—¡Este pueblo me pertenece!
Sabía el riesgo que corría, el palacio entero estaba envuelto en llamas, era consciente de que sin la protección que llevaba, el calor ya la habría debilitado aún más. Además, no estaba segura de cuánto tiempo había pasado dentro de la torre.
Aún así, a pesar de que escuchaba las amenazas de Morrigan y ya había notado que tenía rehenes, entre ellos, Cearbhall, a quien seguramente había ayudado con un hechizo aunque ahora parecía ser todo lo contrario. Pero necesitaba seguir buscando una salida, desde la cual aquella hechicera no pudiera verla.
—¡Tu heroína ya debe estar muerta!; ¡Si no me liberas en este instante; también los matare a todos! —se dirigía al hechicero.
Finalmente salió por una ventana, tendría que recorrer casi todo un costado del palacio, pero ya estaba fuera.
Corrió hasta encontrar un punto estratégico, preparó el arco y confió en que Morrigan fuera tan crédula en sus propias afirmaciones, como para no protegerse. Entonces disparó.
—¿Tú? —había acertado en el muslo derecho, pero sabía que no era suficiente, la mirada de Morrigan lo confirmaba—. ¡No eres rival para mí!
No respondió y contrario a lo que cualquiera habría pensado, corrió hacia ella con la intención de golpearla con el arco.
—¡Tonta! —logró bloquearla sin imaginar el verdadero propósito de Lenora.
—¿Eso crees? —sostuvo su mano, enfocándose en el anillo, aprovechando que su enemiga había usado su energía para empujarla.
—¡Devuélvemelo!
Lenora sonrió, guardando su botín. Iba uno, faltaba el otro.
—¡Oblígame!
Llamó su atención un ruido proveniente de la entrada principal del palacio. Era Gallagher y aunque estaba lastimado, su actitud era clara. Pero nunca imaginó lo que continuaría.
En un arrebato de ira, Morrigan lanzó un ataque de fuego y mientras le respondía con una energía en contra, Gallagher corrió para atacarla, pero ante la sorpresa de todos, Cearbhall se cruzó en su camino para enfrentarse a él, ocasionando que todos sus sirvientes y los soldados que no habían logrado escapar, siguieran su ejemplo.
—Míralo por última vez. Uno contra un pequeño tumulto —rió—. Pronto perderás a tu compañero —nuevamente no respondió, sabía que no lo lastimarían de gravedad, confiaba en su hechizo, aunque era claro que lo estaban sometiendo.
Sólo fue cuestión de segundos antes de que algunos soldados traspasaron la barrera y se apresuraron para ayudar a Gallagher. El caos comenzaba a invadir el lugar.
—¡No! —gritó—. ¡Alejense! —fue inútil.
—Ríndete; Aldara. ¿Olvidas que tengo tus piedras? Hazlo y te aseguro que seré benevolente. Te daré una muerte rápida, incluso haré lo mismo por tu compañero.
Al ver que la pelea se había esparcido y que ahora Gallagher solamente luchaba Owen, concentró su energía incrementando la potencia de su ataque.
Estaba funcionando y se alegró cuando su enemiga ya no pudo contener su ataque y cayó al ser golpeada por su energía. Corrió, y sentándose sobre ella, intentó quitarle el otro anillo.
—¡Acabaré contigo! —no estaba dispuesta a rendirse.
•••
—¡Acabaré contigo y después me quedaré con ella! —Owen alardeaba.
No era tan fuerte como su oponente, su fuerza siempre había residido en los hombres que lo rodeaban y servían, lo sabía, lo reafirmó desde el momento en que necesito de otras personas para poder derribarlo. Pero también se había percatado del escudo que protegía a su adversario.
De hecho, Morrigan le había ayudado a sanar las heridas que Aldara le había hecho e incluso lo ayudó a escapar del fuego; aunque después lo usó como a uno de sus rehenes, explicándole que esa la única forma en que pagaría por su lealtad.
Quizá no tenía sentido, quizá estaba perdiendo tiempo y energía en algo que no podría conseguir. Ni siquiera entendía completamente las razones por las que había decidido ayudar a Aldara, a pesar de todo.
Pero no podía evitarlo. La situación se había salido de su control.
Lo había humillado al unirse a Gallagher. Lo había humillado desde el principio, cuando, sin que se lo imaginara o hiciera algo al respecto, la piedra brillo ante su cercanía con ella; cuando corrió tras el comisario.
No la amaba. Estaba más que convencido, al menos eso es lo que creía. Pero lo había intentado, a pesar de los constantes rechazos. Entonces aceptó la razón de aquella actitud. Era él. El comisario. El único pariente que tenía y que aún seguía con vida.
Estaba de acuerdo con que nunca había sido el hombre más cariñoso. No lo creía necesario. Nunca tuvo la necesidad de conquistar a una chica.
Fue entonces cuando por un extraño azar del destino, la conoció. Era linda y se le acercó de la nada, mientras decidía si debía comprar flores o caramelos para Aldara, en el momento exacto en que se detuvo notando que ellos también estaban en el mercado.
Ella sonreía como nunca le había sonreído a él, lo miró como nunca se había atrevido a mirarlo a él. No estaban solos, pero el cariño entre ambos era evidente.
Entonces, por primera vez, en toda su vida, sintió celos.
¿Cómo era posible que, siendo quienes eran, ella se hubiera enamorado de alguien más?
Tal vez, hasta ese momento, seguía sin comprenderlo.
Sin embargo, alguien le ayudó en aquel preciso instante, mientras la impotencia y amargura le invadían.
—El amor es cruel —la joven rubia se había acercado sin que lo notara—. A mí también me arrebataron al hombre al que amaba…
Con esa simple afirmación, se permitió traicionar a la mujer que debía pertenecerle. Después de todo, era claro que ella había sido la primera en traicionarlo.
Aprendió a odiarla, aunque muy en el fondo, anhelaba el momento en que se unirían. Entonces no habría marcha atrás. Entonces sería suya. Después, con el tiempo, podría deshacerse de Gallagher. Pero nada salió como lo tenía planeado y al final terminó siendo su propio enemigo.
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Editado: 21.11.2021