Una vez arriba del avión, revisé mi celular, enviando un mensaje a Scorpia agradeciendo por lo que había hecho por mí, y otro de disculpa.
Reteniendo el nudo en mi garganta, me dispuse a colocarme el cinturón, los audífonos y dormirme hasta que el avión llegue a destino.
Cerré los ojos, pensando en que tal vez no era buena idea refugiarme en una persona que había considerado una gran enemiga hace no mucho tiempo, pero tal vez era lo mejor para descarrilar mi cabeza de las personas que me trataban con delicadeza, odio o lástima.
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Desperté, me quité los audífonos y pude escuchar a la azafata en el altavoz. Estábamos aterrizando. Una vez pude levantarme y quitarme el cinturón, tomé mi mochila y bajé junto a los otros pasajeros.
—¡Por aquí, Catra!—. Levanté mi mirada y pude ver a la albina a lo lejos. Rodé los ojos. Era tan alta que sobresalía su cabeza de entre toda la multitud. Me acerqué hacia donde estaba ella para saludarla.
—¿Qué cuentas?—. Chocamos los puños en forma de saludo.
—Nada nuevo, en realidad. Sólo nueva gente en la zona—. Tendré que acostumbrarme al acento. De seguro las chicas se reirán de mí cuando vuelva con un acento británico a casa. Luego de mucho tiempo, ese pensamiento me sacó una sonrisa. Y ella apareció en mi cabeza otra vez, provocando que el nudo en mi garganta se forme por segunda vez.
Había empezado a odiar todo esto. Quería asesinar a mi madre de las 1000 maneras posibles, ahogar a la madre de Rogelio en el retrete, pasar la cabeza de mi padre por las ruedas de un tren en movimiento y empujar al padre de Rogelio de la azotea de un edificio de 20 pisos. ¿Pero que se vaya? Sabía que la había hecho pasar infiernos, pero se fue sin decir nada, sin llevarse nada. Estuve preocupada por una semana hasta que recibí noticias de su parte por Kyle. ¡Por Kyle! ¿Ni siquiera puede hablarme?
Mientras seguía torturándome mentalmente por la situación que me sobrepasaba en todo sentido, Huntara me contaba los pros de Londres y de lo buena que era la gente en el club de boxeo, a pesar de lucir todos enormes e intimidantes.
Una vez llegamos al club, bajé del auto de la albina, siendo recibida por su padre y su hermano mayor. No me sorprendió en absoluto que ambos sean igual o más altos y musculosos que ella, pero nada alterado de mi parte.
Mientras los saludaba cordialmente e ingresaba al tour personal, pensaba en ella. Me reía en mis adentros, pensando en lo marcada que puede dejarte una persona con el paso del tiempo. Cada cosa que veía me recordaba a ella, incluso la albina de metro ochenta parada al lado mío. ¿Quién diría que terminaría considerándola una amiga luego de tratarla como la mierda misma porque se enamoró de mi nov-?
—¿Catra? ¿Te encuentras bien?—. Miré a Huntara estupefacta, caí en la cuenta de dónde estaba y con quiénes. ¿Adora, mi novia? Sí, habría que ver si ella estaba de acuerdo con aquello.
—Estoy perfecta, ¿por qué lo dices?
—Por nada...—. Huntara se volteó y me enseñó una puerta que dirigía escaleras arriba—. Aquí vivimos nosotros. Puedes acomodarte en la habitación de invitados, si gustas. Cualquier cosa que necesites me avisas, ¿sí? Puedes empezar en el ring cuando quieras. Serás mi primera alumna, así que espero me tengas paciencia—. Se rascó la nuca. Supuse que sería un gesto nervioso, puesto a que siempre lo hacía cuando hablaba con Adora. Cerré los ojos, abofeteándome mentalmente por relacionar todo a la rubia de ojos celestes. Volví a pensar que ahora sí podría golpear algo más... y no sería penalizada por aquello.
—Huntara—. La llamé antes de que salga por la puerta, se volteó, indicando con la mirada que prosiga—. ¿Es una molestia si las clases comienzan ahora?—. Por un momento pareció llorar brillo, lo cual, inevitablemente, me hizo pensar en ella otra vez. Me abrazó, levantándome por los aires como Scorpia suele hacerlo mientras gritaba que sí y asentía. Intenté alejarla de mí, disgustada por el repentino contacto de su parte. Me bajó de sus brazos, pero su rostro seguía iluminado de la emoción. Empecé a cuestionar mis razones para encontrarme con la peliblanca.
—Bien, podemos empezar con las vendas en el ring, si quieres.
—Lo que sea, siempre y cuando pueda golpear algo sin resentimientos.
—Bien, iremos a por el saco de boxeo. No quiero morir el primer día—dijo, girando en su eje y saliendo escaleras abajo de mi habitación. Rodé los ojos, pensando en que era una buena persona después de todo. No habría dejado que me quede en su casa, de lo contrario. Prácticamente le quité a la mujer que le gustaba.
Y aquí vamos de nuevo. Comencé a tirar de mis mechones de cabello, castigándome a mí misma por no poder sacar esos ojos cielo de mi cabeza. Me miré al espejo cercano, convenciéndome de que cambiaría, de que lograría salir victoriosa de esto, sea que aquello incluya el olvidarme de ella o no...
Bajé las escaleras con mi mochila, donde estaban mis objetos personales, dispuesta a pedirle un favor a Huntara, a la que encontré preparando mi nueva zona de entrenamiento en el club.
—¿Huntara?—. Me miró, emocionada—. Antes de comenzar, te importaría llevarme a alguna peluquería cercana..?—. No estaba muy segura de hacerlo, pero quería un cambio en mí, y comenzaría por lo más pequeño de ser necesario.
Llegando al lugar, la mujer que me atendió era muy amable. Demasiado para mi gusto, rodé los ojos ante sonrisa colgate y le mostré el corte que quería hacerme. Me miró sorprendida.
—Jovencita, ¿está segura? Tiene un cabello largo y hermoso, sería un desperdi-
—Estoy segura. ¿Puede continuar con su trabajo?—. No estaba de humores para que mis actos fueran cuestionados, mucho menos de una persona a la que no le incumbe ni le debería interesar mi vida. Ya de por sí me cuestionaba yo misma, no era necesario agregar más personas a la lista.