Fresia es un pueblo tranquilo, con gente sencilla y amable. Cada mañana y cada tarde pasa un tren en ambos sentidos. Esa es la única conexión con el resto del país. Su economía se basa en la producción agrícola a pequeña escala y la pesca, más que eso sus habitantes no lo necesitan. En el centro del pueblo existe un pequeño café que hace de correo, aunque no se reciben muchas cartas. Frente a las costas del pequeño pueblo, hay una isla, rodeada de grandes árboles, en el centro se alza una construcción estilo inglés, un caserón de varias habitaciones similar a un castillo, enormes jardines la rodean y es allí donde funciona uno de los institutos más exclusivos del país. No todo es lo que parece en aquel lugar, muchos secretos se esconden allí y muchas leyendas han surgido a lo largo de los años, solo es posible su ingreso una vez cada cierto tiempo, cuando la marea permite que se eleve el paso.
Una de las leyendas habla de un enorme castaño, nadie sabe exactamente cuántos años lleva allí, está ubicado en el centro de la isla, en el patio interior y una extraña fuerza se desprende de él, solo aquellos con habilidades fuera de lo común son atraídos por él.
-Debemos salir lo antes posible si queremos llegar a tiempo.- dijo angustiada la señora Kosh. – Recuerden que el rector nos mencionó que el paso se abrirá en una semana más.
-Lo sabemos, querida- respondió su esposo mirándola con ternura.- Ya está todo listo. Compré una cabaña junto a la playa para esperar allí. Nos servirá para vacacionar en el verano. – mencionó sonriendo.
-Vamos, ¿de qué hablas? Te digo que debemos preocuparnos si queremos llegar a tiempo.
-Lo sé. Tomaremos el tren mañana por la mañana, el vagón ya está listo para nosotros. Erwin se encargó de ello. Hijo, ¿estás seguro de estudiar allí?- dijo el señor Kosh dirigiéndose al muchacho.
-¡Claro! No te preocupes por mí, estaré bien.- respondió este mirando el periódico.
-Pero si estás allí será muy difícil comunicarnos contigo ¿y si recaes?- mencionó la señora Kosh tristemente.
-Mamá, no te pongas así. Estaré bien.- respondió intentando consolar a su madre.- Además si es un instituto tan prestigioso como dicen, deben contar con los medios adecuados en caso de emergencia. ¿O me equivoco?- agregó.
- ¡Tienes razón!- dijo el señor Kosh haciendo un gesto con sus dedos.- Yo sabía que este jovencito era igual de inteligente que su padre. –añadió con una gran sonrisa en la cara.
Lina los observaba desde la distancia, se veían como una perfecta imagen familiar, muy lejana a lo que ella antes pudo ver como familia, a pesar de la frialdad de la clase alta, ellos parecían quererse mutuamente. En sus manos llevaba un cuadernillo que usaba a modo de diario. Lo apretó con fuerza y suspiró dejándose caer sobre el sofá. La señora Kosh se percató de su presencia, y mirándola sorprendida, se acercó a ella. Notó una expresión de angustia en su rostro y temiendo que pudiera estar enferma corrió a atenderla.
-¿Estás bien, mi niña?-le preguntó preocupada, mientras colocaba su mano sobre su rostro.
Lina se sintió un tanto incómoda, había olvidado que hace un tiempo aquel era su hogar y que la amabilidad de la familia Kosh le había entregado una pequeña luz de esperanza, pero no pudo controlar aquel sentimiento de angustia que oprimía su pecho con el solo hecho de pensar en que volvería a aquel lugar. Sus modales vulgares de clase baja, se hacían lucir cada vez que algo la preocupaba, aprendió a comportarse como una señorita de familia, para complacer a los que ahora eran sus padres, pero sabía perfectamente bien que aquella amabilidad y preocupación por su bienestar, era solo una ilusión. Esto era algo más que el buen corazón de los Kosh, ella era una pieza de un rompecabezas, un repuesto en el caso de una emergencia.
Lina era una joven centrada, de pocas palabras y cauta. En sus ojos se veía la tristeza, pero algo llamaba la atención sobre ella, un aura extraña de la que se desprendía una energía atrayente y temerosa a la vez. Tenía una piel hermosa, sus cabellos castaños y lisos caían sobre sus hombros suavemente dándole un toque sutil e inocente que la hacía verse frágil ante los demás, pero era una chica fuerte, sensata, con habilidades que otros ni siquiera podían imaginar.
Los Kosh sabían de su pasado tormentoso, de las dificultades familiares, pero no sabían de aquel paso por el instituto, y en el momento de la inscripción los directivos de la institución tampoco sospecharon, su nombre no había cambiado pero sus apellidos si y ahora era Lina Kosh Ambalni.
Los sirvientes prepararon todo para su viaje, ella solo tuvo que estar lista el día y la hora acordada. Llegaron a la estación de tren, un hombre vestido elegantemente los esperaba. Miró a su alrededor y no vio más personas que unos cuantos guardaespaldas y sirvientes. Aquel transporte era solo para ellos, dentro estaba completamente equipado, con todas las comodidades de los ricos, incluso tenía una habitación para cada uno de los huéspedes. El viaje duraría tres días, así que el Señor Kosh no dudó en que fuera lo más placentero posible. Se tendió sobre su cama, y respiró hondo, “debo ser fuerte” se dijo a sí misma y cerró los ojos imaginando los momentos felices que había vivido en aquel lugar y una imagen vino a su cabeza, un joven de cabello negro y ojos almendrados. Una lágrima rodó por su mejilla hasta que la despertaron de su trance; unos suaves golpecitos en la puerta.
-¿Si?- preguntó sobresaltada.
-Lina, soy yo. ¿Puedo entrar?- dijo la voz desde el exterior.
-Claro. Pasa.-respondió rápidamente levantándose de la cama y secando sus lágrimas.
-¿Estás bien? Desde que nuestros padres decidieron que estudiemos en aquel lugar que te he notado un poco distante. ¿Sucede algo?-preguntó el joven ingresando a la habitación.
-¡No! ¿Cómo crees? Estoy bien, Daniel.- respondió titubeando.
- ¿Estás segura? Es que…
- ¡Estoy bien! -dijo interrumpiéndolo.- Lo que sucede es que tengo miedo. Yo no soy como tú y no sé si lo haré bien allí.-mencionó intentando excusarse.
-No seas tontita.- respondió, acercándose y abrazándola- Estaremos bien, yo estaré contigo y te protegeré. Te salvaré cuando haya que salvarte. Tú lo hiciste conmigo, ahora es mi turno.
-Gracias, Daniel.-añadió Lina calmando su angustia.
Sin sospechar cómo había sucedido, desde algún tiempo que aquella sonrisa le hacía sentir protegida. Y aquel abrazo fue lo que le faltaba para sentirse completamente atada a Daniel, el hijo heredero de una de las familias más poderosas del mundo, los Kosh. Ella sabía muy bien su lugar y su papel en aquella historia, pero no podía evitar florecer sentimientos por aquel muchacho. Daniel era un joven amable, guapo, de una elegancia e impronta indescriptible. Sus cabellos castaños y sus ojos claros le daban un semblante de incertidumbre, algo misterioso que atraía a las muchachas, pero lo que más cautivaba era su sonrisa, cálida y resplandeciente, podía estar en el peor de sus momentos pero su sonrisa seguía entregando esa calidez.
Aquel abrazo duró apenas unos segundos, pero para ella fue una eternidad de la que no quería salir, pero no todo es para siempre. Una sirvienta entró en la habitación e interrumpió el momento. Lina se alejó rápidamente y se puso frente a la ventana observando el paisaje. Daniel un poco perplejo intentó tomarla del brazo pero se arrepintió y se volteó hacia la sirvienta, buscando una explicación por tan abrupta interrupción.
-¡Lo siento joven!- dijo la muchacha de servicio un poco avergonzada y temerosa.- ¡No sabía que estaban aquí! Solo vine a limpiar.
-¡Oh! No te preocupes.-respondió Daniel.- ¿Puedes volver más tarde?
La sirvienta asintió moviendo la cabeza y salió de la habitación, cerrando la puerta suavemente. Daniel al ver que ya se había marchado, se repuso y caminó hacia Lina, ubicándose de pie frente a ella.
-Tranquila.- le dijo intentando acariciar su rostro.
- Daniel ¿qué pretendes? –respondió evitando el contacto, retrocediendo un par de pasos.
- ¿Qué pretendo? No entiendo.
-¡Lo sabes bien! ¿Por qué lo haces? Sabes cuál es mi lugar aquí. ¿No te das cuenta de cómo me siento?
-Lina ¡Lo sé! ¡Lo siento! No quiero hacerte daño. Solo quiero protegerte.
-¡No puedes hacerlo! ¡No puedes estar aquí! Si tus padres se enteran lo malinterpretaran.
-¡No te preocupes! Somos hermanos ahora. A mis padres los puedo manejar. Tú tranquila.
Lina miró el paisaje. Sus manos agarraban con firmeza sus ropas. Daniel no entendía su situación o quizás no quería entenderlo, pero había algo que no podía explicar, algo que le hacía sentir lo que Lina sentía. Para Lina, el solo hecho que dijera que eran hermanos la hacía sufrir. No lo eran, pero él lo usaba para justificar sus acciones o eso es lo que ella pensaba. ¿Qué quería de ella? ¿Se había dado cuenta de los sentimientos que brotaban por él? ¿O solo jugaba? Si ella quisiese podía dar respuestas a cada una de sus interrogantes solo con tocar su pecho, pero tenía miedo a la verdad y no usaría su habilidad para aquello, prefería mantener la incertidumbre.
Los tres días ya habían pasado, Lina había tenido mucho tiempo de análisis e introspección, y por fin llegaron a Fresia. El tren se detuvo en la estación. Bajaron y subieron a un auto que los esperaba para llevarlos a la “cabaña” que en realidad era una gran casona. Una vez allí, el señor Kosh envió una carta al rector del instituto, solicitando información respecto al día en que se habilitaría el paso. Un lugareño entregó la misiva, la que fue respuesta inmediatamente. En aquel documento se especificaba que el paso estaría disponible dentro de dos días, solo si es que la luna no les jugara una mala pasada.
-Lina, cariño ¿Todo bien?- preguntó la señora Kosh.
-¡Sí! ¿Por qué, madre?
-Es que te ves un poco pálida ¿seguro te sientes bien?
-¡Estoy bien! Puede haber sido el viaje.
-¡Claro! Fue realmente extenuante. ¡Recuerda hija que no debes enfermarte!
-¡Lo sé, madre! No te preocupes, siempre cumplo con mis vitaminas.
-Eres una niña muy obediente e inteligente. Ahora más que nunca dependemos de ti para cuidar de Daniel. ¿Lo sabes, cierto?
-¡Sí! Haré todo lo posible para que esté bien.-respondió decaída.- Quería pedir su permiso para salir a recorrer el pueblo. Quizás el aire fresco de las montañas me haga bien.
-¡Claro! También puede hacerle bien a Daniel ¿No te parece? Le diré que te acompañe.
- Está bien- respondió un poco insegura.
En ciertas ocasiones olvidaba que la preocupación hacia ella no era por cariño, sino que más bien era por Daniel. Él era el importante en aquella familia, pero por un breve lapso de tiempo sentía que podría disfrutar de aquella atención aunque fuera por un par de segundos.
-Le diré también a algún guardaespaldas que vaya con ustedes.- dijo la señora Kosh algo preocupada.
-No creo que sea necesario.-respondió Lina.- ¿Qué nos podría pasar en este pequeño pueblo? La gente no nos conoce. El ingreso a aquel instituto es tan secreto que ni siquiera saben lo que es aquella isla exactamente.
-¿En serio? ¿Y cómo lo sabes?
-Eh…- respondió un poco nerviosa- creo que lo escuché en la estación.
-Tienes razón. Bueno llamaré a Daniel. Espéralo aquí.
La señora Kosh se retiró del salón llamando a una sirvienta, mientras Lina, un tanto aliviada se sentó en el sillón junto a la ventana, como toda una dama de clase alta. Afuera el sol bajaba lentamente, sus rayos iluminaban el mar y dejaba una postal hermosa. Un bello atardecer. Se perdió un instante en aquel paisaje, soñando despierta, viéndose correr lejos hacia el océano.
-¿Le dijiste a madre que saldríamos a caminar?- preguntó Daniel llegando al salón, despertándola de su sueño.
-Le dije que iría a caminar y me pidió ir contigo.- respondió mirando fijamente el paisaje, con un tono frio e indiferente.
-¿No quieres ir conmigo?
-La verdad, no. Quería caminar por la playa.
-Bueno, no iré entonces.-añadió Daniel esperando alguna reacción de Lina.
-Si salgo sola me meteré en problemas. Aunque no quiera no tengo de otra que salir contigo- respondió tristemente.
-Bueno, ¿Qué te parece si salimos juntos y me quedo por allí mientras tu caminas? Así madre no sospechará.
-No creo que sea bueno dejarte solo afuera. Si lo sabe, no sé qué podría sucederme. Vamos.
-¿Estás segura?
-¡Sí! Mientras me dejes sola un rato, no hay problema.
Los jóvenes salieron de la mansión con camino a la playa, en aquel trayecto ninguno de los dos pronunció una palabra. Mantuvieron la distancia sin decir nada. Daniel la miraba disimuladamente, los rayos del sol del atardecer se posaban sobre ella y la hacían ver deslumbrante. A sus ojos, ella se había llenado de una belleza indescriptible y fue ese el momento en que descubrió que no solo quería protegerla como su hermana o como quien le había salvado la vida, sino que su corazón anhelaba amarla y atesorarla a su lado. Su corazón comenzó a latir fuertemente, tragó saliva y tomó la mano de Lina, ella lo miró desconcertada, pero supo inmediatamente que era lo que sucedía. Intentó disimularlo creyendo que se sentía mal.
-¿Estás bien? ¿Te sientes mal? ¿Necesitas sentarte?
-¡No! ¡No es eso!
-Mira, por allí hay un lugar para sentarse. Vamos.- dijo arrastrándolo de la mano.
Daniel tomó asiento en aquel lugar mientras ella parada frente a él colocaba su mano sobre su frente en busca de algún posible síntoma. Sus mejillas se sonrojaron al sentir la mano tibia de Lina en su cara y comenzó a toser avergonzado. Lina comprendiendo perfectamente que era lo que sucedía, continuaba intentando distraer la situación, guiándola hacia otra cosa. Al ver lo nervioso que estaba Daniel le habló suavemente.
-Tranquilo. Descansa un momento. Yo iré a buscar ayuda.-dijo simulando creer que estaba enfermo.
-Lina no te vayas.-gritó Daniel desesperado.-No me dejes aquí.
-Lo necesitas.-respondió ella.-Si te sientes mal, necesitamos a un médico urgente.
-¡No me siento mal! No es eso.-añadió Daniel tímidamente. -Lina. Yo…- dijo guardando silencio.
Lina lo miró fijamente a los ojos mientras Daniel respondía a su mirada, tragando saliva. En un impulso, su mano acarició su rostro suavemente y cerró los ojos como esperando despertar de un sueño. Daniel tomó su mano y la aprisionó contra su pecho. Lina pudo comprender lo que él sentía, y comenzó a temer de las posibles consecuencias. Daniel sintió amargura en su corazón no entendiendo como aquel sentimiento se apoderaba de su corazón. Todo aquello no podía suceder y lo sabían. Ambos estaban completamente confundidos, sus sentimientos se enredaban constantemente y ninguno de los dos sabía que hacer frente a tal situación. En un instante de lucidez, Lina reaccionó y se soltó de él dando un paso atrás.
-Lo siento Dan. Por favor, no me confundas más.- dijo caminando hacia el mar.
Daniel se quedó sentado allí, observando cómo se alejaba. No quería dejarla ir pero tampoco se atrevía a detenerla. En su corazón miles de sentimientos y emociones luchaban, no sabía si lo que hacía estaba bien. No sabía qué era aquello que le sucedía cada vez que la tocaba. No quería alejarla, pero tampoco quería exponerla y verla sufrir. Cerró sus ojos, dio un suspiro dándose ánimos y decidió dejar las cosas así, quizás con el tiempo las cosas podrían ser diferentes. Se puso de pie y caminó hacia ella.
-Creo que debemos volver. –dijo llamándola.
Ambos volvieron en silencio. Sin siquiera mirarse cada uno tomó su camino al llegar a la mansión.
Los días pasaron y el paso hacia la isla ya estaba habilitado. El ingreso estaba permitido y ellos estaban listos. Salieron en un auto y transitaron por aquel camino serpentario, mientras el mar los observaba detenidamente, cada ciertos tramos se alzaba una especie de torre, estaba allí para socorrer a aquellos que no alcanzaran a cruzar. El padre de Daniel manejaba el coche, junto a él su señora completamente emocionada por la belleza del paisaje, miraba a los alrededores como una pequeña niña. En el asiento posterior Lina miraba hacia las montañas intentando controlar sus temores y Daniel nerviosamente movía sus manos, intentaba tomar las de Lina luego se arrepentía, se sentía en una lucha constante entre el corazón y la razón. Faltaban un par de metros cuando el señor Kosh vio a varios coches estacionados en la llegada y unos cuantos más atrás circulando en el camino.
-¡Creo que no somos los únicos!-dijo sonriendo.
-Al parecer si tiene prestigio este colegio.- respondió la señora Kosh observando a su alrededor.
Bajaron del coche hablando de miles de cosas, entre ellas las preocupaciones eternas por la salud de Daniel y la salud de Lina quien tenía prohibido enfermarse. Mientras tanto, entre los jóvenes no había palabras. Caminaron hacia la entrada principal, conforme los sirvientes los guiaban y llegaron a un gran salón donde los esperaba el rector del lugar. Era un hombre gordo, adinerado, de un semblante grotesco, llevaba encima litros de colonia y su pelo parecía ser un peluquín, su habla era inglesa y su comportamiento se parecía mucho a un lord, caballeroso y elegante. Él les dio la bienvenida, hablando de las maravillas de aquel lugar sin percatarse de quien se encontraba frente a él. Era de suponer que sería él quien los recibiera, ya que esta familia era una de las más poderosas, mientras que a los otros de segunda categoría los recibían directivos bajos y para que hablar de aquellos ricos nuevos o becados.
-Gracias por su recibimiento, rector Rawson.- dijo el señor Kosh estrechándole la mano.
-¡Oh! Es un placer que una familia como ustedes hayan elegido nuestro instituto.- respondió él en tono adulador.
-Hemos escuchado maravillas de este lugar y luego de eso nuestro propio Daniel pidió asistir aquí. -dijo la señora Kosh emocionada- Déjenos presentarlos. Daniel ven aquí cariño.
Daniel se acercó al grupo, mostrándose caballeroso y respetuoso. Saludo de mano al rector y esbozó una sonrisa.
-Daniel es un joven inteligente, pero por diversas complicaciones de salud, que usted sabe, tuvo que ausentarse de los estudios por un periodo de tiempo. Espero que eso no sea dificultad para sus estudios. – dijo el señor Kosh.
-¡Oh, no, no! No se preocupe por ello. Acá tenemos tutores que pueden apoyarlo en los estudios. Solo si lo requiere. Además cualquier dificultad que tenga puede acudir a mí. –respondió el rector.
-Muchas gracias, señor Rawson- dijo Daniel haciendo una reverencia.
-¡Oh! Casi nos olvidábamos- dijo la señora Kosh mirando a Lina- ella es nuestra hija. Una joven obediente y esforzada. Tiene un año de diferencia con Daniel pero también ha perdido periodos de estudio. Nos encantaría que asistieran al mismo nivel.
-No hay problema.- dijo el rector estrechándole la mano a Lina.
La miró fijamente y su rostro se cubrió de un blanco enfermizo. Soltó la mano de Lina rápidamente y sin pensarlo dio un paso atrás. “¡Tú!” dijo exhalando un respiro de aire ahogado, como si pidiera ayuda. Los padres de Lina miraron estupefactos el espectáculo, sin comprender lo que sucedía. ¿Acaso el rector Rawson se encontraba enfermo? Lina se acercó suavemente y casi susurrando le dijo “¿Necesita ayuda señor, quiere que le ayude a sentarse?”, casi maliciosamente. Él la miró con ojos de terror y sin decir una palabra le permitió ayudarle a sentarse. Estaba nervioso y ansioso, quería gritar pero se ahogaba con su propio aliento.
-¡Llamen a alguien, creo que le está dando un infarto! –gritó angustiada la señora Kosh.
-Lina, sabes que hacer.- respondió el señor Kosh manteniendo la calma e indicándole a Lina que acudiera a atender al señor Rawson.
-Claro, padre.- dijo ésta esbozando una sonrisa hacia el señor Rawson.
Lina simuló aplicar los primeros auxilios correspondientes y disimuladamente le dijo al oído al rector “Está bien, no se preocupe, no vengo en busca de venganza”. El rector la miró incrédulo mientras ella con una maniobra extraña le ayudaba a respirar nuevamente. Rawson miraba a su alrededor estupefacto, sintió como una extraña energía recorría su cuerpo, mientras escuchaba la voz de Lina en su mente, como si esta le hablara telepáticamente. "Tenía principios de neumonía" dijo la voz. El director, respiró hondo y notó como aquel dolor agudo desaparecía. "¿Qué hiciste?" Dijo susurrando. "Lo ayudé". Al cabo de unos minutos el rector ya se encontraba bien y había sido llevado a la enfermería del lugar, donde había personal preparado para atender cualquier urgencia médica. Mientras tanto la subdirectora se hacía cargo de la instrucción inicial.
La señorita Dana Robert era una maestra amable y buena con sus estudiantes, ella era de aquellas pocas que se ponía en el lugar de sus estudiantes y los veía como personas y no como dinero caminante. Al ver la situación se sorprendió mucho, reconoció inmediatamente a Lina pero no mostró ningún gesto de asombro, sino más bien, una sonrisa complaciente y cálida le indicaba que le daba la bienvenida nuevamente. Dana les indicó las reglas y la organización del lugar, como se distribuían los horarios y cuáles serían sus dormitorios. Al finalizar el recorrido y antes de que el paso se cerrara los padres debían abandonar el lugar. La despedida fue eterna para Lina. Ella no esperaba mucho de ellos, pero los veía sufrir por estar alejados de Daniel. En un afán de consuelo él les dijo que todo estaría bien y que Lina cuidaría de él como lo había estado haciendo hasta entonces.