Los Testigos

Capítulo: 16

Ezra Tremblay era un caos. 

Y todos se podían dar cuenta de ello. 

A pesar de esto, seguía intentando negarlo. 

Cada vez que alguien entraba a su oficina se concentraba demasiado en sonreír de aquella manera tan planeada que solo él conseguía. 

Necesitaba desahogarse. O al menos era lo que él creía. 

Pero no podía meter la pata de nuevo.  Todo con respecto a Angela había sido un error e ir en busca de otra prostituta sería tropezar con la misma piedra. Así que ahí estaba, en su oficina, sintiéndose bastante ansioso. Se permitió así mismo compararse con un animal salvaje enjaulado. Limitando todo lo que podría hacer por una jaula que sabía perfectamente que era capaz de romper. 

Pero eso ocasionaría destrozos. 

Y no era un animal. Ezra Tremblay había calculado cada uno de los siguientes pasos que debía dar. Un pequeño sacrificio de mantenerse quieto y ser visto por las suficientes personas como para que él no fuera un sospechoso. Simple. Soñaba bastante simple. 

Pero su corazón iba demasiado acelerado, lo suficiente como para que el estar sentado le fuera casi imposible. Sus manos estaban demasiado húmedas y su boca estaba demasiado seca. Por más líquido que tomará aquel día, seguía así. Con varias costras de piel que intentaba no arrancar con sus dientes. 

Junta, tras junta, Ezra solo pensó en lo que Florence estaba haciendo. 

Esperando un mensaje o una llamada. Pero no.

Aquello no ocurrió. 

Aquel día en la oficina pasó demasiado lento. Intentaba dejar de echarle vistazos a cada reloj que se le ponía en frente, pero le era prácticamente imposible. 

Por lo que, apenas vio la oportunidad, salió de aquel lugar. 

Su corazón seguía en un constante ritmo acelerado. No disminuía o aumentaba sus latidos. Pero aquello era demasiado sofocante. 

Pero, era bastante curioso, aquello no le molestaba. Lo veía como una oportunidad de llegar a su propio límite y por fin conocer hasta dónde era capaz de soportar. Así que al salir, manejó hasta aquel lugar que tenía un tiempo en visitar. Ya fuese porque ponía mil y un pretextos para no hacerlo o por que...

Quizás Ezra Tremblay no sería lo suficientemente fuerte como para ponerse de pie en aquel lugar sin derrumbarse. 

Y por ello se dirigió a aquel lugar en el cementerio que solo había vuelto a visitar cuando enterraron a su padre. Se mantuvo de pie fuera de aquel mausoleo y por unos instantes contuvo su respiración. 

Hasta que se dio cuenta de que no sintió nada. En lo más mínimo. Inclusive se atrevió a compararlo como una perdida de tiempo. 

—Su esposa dejó flores el domingo— desconcertado, se giró a dónde provenía la voz. Un hombre que probablemente tendría la misma edad que tuviera su padre. Claro, que no tenía la suerte que George Tremblay había tenido. —Como lo hace todas las semanas—

—¿Todas las semanas?—

—Sin falta— asintió mientras continuaba apartando las hojas de una de las sepulturas. —A veces incluso se queda un rato y conversamos—

Ezra asintió. 

—Insiste en que pudo haberlo salvado—

—Fue muerte de cuna— le explicó al hombre. —No había forma—

—Insiste en que si se hubiera dado cuenta de que había dejado de respirar, hubiera hecho algo— apenas si hizo una mueca. Y el hombre pareció notarlo, porque de inmediato agregó: —Hace más de veinte años de ello, creo que no es bueno que siga recriminándoselo—

—Veintitrés años— señaló. —Tuvimos una hija dos años después. Pero...—

—¿No otro varón?—

Apenas y asintió. 

Su corazón ya había disminuido demasiado su velocidad. Por lo que se molestó. 

—Bernard seguro cuida de su hermana—

—Hermanas— le corrigió.

El hombre miró a Ezra y asintió un poco.

—¿A caso no es ese empresario que se postulará como parte del senado?—

Entonces fingió aquella sonrisa perfectamente ensayada una vez más en aquel día. 

—El mismo en persona— 

—Cielos, no me imagino lo terrible que ha de ser para usted venir a este lugar— Ezra fingió estar atormentado. Esa clase de actuación que solo un profesional lograría, —Le soy honesto, creí que era solo otro más de esos engreídos con traje. Pero creo que es el más humano de todos ellos, realmente espero que gane—

Ezra le dedicó otra sonrisa. Un tanto más cansada que la anterior, agradeció y salió de ahí. Se molestó al darse cuenta de que había estado en un error. 

Cuando decidió ir a aquel lugar, creyó que su corazón se aceleraría aún más. Que este amenazaría con salírsele del pecho y que se sentiría aturdido. Pero no. Para decepción suya, no sintió nada en aquel lugar. Le resto importancia a que tanto como su padre, madre y primogénito estaban en aquel lugar. 

No lograba sentir empatía. 

No había conseguido desmoronarse como había visto a hombres que admiraba, hacerlo. 

Dándose por rendido, Ezra decidió dirigirse a su casa. 

Quería con todas sus fuerzas obsesionarse con algo o alguien. Así como en un momento lo había hecho con Florence o con Angela. Pero le era difícil. Tenía nuevas limitaciones. 

Confiaba en que Florence pronto arreglaría todo. 

Siempre había sido de aquella manera, inclusive cuando de acuerdo a él se vio obligado a matar a George Tremblay. Le había ayudado a todo y era un secreto que les pertenecía a ambos. Nadie lo sabía. 

Nadie conocía a aquellos monstruos que se ocultaban en aquella mansión tan hermosa de estilo victoriano. Solo ellos. 

De acuerdo con Ezra fue algo inevitable, algo que tenía que suceder cuanto antes. Sobre todo, previo a que George leyera su testamento con sus nietos. Tanto él como sus hermanos comprendieron lo que ocurriría cuando hiciera eso. La única diferencia fue que él hizo algo al respecto. 

Algo tan bien ejecutado que pareció natural. 

Cuando llegó a la mansión Tremblay, lo primero que hizo fue ir a su estudio. Abrió aquel cajón de su escritorio y tomó la copia del testamento de su padre que tenía. Jugó un rato con el encendedor que tenía ahí. 




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