Lee bien, EXTRA, no capítulo. Por cierto, vamos a viajar en la máquina del tiempo, adelante pase y no se empuje, al fondo hay asiento de sobra gente.
"En el arte, la mano nunca puede ejecutar cualquier cosa más alta de lo que el corazón pueda imaginar".
— Ralph Waldo Emerson.
AÑOS ANTES, MUCHO ANTES
— Quédate aquí, no hagas ruido y no salgas hasta que yo venga, mami te quiere... espérame aquí ¿Si?
— No quiero quedarme solito, los monstruos feos del ropero me dan miedo, ellos van a devorarme con sus dientes puntiagudos y esas uñas muy, muy feas. — Sus ojos azules se cristalizaron mientras que inconscientemente una lágrima cayó por su pómulo.
La mujer sustrajo un cuadernillo junto a un incompleto juego de pinturas gastadas de debajo de un estante y se las dejó sobre el piso — Intenta distraerte con eso, pinta, mami te quiere Eros, no salgas, no salgas por nada.
Luego que los materiales fueran sometidos a un escudriño por parte del infante, este al ver que no presentaban riesgo alguno se aproximó gansamente hacia los mismos e seguido abrió un pote de pintura, el envase estaba manchado de negro por el borde alrededor de la tapa, la aparente ligereza del pote evidenció el fraude, estaba vacío.
Quizá en aquella circunstancia el color fuera algo insignificante, pero él infirió algo de entre la simplicidad que resultaba el hecho, algo que quizá para su edad marcó el hito en su vida.
Mezclaba con ahínco, sorprendiéndose con cada nuevo color formado a partir de combinaciones de los tres potes que únicamente poseían contenido. Creía en su propio talento, en sus inocentes pensamientos no habita el miedo a equivocarse, porque a pesar de apenas haber recientemente descubierto lo que era pintar, la sensación, ese sentimiento de consuelo e complicidad en su interior junto a la desbordante felicidad que lo inundó fué suficiente para marcarlo como el cemento fresco al que dejan huella.
Infortunadamente para el pipiolo de eléctricos ojos azules esa fué la última vez que aquellas deterioradas paredes le cobijaron, paredes que le vieron crecer al cuidado de su desprendida madre. En aquél sitiecillo que pese a su facha deslúcida el sólo ambiente hogareño le daba calidez, el regocijo que compartían madre e hijo aportaba deleite, asimismo, al pie de la humilde morada un pequeño paraíso botánico de joviales plantas se alzaban orgullosas, un reducido jardincillo, cargado de flores en su mayoría, azucenas, algunos claveles e incluso macetas de cactus; subsigiente al alba todo era bañado por los luminosos rayos de sol, mientras que con la caída del crepúsculo vespertino se convertían en espectadores de cómo la noche se ensañaba con el firmamento.
Después de ese día en el que descubrió una pasión al arte oculta dentro suyo nunca más volvió a correr sobre el pastizal en compañía de la esbelta mujer que tarareaba siempre una canción a compás de los ondulantes trinidos a la par con los pájaros cantores. Shelvy lo protegió en cuanto supo de su embarazo manteniéndose oculta de Ashton, huyó arriesgando todo por el bienestar de su hijo, se estableció en un valle dónde cada día dos ojitos azules iguales a los suyos iluminaba su vida, aún así, el tiempo no fue suficiente para rasgar el lazo de vida que compartía con el proclamado Alpha, Ashton la amaba por lo que al volverla a encontrar después de años aparentó cambiar sólo por miedo a un declive en su soberanía, de ahí en más para el pipiolo nada volvió a ser lo mismo.
Con el tiempo la desolación albergó en sus brazos a la pequeña casa de madera tallada que alguna vez gozó ser testigo de la sincera felicidad en la vivió un niño de inigualable pureza, un párvulo de cabello cobrizo e ojos afines a la deslumbrante belleza del océano, ahora sometido a la crueldad de un ser lleno de voraces ambiciones, un padre que no posee más moral que la codicia, peligroso incentivo que lo llevó a optar por horrendos medios para convertir a su hijo en un ser tan miserable como lo era él, un corrupto que gozaba de los privilegios que le otorgaba la casta y disfrutaba estar por sobre el resto.
[…]
La destreza con la que empleaba el desgastado pedazo de lo que fué un lápiz de grafito era un escenario digno de apreciar, había empezado con unos cuantos garabatos e trazos sin sentido pero poco a poco fue tomando forma, una pradera en plena primavera, el boceto carecía de colores más que el del mismo grafito difuminado en diversas tonalidades y aún así era cautivador.
Un aplauso resonó haciendo eco, el muchacho por su parte no se inmutó y prosiguió dando los últimos trazos sobre el papel.
— Ya te habías tardado, llegué a pensar que te habían descubierto — Susurró, sus manos manchadas de grafito evidenciaban la entrega de sus rotas ilusiones, las manchas no dolían como las heridas de su cuerpo, los latigazos habían sido una tortura y aún lo eran cada vez que se movía.
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Editado: 26.11.2020