Luna de Sangre I En Edición I

I.

1. Suguinem.

«Alguna vez, alguien me dijo que tenemos grilletes hechos de sangre y maldiciones en cada una de sus gotas.

La sangre nos recuerda nuestro origen, aunque intentemos rechazarla siempre será esa parte de nosotros que no podemos cambiar.

La sangre nos maldice y nos bendice, la mía fue condenada hace doce generaciones y decidimos olvidarlo.

Hemos jugado en una ruleta rusa rezando por no recibir el tiro».

La luna brilla en su máximo esplendor esta noche, mis primeros recuerdos con conciencia propia se tratan de mí y la extraña obsesión que sentía por aquel astro brillante, siempre se mostraba tan perfecta en el cielo nocturno que en ocasiones llegué a envidiarle.

Los recuerdos de una infancia lejana se desvanecen al recibir los tirones de cabello ocasionados por las ramas de los árboles que están en el improvisado camino frente a nosotros.

Una vez más, caminamos por el bosque durante la noche, tenemos que aprovechar la oscuridad al máximo. Mudarse ha sido constantemente la parte a la que mejor me he acostumbrado en estos años.

—Este podría ser un buen lugar para alimentarnos. —el líder del clan se detiene.

—Ya era hora de que dijeras eso. —pronuncia exhausto Edwin, uno de los miembros del clan.

—Seguro estabas por desmayarte. —habla Marian en un tono divertido.

—¿Qué les parece si dejamos las burlas para otro momento y ahora nos concentramos en lo que es importante? —recalca el líder.

—Está vez estoy de acuerdo con Gaston. —hablo mientras me acerco a ellos.

—Nos honra con el sonido de su dulce voz, señorita —Edwin me mira con diversión—. ¿Qué te mantiene de tan mal humor esta bella noche?

—¡Oh, nada! Es solo que no me han permitido disfrutar de una tranquila y silenciosa caminata por el bosque.

Me doy la vuelta y me alejo de ellos un par de pasos.

—¿Interrumpimos en tu momento de melancolía, Linale? —pronuncia Marian con falsa curiosidad.

Ignoro las palabras de mis compañeros para desviar mis pensamientos a mejores asuntos.

El líder de nuestro clan, Gaston, nos reúne en un círculo contando hasta el número tres para separarnos y dirigirnos en distintas direcciones en búsqueda de nuestro alimento de esta noche.

El grupo comienza a correr en el momento que escucharon a Gaston decir “tres”, desordenados como siempre, delatan su presencia con el ruido de las hojas secas en el mohoso suelo. Yo por el contrario camino con calma hasta estar detrás de los vastos arbustos en los que me detengo a escuchar la naturaleza.

El silencio y el sosiego predominan en el aire, dedico un par de segundos para agilizar mis sentidos hasta que logro encontrar el sonido de una respiración calmada. Me dirijo hacia ella silenciosamente, pero en cuanto el ciervo nota mi presencia se aleja a toda velocidad de mí.

De los pocos momentos que valen la pena desde que obtienes la inmortalidad este es uno de ellos.

Corro tras el animal igualando su velocidad, segura de cada uno de mis movimientos me impulso al correr para dar un salto y de ese modo atrapar al ciervo. Mientras el pequeño trata de escapar yo lo sujeto con fuerza y acerco mi rostro a su cuello para después clavar mis colmillos en él.

Un par de minutos después vuelvo al punto de reunión arrastrando al agonizante ser.

—No me sorprende que seas tú la primera en capturar algo, Linale.

Habla Gaston manteniéndose recargado en un árbol con los brazos cruzados frente a su pecho.

—Por supuesto, los demás no son capaces ni de atrapar un ave —hago una pausa cuando estoy frente a él—. Y me imagino que tampoco lograste nada.

El hombre ríe por lo bajo.

—¿Te he dicho que me impresiona tu nivel de observación?

—No es nada que no notaría cualquier otra persona.

Una risa escapa de entre los árboles dando a notar a Edwin.

—Linale y su modestia, no la dejas atrás ¿Cierto?

—Quisiera conservar ese poco de humanidad que aún permanece en mí. —hablo con firmeza.

—Deberías mirarte a un espejo. No puedes hablar de humanidad cuando estás cubierta de sangre.

Estoy a punto de contestarle cuando Marian interrumpe.

—No otra discusión sobre lo mismo, por favor terminen con esto porque muero de hambre.

La mujer se inclina ante el animal y lo toma por una de sus patas delanteras, los dos hombres imitan su acción mientras yo solo los observo.

En cada paso que damos nos acercamos al final del bosque, con cada minuto que transcurre los primeros rayos del sol comienza a salir desde el este. La mañana se hace presente con el sonido de las aves cantando, el tarareo de una canción ya olvidada llena el bosque de paz, aquello era la vieja e inconsciente costumbre de Marian.

La arboleda llega a su término dejando expuesto un camino de tierra frente a una cabaña, se trataba del lugar que habíamos estado buscando durante tres días y tres noches. Un escalofrió recorre mi columna vertebral acompañado de inquietud.

La naturaleza cubre los viejos tablones de madera que conforman uno de los muros denotando su estado de abandono, en su interior está cubierto de polvo, excremento de ratas y algunos cadáveres de animales. Otras criaturas del bosque han usado el sitio como su propio refugio, mismo acto en el que nos encontramos nosotros ahora mismo.

Tratamos de dejar nuestro “nuevo hogar” lo mejor posible para ser habitado, sobre todo, no dar de que hablar a las personas.

La mañana del día siguiente transcurre con una ansiada tranquilidad, una voz masculina interrumpe mi lectura matutina mientras entra en el salón, Gaston me da los buenos días y yo hago lo mismo.

Un par de horas después nos sentamos al comedor para planear nuestro rutinal programa:

Una vez por semana salimos al pueblo por provisiones,




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