezra, pero por el momento, tenía demasiadas cosas que hacer.