Eider se despertó.
Estaba algo aturdida y con dolor en el cuello, posiblemente porque había vuelto a tener pesadillas, pero lo olvidó al percibir el aroma de los panqueques que intuyó serían su desayuno, así que algo ansiosa, se dio una rápida ducha, se puso su habitual ropa sin faltar su chaqueta verde y bajo hacia el comedor.
Su plato ya estaba en la mesa con dos panqueques en él y a su lado estaban la mantequilla, la miel y la crema batida que tanto le gustaban. También estaba su tía que con gran calma bebía su té. Esto solo podía significar una cosa.
El otoño había llegado.
Otoño.
El otoño podría ser la estación favorita de Eider, pero lamentablemente la llegada del otoño significó el inicio de las clases; lo que mayormente es algo malo.
¿Por qué? Ella no tenía una razón en específica, o quizás sí, pero se negaba a aceptarlo.
Hacía algunos años había tenido varios compañeros que le hacían la vida difícil.
En ocasiones terminó llorando en el baño, perdiéndose incluso algunas de sus clases por miedo a enfrentar a sus supuestos amigos.
Había pasado mucho tiempo desde aquello, pero la verdad era que siempre le venían esos recuerdos a la mente cuando se encontraba con alguno de esos compañeros, que, para su fortuna o desgracia, la habían casi olvidado.
—¡Eider—llamó su tía desde la puerta—vas a llegar tarde!
Al oírla, Eider salió de su ensoñación, terminó de un bocado su desayuno, casi atragantándose con el mismo antes de siquiera poder masticarlo, tomó su mochila y se fue corriendo por el pasillo al encuentro de su tía.
—Esta lloviznando—decía su tía con un bufido y poniéndose un suéter— menos mal traes suéter, aunque sea muy viejo, a lo mejor te compre una la semana que viene.
- Este está bien, fue un regalo – le respondió – pero gracias.
Su tía pareció notar que aquel suéter era el que le habían dado el año anterior, su madre, ella misma y su fallecida tía. Así que dejó el asunto.
- Apresúrate – le dijo – que si no llegas tarde.
El pórtico la protegía de la llovizna permitiéndole apreciar los alrededores.
Se sentía la frescura de la lluvia, se escuchaban ranas y grillos en el fondo, había charcos por doquier y las flores parecían felices. Al fondo, cerca de un muro, un viejo triciclo se oxidaba tranquilamente y las trepadoras lo cubrían. Además, se podía observar a lo lejos, si se fijaba bien, un arcoíris que daba un toque alegre al cielo, pero eso no era lo único que se podía apreciar; un relámpago apareció en escena y Eider contó los segundos para que tronara el cielo.
Y así sucedió, fue un fuerte tronar.
—Maravilloso —susurró Eider.
Entonces una gota de agua cayó en su frente y la devolvió a este mundo.
Su tía ya había empezado a caminar y le llevaba al menos cuatro metros de ventaja, al parecer no había notado la ausencia de Eider y la chica, ansiosa por tomar su ruta preferida para ir al instituto, decidió escaparse.
Sería fácil salir sin ser vista, solo tenía que trepar y saltar el muro que rodeaba la casa.
"Pan comido", pensó Eider.
Pero luego se dio cuenta de que existía la posibilidad de romperse algo durante su misión imposible, pero le importo poco.
"Vamos, sin miedo al éxito", se dijo a sí misma.
Entonces, haciendo un poco de cálculo, tomó impulso y corrió hacia el muro. El impacto le hizo hormiguear las manos y soltar un quejido no muy alto de dolor, pero ignorando la sensación logró llegar a la parte superior del muro trepando velozmente, como había aprendido de pequeña.
Entonces miró hacia abajo.
Se mareó un poco.
Era una altura respetable, pero ya que había llegado hasta allí no se iba a echar atrás. Tiró su mochila sin importarle lo que había dentro, a pesar de que allí llevaba su computadora portátil.
—Uno—empezó a contar—dos y tres.
Se lanzó, pudo sentir el leve viento juguetear con la parte inferior de su camisa y también sintió que volaba. Por un breve instante se imaginó a sí misma como un pájaro; como un pájaro que desciende elegantemente. Se sintió segura y aliviada.
Hasta que dio contra el suelo.
No se rompió nada, pero le dolió como no tienen idea.
Luego de unos instantes se levantó, tomó su mochila, revisó si su laptop no se había roto porque de ser así le esperaba un severo castigo, pero para su fortuna la computadora estaba intacta y tras asearse un poco se dirigió hacia el parque.
No le tomó mucho tiempo llegar al lugar ya que estaba a tan sólo unas cuadras de su casa; al llegar lo primero que notó nuevamente fue el olor de la lluvia y el croar de las ranas, las aves cantaban agradecidas por la llovizna y las bancas de madera aparentaban humedad.
El parque estaba alegre y se había rejuvenecido como tanto le gustaba pensar a ella acerca de las cosas después de las lluvias.
Eider se entretuvo un rato chapoteando en una serie de charcos mientras cantaba en vos baja como una niña alegre, le gustaba pensar que no estaba tan grande como para disfrutar de cosas tan lindas como aquella. Luego de un rato su teléfono empezó a sonar, era su tía y al ver la hora se dio cuenta de que si no se apuraba llegaría tarde.
Así que rechazó la llamada y apresuró el paso hacia la escuela.
Al notar que no era suficiente con caminar más rápido Eider empezó a correr.
Mientras corría en su cabeza iba sonando la canción de misión imposible; se imaginó a ella misma como una espía corriendo contra el tiempo. Llegó a la escuela con las mejillas más rosadas que de costumbre y con la respiración agitada. Miró a su alrededor en busca de su tía y no la vio.