Era la quinta muerte del mes.
Para la gente del pueblo ya no era extraño. Al principio fue algo traumatizante, pero poco a poco dejó de ser un suceso de importancia y las personas comenzaron a acostumbrarse al olor a muerte que habitaba en ese lugar.
La sintomatología era la misma. Palidez, dolores insoportables de cabeza, pérdida de conciencia, tuberculosis extrema y hemorragias internas, lo cual prácticamente llevaba a la muerte. Pero lo extraño residía tal vez en la forma de agonizar. Cuando era ese momento, los condenados vomitaban sangre y no paraban de repetir cánticos extraños en un idioma que nadie comprendía. Finalmente expiraban con un rictus salvaje en sus rostros. Uno nunca podía definir si se trataba de una sonrisa o una mueca de horror.
Las razones nadie las encontraba. La ciencia estudiaba una y otra vez los casos y podían explicarlo todo, hasta el momento del deceso. Sólo entonces, los doctores perecían ante la superstición que habitaba en ese pueblo. Los religiosos adjudicaban el asunto a obras del máximo del cielo, asegurando que los pecadores debían pagar en la tierra y el día del juicio final estaba cerca. Los creyentes del Satán daban por hecho que se trataba de posesiones demoniacas. Los amantes de la magia blanca y negra decían que era una maldición que azotaba al pueblo.
Pero quizá, de todas las teorías que abundaban en el lugar, la más retorcida era la que se refería a las gemelas Ivanov. Corina y Cordelia Ivanov, hijas del doctor más reconocido del pueblo y de la aristócrata Marlenne Ivanov. La teoría se basaba en culpar a las niñas de la catástrofe. No tenía sentido, pero supuestamente era explicable porque la noche en la que ellas llegaron a este mundo, la luna se volvió roja y el cielo se oscureció. Los Ivanov se fueron del pueblo en ese mismo instante, pero diez años después, el matrimonio Ivanov murió y las gemelas volvieron al lugar bajo el cuidado del mayordomo de la familia, Mario Rocha, quien tenía su custodia legal. A partir del primer día en que las niñas pisaron el territorio de ese pueblo, las muertes extrañas comenzaron a surgir.
Cinco años habían pasado desde entonces y los lugareños aún culpaban a las pobres niñas de la situación. O al menos, algunos aún lo hacían. Razón por la cual crecieron sin nadie más que ellas mismas. Por ello las gemelas siempre estaban juntas, tomadas de la mano y vestidas casi igual en algunas ocasiones. Siempre contrastando entre ellas para denotar la diferencia, porque era imposible descubrirla de otra forma. Cuando una vestía de blanco, la otra lo hacía de negro; cuando una vestía de amarillo, la otra contrastaba con el café o el marrón y así respectivamente. Cordelia y Corina eran exactamente iguales y sólo vistiendo diferente, podías saber quién era una y la otra.
Juntas vivían su soledad y juntas luchaban contra ella.
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Vinieron al mundo al mismo tiempo. Quizá con algunos minutos de diferencia, aunque eso no sea de vital importancia. Abrieron sus ojos al mismo tiempo, lloraron juntas y quizá… aunque suene aterrador, ambas mueran a la vez.
O tal vez no… nadie sabe que las cosas no están predestinadas como todos creen.
Crecieron juntas, pero eran como el sol y la luna. Una alegre, llena de vida, sonrisas por doquier y mucha vitalidad. La otra apagada, triste, sin motivaciones, todo a su alrededor era lúgubre y parecía enferma.
Cordelia era la alegre, la chica tenía la piel blanca como la nieve, ojos verdes y un largo cabello castaño oscuro. Corina era la lúgubre, con los mismos rasgos, por algo son gemelas. La primera vestía colores vivos; amarillo, verde, naranja, blanco, etc. La segunda colores pálidos; gris, azul, negro, café y marrón.
Eran distintas, pero contrario a muchos clichés, ambas se adoraban la una a la otra. A su estilo, claro está. Cordelia abrazaba a su hermana y le sonreía animándola a realizar todo tipo de actos de diversión adolescente. Corina protegía a su hermana mayor de esa felicidad e ingenuidad que poseía. La gente se aprovecha de los nobles, eso es seguro.
Esta es, tal vez, la más corta presentación que un personaje principal ha tenido. Pero la idea central es conocer a las gemelas Ivanov, las niñas que sin buscarlo, estaban rodeadas de un aura extraña que todos percibían.
Aunque nunca lo hubiesen pedido, ellas eran parte de la magia y de la fatalidad.
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—Buenos Días señora Gardenia—saludó Silvia a la anciana que se encontraba regando flores en el pórtico de su casa.
—Buenos días señorita Pascual.
Editado: 22.07.2018