Días antes.
Hay una fábrica al borde de la parte media de la ciudad, donde pasan las aguas contaminadas. Tiene una fachada abandonada por fuera, ocultando lo que hay exactamente debajo de ella. A solo minutos de que el sol salga, se puede escuchar el sonar de cada tecla del piano que programé para ser especial. No solo sonaba maravillosamente, sino que cada tecla manejaba una estaca dirigida hacia el cuerpo moribundo del hombre que clamaba piedad.
—Ahora, repite lo que dijiste, mira que ya estoy perdiendo la paciencia —sentencie, mi voz es espantosamente amenazante.
A veces dejo las teclas presionadas durante mucho tiempo, incrementando los gritos desgarrantes que salen con frecuencia de su boca, generando un genuino placer en mí, porque dependiendo del tono, las estacas metálicas pueden girar, clavarse de un lugar a otro o rasgar cualquier otra parte de su piel.
—P-Por... f-favor…
Sentirme satisfecho en estos momentos es casi tan grande como la ira que me consume porque todavía sigo sin obtener las respuestas que quiero. Llevo horas en esto y el muy maldito se atreve a seguir guardando silencio.
—No, no, no, no, no, NO. —Una y otra vez hice el mismo ademán demostrando mi insatisfacción ante su débil alarido—. No es lo que quiero oír que salga de tu maldita boca —espete.
Salí del piano sintiéndome oprimido, me acerqué a él, quedándome solo a escasos centímetros, observando con mero desprecio y aburrimiento. El aire está cargado de un aroma peculiar: una mezcla de tecnología nueva y el rancio aroma de lo olvidado. El olor metálico de los robots se mezclaba con el leve aroma a aceite viejo y lubricantes asentados.
A pesar de la modernidad del lugar, hay una notable persistencia de moho y oxidación proveniente de los rincones donde la maquinaria vieja de los robots vigía y muchos Eidolon defectuosos se encuentran, -me marea de sobremanera-. Sumándole a esos aromas, el charco de sangre que hay se hace cada vez más grande, llegando a manchar la suela de mis zapatos, comenzando a producir su olor característico, empezando a hacerse presente de tanta cantidad.
Su cuerpo me permite ver los huesos de las piernas y la piel colgando, fruto de las incontables torturas que me tomé el tiempo de infligir. El sentimiento de regocijo no sale de mi pecho por tal hazaña. Por dentro gozo, mientras que por fuera mantengo una imagen impasible.
Cómo lo disfruto.
El cambio de emoción persiste, de rabia a frustración, de enojo a alegría, pasando luego al éxtasis y viceversa siguiendo un patrón. Paso la lengua por mis labios humectándolos mientras juego con mi cabello negando lentamente con la cabeza. Si… puedo sentirlo, solo esto sucede cuando mi cuerpo y mi mente están en ese punto alto donde puedo admitir todo lo que me arropa sin resentimiento alguno.
Me encanta el poder.
El sujeto escupe y tose sangre logrando que lo observe de nuevo con detenimiento, la expresión terrorífica que me regalan aquellas cuencas verdes es una patada de realidad ante la escala de poderes para él en estos momentos. Escupe sangre de nuevo, se nota cansado, acojonado, moribundo.
Patético.
Me acuclillé todavía quedando más alto que él sin despegar la mirada, está amarrado al suelo sujeto a cadenas eléctricas que se usaban para ayudar al ensamblaje de los Eidolon. Su respiración es agitada, producto del miedo que ejerzo sobre él, agrandando mi ego. Estire el brazo derecho perteneciente a la mano que me lastime al defenderme de su ataque, sujete firme su cabello negro azabache entre mis dedos quedando pegajosos por el espesor del líquido rojo impidiendo que volteara la cara a otro lado.
Como si pudiera hacerlo.
—Hasta hace un momento eras una jodida rata que fue capaz de darme unos cuantos golpes al tomarme desprevenido. —Mis palabras suenan frías, cuál hielo—. Así que te preguntaré solo una vez más... —El tono de mi voz se hizo más grave— ¿Quién te envió?
La escoria trataba inútilmente zafarse de mi agarre, logrando que se me escapara una sonrisa maquiavélica ante tal divertida escena, debido a que es imposible. No puede mover los brazos o alguna otra extremidad -están partidos-. Es inútil escapar, lo sabe. Aun así, es algo divertido cuando lo intentan, me anima a seguir jugando con ellos.
—P-P-pied-ad —gime de dolor— ¡T-Tenga piedad! —llora desgarradoramente exclamando por su vida— D-Deteng-gasé ya...
El sonido quejumbroso y entrecortado por el llanto me asquea. Lo sigo observando con mero aburrimiento, suspiro ya cansado, dejándolo tirado en el suelo nuevamente volviendo a mi puesto, dispuesto a tocar de nuevo.
Estúpido.
La escala musical pasa de Menor a Mixolidia en segundos, y la melodía envuelve mi cuerpo, haciéndome imaginar que estoy en una orquesta. El sonido de sus lamentos hace eco en el espacio, convirtiéndose en un instrumento perfecto para acompañar con violín, mi piano y una flauta, digno de un espectáculo.
Me gusta jugar, pero también suelo aburrirme rápido. Por ello me gusta imaginar que estoy en una orquesta mientras me pierdo en medio de la sonata cuando las interrogaciones son exhaustivamente largas para mi gusto. No pasaron ni cinco minutos cuando, en medio de los gritos, finalmente, es música para mis oídos, otro tipo de respuesta que no fueran súplicas y sollozos.
— ¡Lo diré! ¡L-Lo diré! POR FAVOR DETÉNGASE.
Me levanto por un momento para llenar un vaso con licor que había dejado sobre el piano a penas entre. Bebí gustoso saboreando el sabor amargoso del Whiskey, hasta sentir el hormigueo que recorre de mi boca a la garganta haciendo un ademán con la mano en su dirección mientras trago.
—Te escucho.
—«L» ...Solo eso sé... ¡Lo juro!
— ¿«L» dices?
— ¡Sí! S-Se lo juro, ¡pero no más! —sollozo—. Por favor... ¡Haré lo que sea!
El hombre llora a cántaros suplicando por su perdón quejosamente, mezclando las gotas saladas con la sangre en su piel maltratada. Debo darle créditos al muy maldito por la alta resistencia mental y física que posee, nadie había aguantado tanto hasta este punto. Canto victoria, porque me gusta ver a las sabandijas como él comenzar a cooperar justo en momentos como estos.
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Editado: 22.08.2024