LUNA de PLATA
Prólogo
“Su padre es el Sol y su madre la Luna. El viento lo llevó en su vientre. Su nodriza es la Tierra, la madre de toda perfección"
IV precepto de la Tabla de Esmeralda
Arasy corría, quería vivir, debía vivir, corría y respiraba todo el aire que exaltaba sus pulmones, ella sabía que podía más, sabía que debía lograrlo. El yaguareté la cercó, llegó hasta el límite del peñasco que bordeaba las cataratas salvajes en aquella selva de verdores únicos, paraíso sin igual, pero que ahora se asemejaba al infierno. No había Salida. Cerró sus ojos y extendió sus manos al cielo, comenzó a cantar, esa plegaria a Tupa dios de los guaraníes, esa plegaria que contenía la fe en si misma. El yaguareté fue sigiloso, sus ojos hipnotizaban el tiempo, pero Arasy solo cantaba, rezaba, creía. El animal se sentó sobre sus patas traseras y permaneció quieto casi semejaba una estatua. Arasy culminó su canto y bajo sus brazos. Abrió sus ojos, frente a ella un joven de extrema belleza, un guerrero fuerte y de mirada serena le sonrió. Miró hacia su pecho del pendía el símbolo de Kuarahy (el sol).
_Lo lograste Arasy, has demostrado gran valentía, has confiado en ti
Arasy cayó de rodillas y agacho su cabeza
_Señor de la vida…
_Anda levántate mujer, yo debería postrarme ante ti…tu valor y tu entrega va más allá de cualquier fuerza que el hombre pudiera tener. Por eso te elegí…- Levantó a la muchacha y la atrajo hacia el quito delicadamente el flequillo que caía sobre la frente de la muchacha. Te elegí y eres “la mujer” aquella que será la tierra fértil para mis semillas. Tú eres Arasy, la madre, la eterna…
La abrazó y atrajo su rostro hacia él se fundieron en un beso y el resplandor centello en toda la tierra…
El profesor Romanne se quitó los anteojos redondos y miró a sus alumnos. Algunos bostezaban otros acodados en sus pupitres, las perspectivas de atención no era muy buena en la clase de literatura nativa y mitos populares. Solo Melchor Suarez su mejor alumno era el que prestaba atención y tomaba nota a cada palabra. Hora de salida, el salón se vació rápidamente. Melchor se acercó a su profesor.
Puso frente a él su libreta de notas, leyó: “Su padre es el Sol y su madre la Luna. El viento lo llevó en su vientre. Su nodriza es la Tierra, la madre de toda perfección"
IV precepto de la Tabla de Esmeralda
_Precepto de la tabla esmeralda…
_Todo tiene que ver con todo…observe los símbolos-Le mostro un bosquejo encontrado en la tabla esmeralda y un bosquejo diseñado por el pueblo tupi guaraní-Superpóngalos maestro-le dijo
Romanne tomó ambos dibujos e hizo lo que Melchor indicaba, la expresión del maestro cambio, al hacerlo aquello que tanto buscara, aquello que tanto misterio suponía se develo…
“La luna será el principio y el final del sol…”
Capítulo :“ Belle Rosse”
Odiaba aquel lugar, lo odiaba con esa sensación de tristeza, de haber sido arrancado de su lugar, en aquel donde había crecido, donde estaban sus amigos, su historia, aquellos ojos que tanto lo enamoraban a sus 16 años. Ahora estaba a miles de kilómetros en Suramérica Argentina, lejos de su Francia natal de su bello Paris, perdido en un lugar recóndito donde su madre Antropóloga y arqueóloga debía integrarse a una investigación y dónde tácitamente escapaba del acoso de su exesposo. La provincia de Corrientes los esperaba una antigua estancia “Yasi vera” era donde ahora Lug Blanc junto a su madre Elit D'aramitz pasarían al menos tres años hasta terminar el proyecto de la universidad de Humanidades y un misterioso benefactor que financiaba el proyecto “Luna de Plata”.
No valió de nada todos los reclamos, los berrinches, la rebeldía, el haberse escapado por unas horas, si algo tenía su madre, a quien él llamaba “Le Capitaine”, era que no era una mujer a quien se podría convencer con chiquilinadas.
_Uno soy tu madre, dos soy tu madre, tres soy tu madre, cuatro te conviene no hacerme enfadar…- mirada de ojos azules intensos sobre sus anteojos color marfil. El cabello rojo de su madre el cual había heredado al igual que sus ojos, daban ese marco perfecto de diosa de fuego y de mirada de: “Soy quien manda”.
Así que nada por hacer o decir, se colocó sus auriculares buscó su canción preferida y dejó que el viaje por esos caminos sinuosos y pedregosos alterados por montes y plantíos lo recibieran.
Sintió como si todo temblara, no era un terremoto, no, solo su madre que “suavemente” lo sacudía para que despertase.
_Anda, ya llegamos, ayúdame a bajar las cosas de jeep.