Desde que tenía memoria, que vivía en la calle. Siempre deambulando y pidiendo algunas monedas o alimentos, cualquier cosa era suficiente para sobrevivir. Cuando era pequeña todo era mucho más fácil, quizás por la lástima que provocaba en las personas, pero ya de adolescente se le hacía más difícil. No había un lugar al que ella le llamara hogar, se había mudado tantas veces, viviendo en las horribles condiciones que aquella palabra no tenía sentido para ella.
La lluvia comenzó a caer, a veces pensaba en ella como el llanto y los lamentos de la humanidad, miró al cielo y se deleitó de cómo cada gota de agua tocaba su piel. “Es como una caricia” se dijo colocando su mano sobre su rostro. Después de unos minutos caminando en silencio bajo la lluvia y viéndose completamente empapada pensó “Este será un buen baño" echándose a reír. Caminó las cuadras suficientes hasta llegar a su casa: si es que podía llamarla así.
Era una casucha levantada con algunas tablas y nylon, restos que su padre había encontrado en los basureros, el aire se filtraba por todos los agujeros; que eran demasiados, así que el refugio no era del todo apropiado, pero por lo menos los protegía de la lluvia. En una esquina un tambor de metal hacía de estufa, un tablón de mesa, unos cuantos cajones de frutas de sillas y un colchón húmedo y frio de cama, donde dormían su padre, su madrastra y su hermano menor.
Luego de deambular por muchos lugares, su padre; Víctor, se había vuelto a emparejar. Ella era bella y delicada, con el paso del tiempo y lo duro de la vida que su padre le había dado, se había vuelto tosca y ruda. Ya no se preocupaba de su hermoso cabello y menos de las ropas, había otras preocupaciones más importantes como sobrevivir y comer. Su madrastra le era indiferente, no le dirigía muchas palabras, ni mucho menos alguna migaja de ternura o afecto. Sin embargo con su hermano, que si era su hijo, era completamente diferente, cariñosa y amable. "¿Esa es una madre?” se preguntaba Lina, observándolos. “¿Por qué la mía murió y me dejó sola?”.
Su padre la odiaba, cada vez que llegaba ebrio le gritaba cuanto la odiaba y se notaba sobre todo por los maltratos que sufría de parte de él. Lina evitaba llegar a casa, cada vez que lo hacía: temblaba, esperaba que su padre no estuviera ni la viera. Eso era lo mejor.
La lluvia caía torrencialmente, solo quería llegar a un lugar para refugiarse y se encontró de pie frente a su casa. Desde el interior una voz la sobresaltó.
-Lina. Entra
Dijo la voz con tono grave. Lina metió las manos en los bolsillos. Sacó los pocos pesos que había ganado y los contó ansiosa. “Me espera una buena paliza" se dijo viendo que no era dinero suficiente. Debía entrar pero sus piernas no le acompañaban, se daba instrucciones per su cuerpo se quedaba inmóvil sin responder.
-Lina. Entra.- gritó la voz.
De tanto intentar al fin sus piernas reaccionaron. Caminó lento, temerosa e ingresó a la casa. Se quedó de pie junto a la puerta, esperando algún grito, algún objeto volador o algún golpe. Su padre estaba acostado en el colchón tallando una figura de madera con una navaja. Su hermano jugaba con unas piedras simulando autos de juguete echado en el suelo y su madrastra revolvía algo sobre la estufa.
-¿Lograste la cuota? - dijo su padre sin mirarla siquiera.
-No. - respondió ella con voz temblorosa - Pero prometo que mañana lo haré.
-¿Mañana? - dijo pasivamente - ¿La gastaste?
-No. Es todo lo que conseguí. Juro que no toque ni un peso.
Lina se acercó extendiendo las manos con el dinero. Su cuerpo nuevamente no le respondía; temblaba y no lograba mantener el control de aquello. “Vamos” se decía a sí misma “mantén la calma”, avanzando sigilosamente. “Mientras más lejos, mejor” pensaba intentando entregar el dinero manteniendo la distancia.
-Acércate.- dijo él sospechando sobre la actitud de Lina. - Acércate.
Lina dio un paso, tembló, luego dio otro, sus piernas se estremecían como si fueran de hule. Extendió su mano colocándola sobre la mano de su padre, dejando caer el dinero en las manos de este. Víctor se levantó ágilmente y la tomó del brazo apretándola con fuerza, Lina intentó alejarse pero ya era demasiado tarde.
-¡Maldita! ¿Cómo te atreves a volver si ni siquiera traes lo que debes? -dijo este furioso.
Lina podía ver es sus ojos el odio, sus dientes apretados chirriaban y las venas se le marcaban en la cara y cuello, quería soltarse, pero sentía que si hacía algún movimiento brusco su padre era capaz de romperle el brazo, ya lo había hecho antes, así que era mejor mantener la calma y esperar lo peor.
-Papá. Lo siento. –dijo, esperando que por primera vez en su vida, él la perdonara. - Juro que mañana lo haré. - añadió Lina abatida.
-Claro. Te creo. Pero ahora pensaras en ello. ¿Te parece? –respondió él.
Lina sabía lo que eso significaba, para otros, personas normales, era una señal de comprensión para ella era una señal de abuso. Sintió terror, no era un simple castigo, en ocasiones aquello se convertía en tortura.
-Papá. Por favor, no.-gritaba desesperada.