𝘌𝘯 𝘭𝘢 𝘰𝘴𝘤𝘶𝘳𝘪𝘥𝘢𝘥 𝘯𝘰 𝘱𝘢𝘳𝘦𝘤í𝘢 𝘪𝘮𝘱𝘰𝘳𝘵𝘢𝘳 𝘲𝘶𝘦 𝘤𝘢𝘴𝘪 𝘵𝘰𝘥𝘢𝘴 𝘭𝘢𝘴 𝘳𝘦𝘴𝘱𝘶𝘦𝘴𝘵𝘢𝘴 𝘧𝘶𝘦𝘳𝘦𝘯 𝘢𝘣𝘴𝘶𝘳𝘥𝘢𝘴».
𝘚𝘵𝘦𝘱𝘩𝘦𝘯 𝘒𝘪𝘯𝘨
Lakewood, Vail y Littleton, eran los lugares a los que debía ir. Eran los nombres que debía encontrar, pero no podía hacer todo de un sólo empujón. Tenía que organizar bien el tiempo y mi propia disposición. Llevaba mes y medio en Colorado, acostumbrándome a la nueva atmósfera. No pasaba mucho tiempo en casa, pero cada vez que salía, los niños de la siguiente casa jugaban en el jardín, cantaban una ronda infantil y me saludaban. Les devolvía el gesto, y más de una vez hice ademán de saludar a la señora que les cuidaba, pero me ganaban los nervios. Ella miraba seriamente unos segundos y luego desviaba su atención hacia los niños. Nunca me saludó, o por lo menos no recuerdo que lo hiciese. En la otra acera había una pareja. Una pareja muy dispar. Solían pelear la mayoría de noches. Llegaron de Rusia dos días después de mi mudanza. Ella no hablaba bien español. Él era un ex combatiente resentido. No mucha gente hablaba con ellos, pero la madre de él solía visitarles de vez en cuando.
También les saludaba, cuando tenía la oportunidad. Luego volvía a mi rutina conociendo lugares específicos de Colorado.
Cómo todos los martes y jueves, fui a dar clase. Me llevaba muy bien con los profesores, pero con el que mejor me llevaba era con Robert. Pocas veces salíamos a tomar una que otra copa. Era algo agradable. Los estudiantes también lo eran, Mike estaba a punto de conseguir un título para los rayados, y tanto para él, cómo para la gente, ello representaba una emoción gigantesca.
Los días pasaron, y mi estadía se volvió más amena. Cómo todos los años, en la escuela se hacía una obra de teatro. Yo no sabía mucho de ello, en verdad. Ni siquiera me enteraba. Para James y Mimi era algo importante. Así que usaron a nuestro curso para la obra; yo tenía cierto conocimiento. De hecho había dirigido obras de teatro cuando era joven. Pero el trabajo no correspondía a mí. O eso pensaba. Porque por problemas, la obra estaba sin alguien que la dirigiera.
-Thomas, te espero en la oficina. -dijo Mimi-. Necesito tu ayuda.
Hice un gesto de asombro y le pedí un momento. Iría cuando lograra desocuparme. Ella aceptó.
Di mi clase común y corriente teniendo en mente la necesidad de la señora Mimi de hablar conmigo. A pesar de que hablaba mucho con ella, no solía llamarme a su oficina. Pensaba que mi tiempo de prueba había terminado y que tenía que irme. Era lo más cercano a la realidad; eso suponía. Cuando la clase finalizó me dirigí a dónde la señora Mimi; llegué y ella pidió que cerrara la puerta. Lo hice, y me dispuse a charlar con ella.
-Thomas, Ya terminé de leer lo que me enviaste.
-¿En serio? ¿Cómo le pareció? -me sentí ansioso.
-Es...interesante. Me sorprende la manera tan detallada con la que describes las cosas.
-Así que interesante... Bueno, desde un principio supe que no sería al nivel de una editorial.
Me ponía algo triste, al comienzo usé lo del libro como excusa, para poder llegar acá. Pero cuando escribí noche tras noche, le tomé cariño.
-No me refiero a ello Thomas. Sólo es interesante, y espero que lo finalices pronto.
-Para ello no me llamó, ¿O sí, señora Mimi?
-No, no fue para ello. ¿Tienes algo de tiempo libre hoy? Quiero que me acompañes a un lugar a mí y a James.
-Sí, estoy libre. ¿Puedo saber de qué trata lo que quiere contarme?
-No. Te lo contaré allá. Pasaremos por ti a las siete. Espero estés listo. Y ve elegante.
-Lo estaré. ¿Es todo señora Mimi?
-Así es. Puedes irte.
Salí de la oficina con ello en mente. Al menos no había sido corrido. No podía pedir más.
2
Eran las siete y quince, cuando llegué al apartamento. Mimi nunca me había invitado a algo extraescolar; me hacía suponer que mi tiempo cómo profesor suplente había concurrido. No me sentaba mal, y si me lo ponía a detallar, era normal pensar eso. Llevaba mes y medio en la escuela, enseñando y perdiendo el tiempo. Otra parte de mí quería olvidar a lo que venía, dejar todo atrás e iniciar de nuevo. Era sensato.
El timbre sonó cuando me ponía la gabardina. Miré por el ojo mágico; al otro lado se encontraba la señora Mimi. Tenía un vestido azul que le llegaba hasta las rodillas. Unos aretes en forma de aro, el cabello suelto y liso. James por otro lado, lucía unos pantalones ocre, mocasines, un sombrero y el saco; qué estaba doblado en su brazo derecho. El timbre sonó de nuevo y abrí la puerta.
- Señora Mimi, está muy guapa- le di un beso en la mejilla-. No sé enoje conmigo, señor James-dije en tono burlón.
-Tú tampoco te ves mal, George. Me gusta.
-Yo también existo -dijo James riendo-. Ya debemos irnos. Súbete George
-Puedo ir en mi au...
- Sube, vas con nosotros.
-Está bien.
Subí al auto, me quite la gabardina y la dejé a un lado. James puso en marcha el coche, y nos fuimos.
Los arbustos se hacían menos visibles y la velocidad más elevada. Divisaba como aquellas ramas se volvían sombras. Sombras que relacionaba con mí funesto pasado. Distraído. Ensimismado. En otro mundo, sin prestar atención a lo que decía la señora Mimi. A mí sólo llegaban direcciones, nombres, momentos. Quería creer en ese punto de inflexión en el que sólo estábamos William y yo. Frente a frente. Cara a cara. No dormía mucho y cuando lo lograba tenía ese sueño recurrente. William me asesinaba. La primeras vez desperté asustado. El aire me faltó y el sudor me escocíó la frente. La habitación se hizo diminuta; y cuál claustrófobico en un ascensor, la ansiedad se apoderó de mí.
-George... ¡GEORGE! -espetó Mimi-. Pon atención
-Lo siento... ¿Qué sucede señora Mimi?
-Bájate. Ya llegamos.
- Muchacho, ¿Te encuentras bien? -Me dijo James-. Te ves muy pálido. Sí quieres puedo llevarte de nuevo a tu apartamento.
-Estoy bien, no se preocupe. Sólo un poco mareado. Ya pasará.